Colaboraciones

Goya nos visita

El Prado, la pinacoteca más importante del país, cumple doscientos años de su apertura. Fue en 1819. Se hizo con fondos procedentes de colecciones reales y con el lógico apoyo de los Borbones, que vivían momentos de trasiego, una constante de esta familia en nuestra historia contemporánea. Extraño el comportamiento que han tenido los españoles con la saga pues lo mismo se han echado a la calle para vitorearlos (sucedió con Alfonso XII), como les han puesto los pasaportes en sus bocas y los han mandado a Estoril o a la Junquera.

En aquellos días de comienzos del siglo XIX, los Borbones eran polichinelas en manos de Napoleón; y en 1812 se vieron en la tesitura de acatar la Constitución de Cádiz. Fernando VII, deseado y odiado, la juró a regañadientes; claro que más tarde, la venganza del tal Fernandito fue más que cruel, sangrienta. Isidoro Máiquez, el retratado por Goya, está entre los represaliados.

En razón de este bicentenario que comentamos, el Patronato del Museo ha querido que algunos de sus cuadros viajen a varios lugares. Enhorabuena, por tanto, a los que desde la Asamblea han hecho la gestión y Ceuta participe en este excepcional circuito.

El beneficiado de recibir a Goya y a su retratado Isidoro Máiquez (1768-1820) , uno de los actores más famosos del siglo XIX, es el Museo de las Murallas Reales (increíble también que no lo hayan bautizado con el nombre de Adolfo Suárez), magníficos y emblemáticos espacios que engrandecen, aún más, la categoría de lo enviado. Por tanto, desde este momento, no cejaré de insistir ante mis paisanos para que hagan el esfuerzo de acercarse al recinto, ya que el caballa, como es harto conocido, acostumbra a mostrarse remolón, cuando hay que desplazarse y cruzar el Puente del Cristo. Es como si lo frenaran en seco, y más, si se trata de un hecho artístico. Un efecto, más que físico, psicológico. Atravesar el puente, es un finis terrae; una aventura a lo desconocido. Síndrome estúpido, pero que muchos lo utilizan como excusa: “Uff... eso está muy lejos”. Pero Goya, bien vale la aventura.


Insisto: la ocasión no debería perdérsela ninguno de los vecinos de este pueblo, pues también la ocasión es oportuna para volver a visitar (si no lo ha hecho antes), la gran antológica de Mariano Bertuchi, que ya lleva más de dos años en el mismo baluarte donde encontraremos a Goya. En aquel momento, transformarlo en el taller del pintor granadino, obligó a guardar lo que allí se colgaba. Espero que no fuera a ninguna mazmorra. Traer el casi “todo Bertuchi” fue empresa difícil que exigió muchas conversaciones. Casi estoy por asegurar que poco o nada sabe el ceutí de todo esto y si lo ha demostrado, yendo más de una vez, a contemplar la maestría del artista, Po consiguiente, acudir al “imaginario” encuentro de Bertuchi y Goya, teniendo como justificación la exposición de un magnífico retrato, el de Máiquez, sera para el espectador casi una “experiencia religiosa”, como dice la canción. Algo mágico, pese a que en ambos la manera de concebir la pintura es diferente y, en concreto, el retratismo.

Sabemos que no es nada nuevo que el Prado preste sus obras, lo normal es que se muestre poco dado a estos traslados. Pero la ocasión de una celebración, como la que festejan, inteligentemente lo justifica. Las exigencias del Ministerio de Cultura y del patronato del museo madrileño son estrictas: abultadas pólizas de seguros con firmas de prestigio; transportes de reconocida responsabilidad; vigilancia extrema, como si se tratara de un jeque saudí, y una climatización de los sitios expositivos, medidos segundo a segundo.

Claro que no siempre fue así. De mis años en Córdoba recuerdo aquella casa frente a la nuestra, en la cual, a diario, veía en su salón una “Adoración de los Magos” de factura postbarroca. Cuadro de gran formato que ocupaba toda una pared. Mas ocurrió que, un día, aquellos Magos desaparecieron de mi vista.. Pensé que , como en el poema de Cernuda, los Reyes de Oriente habían decidido regresar de donde partieron. Esa vuelta, en el poeta sevillano, queda justificada porque creen que la misión estaba cumplida y, además, sienten que sus mentes empiezan a denunciar desequilibres mentales. Mi vecina contó que el Prado, de donde llegó el cuadro, lo reclamaba con urgencia:

-Lo teníamos en préstamo... fue la manera de agradecerle a mi suegro (que había sido alcalde), su apoyo y fidelidad a Franco. Y cuando pensábamos que se habían olvidado de la pintura, van y nos la quitan. De nada ha servido eso de “Santa Rita, Santa Rita, lo que se da no se quita..”

Fue con la llegada de la democracia, cuando se movilizó esta cruzada de recuperar las dádivas franquista. Quiero pensar que en algunos hubo suerte y, como mis vecinos, también otras familias se hallaron en la necesidad de remodelar salones y despachos para disimular los vacíos.

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