Tras la muerte accidental del Presidente de Polonia, hace unos meses, el pasado domingo se celebraron las elecciones presidenciales que han provocado la desaparición del último bastión del poder ultraconservador en aquel país, que no era otro sino la Presidencia de la República. Los liberales han vencido en las elecciones y su candidato, Komorowski, será el nuevo jefe del Estado polaco. Esta victoria electoral no sólo tiene las consecuencias normales de un resultado electoral y de un cambio de escenario político que se da cuando el partido en el poder lo pierde. Esta victoria electoral, en medio de una gran abstención, es también la expresión de dos formas de plantear la vida política y social.
Los gemelos Kaczynski, uno de los cuales se presentaba como sucesor de su fallecido hermano, representan una combinación nada saludable de clericalismo, estatalismo y de aislacionismo. Una expresión de una mentalidad y de una ideología que pretendía que Polonia fuera una reeditada ‘reserva espiritual de Occidente’.
El derrotado conservadurismo polaco representa una visión de la realidad donde la sociedad y la política deben de vivir bajo los dictados y la alta dirección del clero católico.
Una concepción confesional de la sociedad donde no hay espacio para los que no comparten apreciaciones que si son privadas son fruto de la elección personal, pero que si se convierten en públicas terminan por menoscabar gravemente a la libertad individual.
El conservadurismo polaco busca tener un estado fuerte que sea capaz de tener controlados a los ciudadanos. De hecho el poder de la instituciones públicas se ha reforzado con los gobiernos y la presidencia conservadores, hasta el punto de intentar utilizar los archivos estatales de la época comunista para comenzar una inmensa e interminable ‘caza de brujas’ con la única finalidad de terminar con todos los oponentes políticos.
Finalmente los conservadores han intentado que la permanencia a la Unión Europea no afecte en lo más mínimo a su proyecto. Han dificultado todo lo que han podido el proceso de ratificación y ulterior entrada en vigor del Tratado de Lisboa, han intentado obstaculizar (con la simpatía del ex Presidente Bush) el proceso europeo de toma de decisiones y, con perjuicio hacia el propio país, han renunciado a la mayor parte de los fondos europeos, de manera que los polacos tienen motivos para envidiar hasta a Marruecos por sus carreteras.
La victoria de los liberales no ha sido rotunda, aunque sí con mayoría absoluta, lo cual es lógico tratándose de una segunda vuelta. El país ha quedado política y electoralmente dividido entre un norte y un oeste liberal y europeísta y en un sur y un este conservador y aislacionista.
Pese a que los sondeos eran muy favorables a los liberales, el candidato conservador solamente ha sido derrotado por unos cinco puntos, ya que se ha aprovechado de la ola de simpatía producida tras la muerte de su hermano (que tenía una valoración de únicamente el 20% antes de morir) y por el crucial apoyo de los poderosos medios de comunicación de la Iglesia Católica.