Opinión

García de Paredes, Sansón de Extremadura

En muchos de mis artículos procuro poner en valor a Ceuta, a Extremadura, mi querida tierra, y a Mirandilla, mi pueblo. No lo hago ni para exaltarlas subjetivamente ni por mero chauvinismo localista, sino pretendiendo hacerles estricta justicia con imparcialidad objetiva. Por eso, igual que en vida hiciera mi buen amigo ceutí y mejor persona, Pepe Gutiérrez Álvarez, amante de mi tierra, sus monumentos y bellos paisajes, que fue Premio Extremadura de Fotografía, y que tanto investigó también sobre las Ceuta de América (Méjico. Venezuela y Cuba), cuyo libro: “Ceuta en América I y II” tuvo la amabilidad de regalarme, pues próximamente también escribiré sobre las Mirandilla de América (32 topónimos iguales al de mi pueblo, que en el siglo XVI sus antepasados fueron regando por toda América).

Pues, en esa misma línea, me ocupo hoy de Diego García de Paredes, nacido en Trujillo (Cáceres) el 30-03-1468 y fallecido en Bolonia (Italia) el 15-02-1533. Desde la niñez, manejaba hábilmente una vieja espada que en casa conservaba su padre, con la que vencía a todos los demás niños. Un día acompañó a su madre a misa y, al salir del templo, se dieron cuenta que no habían cumplido con la inexcusable costumbre de santiguarse con agua de la pila bendita. La madre quiso volver, pero él le dijo que lo esperara. Volvió solo con la pila arrancada de cuajo en la iglesia de Santa María la Mayor. Se la llevó a la madre, que se santiguó dos veces: para cumplir con la religiosa costumbre y al ver lo que su hijo había sido capaz de hacer. Luego fueron necesarios seis hombres para reponer la pila en su lugar, escribe Cervera. Hasta Miguel de Cervantes recoge en el Quijote, que el “Sansón de Extremadura” detenía una rueda de molino con un dedo en la mitad de su furia. “Hércules de España” y “Le gran diable”, lo apodaban los franceses.

No era muy alto, sino más bien enjuto y lampiño, pero, debido al mucho ejercicio físico que realizaba, se fue formando de constitución fuerte con potente musculatura. La noche anterior a su marcha voluntario al ejército quiso dejar constancia de su enamoramiento a la joven a la que en sus primeros escarceos amorosos cortejaba. De madrugada fue a rondarla a su ventana. Ante la encendida oratoria del galán en su despedida, a ella le vibró el corazón y se asomó a la ventana; pero como entre ambos se interponía una reja de hierro que estorbaba a la efusión de sus sentimientos, no se le ocurrió otra cosa que arrancar también la reja. Ella regocijada y sin hacer remilgos al suntuoso ósculo que su enamorado quiso dejarle de buen recuerdo, sólo le hizo un leve y disimulado reproche por aquello del “qué dirán en el pueblo”.

Tras ilusionarse con el incipiente amor que el primer beso siempre deja de inolvidable recuerdo, empezó a preocuparle a ella la vergüenza por la que al día siguiente habría de pasar ante la vecindad cuando vieran la reja de su dormitorio arrancada. Entonces, para que nadie sospechara que se hubiera propasado en su amor platónico, él arrancó todas las rejas de las demás ventanas de alrededor, para que la gente pensara que no se trataba sólo de ella, sino más bien de una gamberrada contra todos los vecinos, para que así nadie mancillara la honra y buen nombre de la despampanante moza.

Incorporado al ejército, sirvió primero en la escolta del Papa Alejandro VI. Luego, anduvo con el ejército español por Europa, Norte de África, América, etc. Estuvo en el asedio a Cefalonia en Grecia; también con el Gran Capitán en todas sus conquistas de Nápoles, Ceriñola, Garellano, Navarra, reconquista de Granada y en todas las batallas más difíciles, haciendo las mayores hazañas y proezas y destacando por su enorme fuerza y gran valor. Fue duelista invicto en numerosos lances de honor. Se vio involucrado en un desafío que le hizo un capitán italiano de los Borgia, llamado Césare el Romano. El duelo acabó con la victoria de Diego, que no tuvo piedad y cortó la cabeza a su retador.

El muerto era un personaje y se formó gran revuelo en el Vaticano. Fue por ello cesado en el mando de su Compañía y encarcelado, aunque luego se fugó. Había ido ascendiendo a alférez, capitán de la escolta de Alejandro VI y coronel de la Infantería del Gran Capitán, que le tenía gran aprecio. Fue cruzado del Cardenal Cisneros, maestre de campo del emperador Maximiliano I, coronel de la Liga Santa y Caballero de Espuela Dorada de Carlos I. Se le tuvo por el militar más famoso de su época y como símbolo representativo de la fuerza, gloria y honra del ejército español.

