Cuando la política se hace en los despachos, malo. Cuando las impresiones de lo que sucede en las calles te lo trasladan los asesores, peor. Cuando un gobierno termina siendo más de papel y bolígrafo que de contacto con la gente, la hecatombe.
La gestión hay que hacerla en la calle, pero resulta que últimamente parece que los gobernantes se esconden en los despachos. ¿Hace cuánto no vemos a la cúpula que lleva las riendas de esta ciudad mezclarse con la gente?
No me vale cortar una cinta, tampoco ir a la inauguración de un alumbrado o a la presentación de un libro. No, no. Hablo de ir a los sitios como en campaña, escuchar a la gente para que cuenten lo que les pasa, ver cómo están las calles y pisarlas para ver si se te quedan pegadas las suelas de los zapatos de mierda que hay o no… Eso es necesario, lo demás no.
Y esas cosas las tiene que hacer un alcalde y su equipo, esas cosas las tiene que hacer el que manda y los que ha elegido para que le acompañen. Porque si no lo hace no sabe lo que hay, porque si no lo hace solo sabe lo que le cuentan, y a estas alturas de la vida en esta tierra no hace falta escudos protectores, hay que bajar al fango para saber qué está pasando, de qué se queja la gente, qué pide y qué no obtiene.
El séquito presidencial no tiene que ir con los medios de comunicación detrás ni mucho menos. Pero tiene que salir, tiene que acudir a los barrios, tiene que estar con la gente, tiene que promover esa cercanía saliendo del Palacio Autonómico.
La gestión en la calle. Esa es la que sirve, la que vale, la que se espera ahora, no en campaña.
Porque esta última solo es una mera farsa.