Felipe Navarro Ceballos-Escalera, barón de Casa Davalillo, nació en 1862. Fue un oficial que hizo gran parte de su carrera militar en Marruecos, pero tuvo la mala suerte de encontrarse varias veces en tiempo y lugar equivocados. Con quince años ingresó en la Academia de Caballería y se graduó con el número uno de su promoción.. Luchó en la campaña de Cuba donde ascendería a capitán por méritos de guerra y en la de Filipinas, consiguiendo el empleo de comandante, también por méritos de guerra. Cuando regresó a España, pidió destino a Marruecos, donde prácticamente hizo el resto de su vida profesional. Diplomado en la Escuela Superior de Guerra, tuvo que abandonar varias veces los estudios para acudir a diversas acciones.
Ascendió a general de brigada en virtud de servicios prestados en la zona de Larache y el 25 de agosto de 1919 fue nombrado segundo jefe de la Comandancia general de Ceuta, a las órdenes del general Fernández Silvestre, con quien viviría algunas aventuras posteriormente. Intervino en numerosos combates como Regaia, Garbaua, Sel-la y otros, hasta que el 20 de octubre de 1920 cesó como segundo jefe de la Comandancia general de Ceuta, quedando nombrado para el mismo cargo en Melilla, donde llevaba aparejada la presidencia de la Junta de Arbitrios, ya que entonces tenía ese nombre el órgano de administración local de la ciudad española. No obstante, simultaneó el citado cargo con sus obligaciones como militar, participando en la mayoría de las operaciones que tuvieron lugar en la zona.
"En 1921 era general segundo jefe de la Comandancia de Melilla y, por lo tanto, a las órdenes otra vez de Manuel Fernández Silvestre que había pasado a ser responsable de esta circunscripción"
En 1921 era general segundo jefe de la Comandancia de Melilla y, por lo tanto, a las órdenes otra vez de Manuel Fernández Silvestre que había pasado a ser responsable de esta circunscripción. Allí estuvo oscurecido siempre por la fuerte personalidad de su superior que tenía fama de hombre valiente y de contar con el apoyo del Rey. En abril de ese año ocupó durante veinte días el cargo de Comandante general, por ausencia de Silvestre y, ya de regreso éste, le acompañó durante la toma de Abarrán, que tan funestas consecuencias había de tener. Días después recibió el encargo de ocupar Igueriben, lo que cumple puntualmente y donde recibe a Silvestre que lo felicita, sin saber ambos que la caída de este baluarte supondría el principio del descalabro de Annual.
Doce días antes de la tragedia, el campo desde Melilla hasta Annual estaba tranquilo y las docenas de blocaos existentes eran abastecidos con normalidad. Nadie podía presagiar la derrota que se avecinaba, ya que las confidencias informaban de un Abd el Krim que intentaba unir a las cábilas del Rif sin demasiado éxito.
El 9 del fatídico mes de julio de 1921 se le concede un permiso de algunos días para trasladarse a la Península pues no se encontraba muy bien de salud, pero le llamaron con urgencia porque se precipitaron los acontecimientos en la vanguardia española del Rif, cerca de Annual.
El general Navarro regresó rápidamente el 19 de julio, trasladándose rápidamente al encuentro de Silvestre frente a Igueriben, donde ambos fracasaron en socorrer esta posición. Enviado por su superior a Melilla para organizar la retaguardia cuando ya se presentía el desastre, tuvo tiempo justo de regresar de nuevo y recibir la columna española de retirada en Dar Drius el 22 de Julio a las 15:30 horas y tratar de contenerla y encuadrarla hasta finalmente detenerse en Monte Arruit, a 35 kilómetros de Melilla. Allí se le dejó sin auxilio, soportó continuos ataques, incluso de artillería, y fue autorizado a rendirse el 9 de agosto de 1921 pero, antes de ser conducido prisionero a Axdir, tuvo que contemplar como los rifeños asesinaban a los soldados que habían capitulado obedeciendo sus órdenes. Casi 3.000 hombres perecieron en Monte Arruit delante de Navarro.
De la prisión al Consejo de Guerra
Durante dieciocho meses permaneció prisionero en Axdir, el poblado de Abd el Krim, donde pasó grandes privaciones y nuevamente asistió a la muerte de algunos de sus subordinados por hambre, enfermedades o fusilamientos ordenados por los rifeños, hasta que en enero de 1923 el Gobierno español, utilizando los buenos oficios del industrial Horacio Echevarrieta, pagó cuatro millones de pesetas y fueron liberados todos los prisioneros. Y el general Navarro, trasladado a Melilla con sus compañeros de infortunio en el trasatlántico “Antonio López”, se despidió de todos y regresó a la Península.
Todavía tuvo que sufrir un Consejo de guerra acusado de negligencia y omisión en el cumplimiento de su deber, por su actuación en los citados sucesos de Melilla de Julio de 1921, al igual que el Alto comisario Berenguer que no le ayudó en Monte Arruit. Defendido brillantemente por Luis Rodríguez de Viguri, Auditor de brigada del Cuerpo Jurídico Militar, fue absuelto de todos los cargos ya que el propio fiscal retiró la acusación y, tras reponerse de estos avatares, pidió volver a África.
De Ceuta a Madrid
El 26 de septiembre de 1924, menos de año y medio después de conseguir la absolución, fue nombrado Comandante general de Ceuta y, como tal, recibió en esta ciudad, en 1925, al mariscal Philipe Petain en su visita a bordo del crucero Strasbourg, para conferenciar con Primo de Rivera sobre la solución de la guerra en Marruecos. En su nuevo paso por Ceuta pudo participar, siendo Primo de Rivera Alto Comisario, en algunas de las operaciones que ya con otro signo se desarrollaban e incluso estuvo al tanto, preso de gran emoción, de las operaciones que, tras el desembarco de Alhucemas llevaron a las tropas españolas a la toma de Axdir y, por tanto, a la casa y el pueblo donde pasó prisionero un año y medio presenciando tantas penalidades.
En aquellos montes donde trabajaron y murieron los supervivientes de Annual y Monte Arruit, los legionarios cavaron un pequeño cementerio donde fueron enterrados los restos de los muertos de aquellos 18 meses de pesadilla.
Cuando se rindió el último guerrillero rebelde y el Protectorado volvió a la paz, el barón de Casa Davalillo tenía sesenta y cinco años y en 1926 había ascendido a teniente general y nombrado capitán general de la I Región militar con sede en la capital de España, pasando a la Reserva en 1931. Entonces se refugió en la casa familiar de Madrid con sus recuerdos. De allí lo sacaron unos milicianos con su hijo Carlos, también militar, en julio de 1936 y los asesinaron como a tantos otros en Paracuellos del Jarama. Tenía entonces 74 años.
Aquel hombre que había ocupado disciplinadamente puestos de enorme peligro, que se salvó del desastre de Annual sobreviviendo a la masacre de sus 3.000 hombres en Monte Arruit, que salió indemne del cautiverio en Axdir, donde perecieron tantos de sus subordinados y soportó estoicamente el Consejo de Guerra donde se pretendía dinamitar su carrera militar, tuvo un final inesperado e injusto, cuando ya había alcanzado el descanso que merecía.