Esta confesión está llena de lloros, asombros y sonrisas. Paseaba tranquilamente con la familia cuando de repente se metió por debajo de la rueda delantera del conductor un gato. El grito de mi hijo fue tremendo. Frene, pero era tarde. Yacía muerto el pobre felino. Busque un plástico lo metí dentro y busque un contenedor para depositarlo allí. Se que fue mala conducta por parte mía, pero no lo iba a dejar allí en mitad de la carretera para que más de uno lo aplastará más de lo que estaba. Fue un pequeño gesto de civismo.
Mi hijo y mi mujer me estuvieron recriminando el no haber hecho alguna maniobra evasiva. Pero la verdad que no lo vi. Y por supuesto no lo mate a conciencia.
Tenía mi corazón muy apretado. Tenía que levantarme temprano para trabajar y me dispuse a meterme en la cama y allí comenzó la segunda parte de la odisea.
Se me presentó un gato color negro, con los ojos verdes. Empezó a hablarme: “Tu te crees que soy un montón de carne caducada que se tira al basurero. Pues te digo que fui un felino muy bello. Todas las gatitas cuando me veían me llamaban para tener relaciones con ellas. Mi dueño me trataba como un maraja y contaba con un jardín para mí solo. Tenía mi casita y mis rascadores. Era muy feliz, hasta que tú te cruzaste delante mía y me mandaste al huerto de los callados”.
Te advierto que no estoy contento. Deseo que tu también pases por lo que me ha pasado. Aunque creo que no es de buen gato. Pero mi ímpetu me dice que te diga todo esto.
Con lo contento que estaba yo saltando de un lugar a otro. Ver que mis cuidadores están buscándome.
A mí se me cae el alma. No puedo presentarme como lo estoy haciendo contigo. Ya que sería un castigo.
Por eso te suplico que vayas a mi casa y le digas a mis dueños lo que me ha pasado. Que dejen de poner carteles buscándome. Y que se queden más tranquilos. Aunque sé que transmitiré un poco de pena.
Se me cae el corazón solo de pensarlo.
Me dio la dirección y yo con todo mi rostro que parecía un crucificado me acerque al lugar y le expuse el fatal desenlace de su mascota. Y también me eché el mea culpa. Ellos me dieron un pequeño empujón para superar el trago al decirme que se escapaba cada dos por tres ya que era muy revuelto. Algo me quito de pena, aunque la procesión sigue por dentro. Pobre gatito.