Escritores, políticos e historiadores dejaron sobre él escrito: Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557), escritor y cronista: “...porque le vi, e hablé, e conocí muy bien...fue en nuestros tiempos uno de los valientes caballeros por su persona, a pie y a caballo, que hubo en toda Europa, entre los cristianos...Era de grandes fuerças, e muy diestro en toda manera de armas, e muy venturoso en el exercicio dellas...era muy estimado e famoso milite”. Luis Zapata de Chaves (1526 – 1598), escritor: “...el famoso Diego García de Paredes, Héctor o Aquiles de España,...valentísimo caballero y de grandísimas fuerzas”. Carlos V lo alabó así en 1530: “Diego García de Paredes, ilustres hazañas vuestras que con vuestro sumo valor habéis hecho, así en España, como en Italia, mostrándoos tal en todas las batallas y rompimientos que habéis sido espanto y asombro de vuestros enemigos, y amparo y defensa de los nuestros”.

Jerónimo Zurita (1512-1580), historiador: “El muy esforzado caballero, y extrañamente valiente Diego García de Paredes...fue el que siempre se adelantó entre todos de tan animoso, y esforzado, que se conoció en él que nunca supo temer: y después por los notables hechos de su persona, fue estimado su nombre, y conocido en toda Italia, y en la mayor parte de Europa”. Fernando de Herrera (1534-1597), escritor del Siglo de Oro: “¿Quién puede esperar comparación con las robustas i terribles fuerzas i ánimo nunca espantado i siempre sin algún temor de Diego García de Paredes?” Bernal Díaz del Castillo (1496-1584), cronista de Indias: «”..aquel valiente, nunca vencido caballero Diego García de Paredes”. Francisco Diego de Sayas (1598-1678), historiador: “...el invencible Diego García de Paredes...el osadísimo y fuerte brazo de aquel Hércules extremeño...”.


Tomás Tamayo de Vargas (1589-1641), historiador, bibliógrafo y polígrafo: “Nacido solo para el espanto de sus siglos en los combates, en las temeridades,...en la venganza de todas las injurias, en la infatigabilidad del cuerpo, y en el ánimo, que jamás tuvo pavor”. Y el Gran Capitán: “Con la espada de dos manos que tenía se metió entre ellos, y peleando como un bravo león, empezó de hacer tales pruebas de su persona, que nunca las hicieron mayores en su tiempo Héctor, Julio César, Alejandro Magno ni otros antiguos valerosos capitanes, pareciendo verdaderamente otro Horacio en su denuedo y animosidad”.

Pero su vida como espadachín a sueldo se extendió solo hasta el año 1500. El Gran Capitán le llamó para conquistar Cefalonia a los turcos. En ella fue donde Diego se ganó el apodo que le acompañó hasta su muerte: ‘Sansón extremeño’. En 1502, el ‘Gran Capitán’ le volvió a llamar para que combatiera bajo sus órdenes contra los franceses en Nápoles, contestándole: “Yo haré que de aquí a veinte días, si queréis caminar, que nos metamos dentro en Francia quedando vencidos y rotos los franceses”.

Iniciada la contienda, Diego demostró su gallardía al enfrentarse y aplastar a la caballería en la batalla de Ceriñola, el 28-04-1503. El ‘Gran Capitán’ continuó su avance hacia Gaeta. La campaña fue narrada por el cronista Fernando del Pulgar en su ‘Crónica del Gran Capitán’. Esta vez, la campaña no pudo ser más desastrosa para el Gran Capitán. Superados por el enemigo, a los nuestros no les quedó más remedio que poner pies en polvorosa. “Viendo el daño que la artillería hacía a su gente, el Gran Capitán determinó retirarse”. Desesperados sus hombres, huyeron hacia la orilla del río Garellano.

Los españoles instalaron su campamento para evitar que los galos pudieran atravesar el Garellano. Aquí surgió un duro enfrentamiento entre el ‘Gran Capitán’ y García de Paredes. Según la ‘Chronica del gran capitán Gonçalo Fernández de Córdoba y Aguilar’, escrita en 1584, todo comenzó cuando los franceses atravesaron el puente y atacaron las posiciones españolas con bravura. En la crónica ‘Diego García de Paredes i relación breve de su tiempo’, de Tomás Mayo de Vargas, se desvela que pintaban bastos para el Gran Capitán y los suyos, hasta que el Gigante extremeño apareció con unos 1.500 hombres y obligó a huir al enemigo.

El Gran Capitán se quejó: “Qué tanta vergüenza es para todos que los franceses hayan osado penetrar en los términos del campamento”. “Este no es momento de quejas, sino de volver por la reputación de España, echando a los enemigos “. El gigante advirtió al Gran Capitán que era locura combatir directamente contra el enemigo. “Señor, lo que los franceses deseaban hacer ya lo han hecho, que ha sido quitar nuestra guardia del paso, con el daño y muerte de vuestra gente. