Manuel Fernández Silvestre nació el l6 de diciembre de 1871 en Caney (Cuba), hijo del comandante Víctor Fernández Pantiga y Eleuteria Silvestre y Quesada. Después de ingresar en la Academia general militar en 1889 pasó a la de caballería de la que salió en 1893 como segundo teniente y embarcando para Cuba con un escuadrón del regimiento de Tetuán. Allí iba a comenzar una carrera de continuas acciones que duraría veintiocho años, hasta el mismo día de su muerte.
En la isla donde nació tenía lugar entonces una de las graves insurrecciones que azotaban a Cuba y enseguida entró en combate con su unidad, ascendiendo a primer teniente por antigüedad, en julio de 1895. Durante sus destinos en el Caribe participó en más de cuarenta acciones, ascendiendo a capitán por méritos de guerra, hasta que el 11 de enero de 1898, cargó con su escuadrón contra el enemigo, como había hecho docenas de veces y en el asalto sufrió dos heridas de bala que, sin embargo, le permitieron ordenar una nueva carga en la que recibió otros tres balazos y once cuchilladas, quedando en el campo y dándole los rebeldes por muerto. Aquel fatídico año 98 fue ascendido a comandante y, tras recibir primeros cuidados en la isla, se le trasladó a Madrid donde ocupó varios destinos hasta que en 1904 consiguió mandar el escuadrón de Cazadores de Melilla.
La aventura de Marruecos
Al pisar tierra africana ocho años antes de la creación del Protectorado español, aquel comandante de 33 años ignoraba las increíbles aventuras que debería vivir a lo largo y ancho de Marruecos, ya que su presencia sería requerida en todos los lugares de mayor peligro. Llevaba la experiencia de Cuba, dos cruces rojas al Mérito militar y una también de primera clase de María Cristina. Estudioso del árabe, se graduó en este idioma con un joven profesor llamado Mohamed ben Abd el Krim el Jatabi y en 1908 pasó a ocupar el cargo de Jefe superior instructor de la Policía xerifiana en Casablanca, unidad que debía garantizar la paz y el orden en Marruecos, según los acuerdos de la Conferencia de Algeciras.
Franceses y españoles se disputaban la hegemonía en Marruecos y las relaciones entre las fuerzas de ambas potencias era difícil, a pesar de lo cual el ya teniente coronel Fernández Silvestre recibió la Cruz de la Legión de honor de Francia, por su trato con los soldados de este país. Realizó, con escasa escolta, arriesgadas incursiones al interior de Marruecos, de las que confeccionó informes para el Estado Mayor, una de 800 kilómetros por Arcila, Alcazarquivir y Uazán y otra por Azemur, Mazagán y Safi llegando hasta Marrakech, lo que en aquellos tiempos constituía una proeza por tratarse, en algunos casos, de territorios no sometidos a la autoridad del Sultán.
Su labor tuvo tanto éxito que en 1910 fue nombrado Gentil hombre de cámara del Rey y un año después le confiaron también las fuerzas españolas destacadas en Larache. El 22 de febrero de 1912 ascendió a coronel y en junio de 1913 a general de brigada, ya como Comandante general de Larache, cargo que había ejercido anteriormente en comisión. En diciembre de ese año, tras múltiples acciones, recibió la Gran cruz roja pensionada del Mérito militar, en 1915 la Gran cruz de María Cristina y ese mismo año fue nombrado Ayudante de campo de Su Majestad.
Sin embargo, este último nombramiento y el traslado a Madrid estuvieron rodeados de gran polémica. En su gestión había tropezado con un personaje difícil, nada menos que con Mohamed Ahmed Raisuni llamado el águila de Zinat, señor feudal que imponía su ley en un país de costumbres muy diferentes al código que se había impuesto Silvestre. Las dos personalidades chocaron en el campo de batalla mientras el Alto comisario general Marina, superior del comandante general de Larache, negociaba la paz por separado a través del intermediario Ali Alkalay que con un salvoconducto especial, aseguraba el contacto oficioso. Este mensajero fue asesinado camino del cuartel general del Raisuni y apareció implicado al menos un oficial español, por lo que se pensó que Silvestre había tenido algo que ver en el asunto. Marina presentó su dimisión y el impetuoso general Silvestre fue al mismo tiempo sustituido y premiado con el citado cargo junto al Rey.
El contacto con el monarca y su paso por Madrid, le aportarían amistades importantes, lo que le permitió ayudar a algunos compañeros como a Dámaso Berenguer que ocupó puestos políticos con los informes favorables del influyente y condecorado Silvestre.
El eje Ceuta-Melilla
Tres años alejado de la acción eran demasiados y en 1918, fue ascendido a general de división para ocupar un año después la Comandancia general de Ceuta, en la que sucedió al general Arráiz, cuando era Alto comisario el compañero y amigo Berenguer, bajo cuyo mando dirigió las columnas de Larache y Ceuta que ocuparon el Fondak de Ain Yedida, llave de las comunicaciones entre la capital del Protectorado con Tánger y el sur. Su paso por Ceuta fue breve, escasamente seis meses, pero la acción del Fondak revistió la suficiente importancia como para que fuera recordado y se le diera, a continuación, el destino de mayor confianza de la época por su alejamiento e incluso por las importantes acciones que se esperaban en la zona de Melilla, de donde Silvestre sería nombrado comandante general el 30 de enero de 1920, al ascender Aizpuru dos días antes.
En realidad, la situación en Melilla era comprometida porque estaba gestándose la rebelión de Abd el Krim y se advertía una agitación extraordinaria en las cabilas, desde Nador hasta Alhucemas. Era decisión política avanzar hacia el oeste y ocupar físicamente un amplio territorio que permitiera unir las comandancias de Ceuta y Melilla, en Xauen. Silvestre era, sin duda, el militar que podía conseguir esta misión imposible y allí estaba, con la escasez de medios de siempre, para llevarlo a cabo.
Después de cuatro meses de planificación, el 7 de mayo de 1920, comenzó el avance y el 15 se ocupó Dar Drius, a unos 50 kilómetros de Melilla y base de todas las futuras operaciones hacia Alhucemas, progresando 17 kilómetros más hasta Midar y completando la acción con la llegada de tropas españolas a Dar Quebdani, la Alcazaba Roja y Monte Mauro el 11 de diciembre de 1920. Aquel fue un invierno extremadamente duro en el Rif y el general Silvestre, con sus grandes bigotes, aprovechó la ocasión para continuar el avance llevando trigo o sobornos y estableciendo posiciones militares. En Dar Drius sometió la cabila de Tensamán y el 15 de enero de 1921 alcanzó la fatídica posición de Annual, en Beni Ulixek, ya en el límite de la cabila de Beni Urriaguel, la más belicosa del Rif y cuna de la rebelión de Abd el Krim, el antiguo profesor de árabe de Silvestre en Melilla.
La primera mitad de ese año 1921 fue gloriosa para el general que había cosechado tantos éxitos. En mayo viajó a Madrid en cuyo Ministerio de la Guerra le fue impuesta la Gran Cruz del Mérito Naval, trasladándose después a Valladolid, para regresar enseguida a Melilla en aquel fatídico 1921.
La fortuna abandona a Silvestre
Confiado en su buena estrella, en su experiencia y sin valorar la importancia del personaje con el que se enfrentaba entonces, el general, en contra de los consejos del jefe de la Policía indígena coronel Gabriel Morales, ocupó monte Abarrán el 1 de Junio de 1.921 para instalar allí una posición para asegurar la protección de Annual, sirviendo para futuros avances. La harka de Tensaman, con la que había llegado a un acuerdo de colaboración, disparó contra los españoles, las tropas indígenas desertaron en parte y la posición se perdió a las pocas horas de ser ocupada, muriendo casi todos sus defensores y dejando en poder del enemigo algunas piezas de artillería, hecho muy grave en aquellas campañas coloniales.
Por primera vez el bravo general no reaccionó, perdiendo la iniciativa, aunque siguiendo instrucciones del Alto comisario, según algunas fuentes. El gobierno no quería correr el riesgo de nuevos reveses y el citado Alto comisario Berenguer que se encontraba en plena campaña contra el Raisuni en la zona de Larache, le impuso prudencia. Por otra parte, Silvestre había llegado al límite de elasticidad de sus fuerzas, conocía la falta de comunicaciones con Melilla que ya se encontraba a unos 130 kilómetros y temía la reacción de las cabilas que él mismo ha armado a su retaguardia, comprobando informes que le confirmaron la escasez de hombres, municiones y víveres. El 5 de junio de 1921, tras el llamado zarpazo de Abarrán, se entrevistó con el Alto comisario Berenguer en aguas de Sidi Dris, frente a Annual, y éste le pidió paciencia hasta que él acabara la campaña contra el Raisuni. Esa decisión de perder la iniciativa, dado el carácter rifeño, sería fatal y también la negativa del gobierno a facilitarle hombres y dinero para mejorar los caminos hacia Melilla.
El 7 de junio de 1921 Silvestre, preocupado por la débil posición de Annual, ocupó Igueriben, aquella colina situada muy cerca. A partir de entonces se mantuvo una calma tensa que hacía presagiar la tragedia. Silvestre, incansable, visita las posiciones, reparte las tropas, pide de nuevo refuerzos. Se le ordena de nuevo que espere, ya que el Raisuni está a punto de ser vencido en su feudo de Tazarut, en las montañas entre Larache y Xauen. Allí hay concentrados importantes efectivos, desde el Tercio hasta aviación y Regulares. No hay tropas para enviar a un general que ya estaba angustiado por la situación.
El 14 de julio comienzan los ataques sobre Igueriben que solo puede recibir un convoy de ayuda. El 20 de ese mes, tras varios fracasos intentando abastecer a la posición, Silvestre concentró en Annual todas las fuerzas disponibles e intentó forzar los desfiladeros en una carga para liberar Igueriben de la presión rifeña. Nuevo fracaso. Con su hijo, alférez de caballería en la posición, el general estaba abatido y comprendiendo la magnitud de la tragedia que se avecinaba. Ya no era el mismo militar vencedor en cien combates. Ahora, una sombra que pedía opiniones a sus subordinados. Se decide la retirada sobre Ben Tieb, donde existen posibilidades de resistir, retirada que se convirtió en el desastre ya conocido, al perderse el orden y la disciplina. Ante esa tragedia, Silvestre, después de mandar a su hijo que estaba allí de permiso a Melilla, sucumbió por los disparos enemigos que es lo más probable o se suicidó con su propia arma, según otras versiones. Más de 10.000 de sus hombres morirían a partir de aquel momento.
La memoria del general Silvestre
Desde entonces y durante doce años más, el hundimiento de la Comandancia de Melilla presidiría la vida política nacional. Mientras que el expediente Picasso pretendió depurar las responsabilidades militares, otros se ocuparon de averiguar las también responsabilidades políticas y la tarea no fue fácil. Había un entramado de circunstancias de difícil explicación: medios insuficientes, presupuestos mal empleados, tropas poco combativas para no generar protestas con sus bajas, corrupción en las administraciones, cabilas armadas a retaguardia, posiciones diseminadas, imposición militar en vez de penetración pacífica. Demasiados factores sobre los que presionaban las familias de los miles de hombres que perecieron en el desastre.
Mientras se hablaba que Silvestre no había muerto y continuaba su lucha en el Gran sur marroquí, la mayoría intentó cargar sobre sus hombros la responsabilidad de la derrota. Se argumentó su carácter impetuoso, la desobediencia hacia Berenguer, su desprecio hacia el Estado mayor, la falta de previsión. En realidad siempre mantuvo unas excelentes y disciplinadas relaciones con el Alto comisario y avanzó con la falta de precauciones y la política de sobornos con que entonces se realizaban las operaciones en Marruecos. Sin embargo, su muerte en el Rif fue realmente providencial para los que necesitaban un responsable de la tragedia.
Sus restos nunca fueron encontrados. Tan solo su hijo recibió un maletín con algunas condecoraciones y objetos personales. Aquel alférez de caballería destinado en Melilla había salvado la vida in extremis, pero debió seguir viviendo unos años en que el cadáver de su padre estaría presente en muchos hogares e instituciones del país, desde el Congreso hasta el más escondido pueblo en las montañas. Manuel Fernández-Silvestre y Duarte, aquel joven alférez que vivió el derrumbamiento, la retirada de Annual y la trágica desaparición de su padre, murió en el frente de Toledo siendo Comandante de una Bandera de Falange, en la primavera de 1937.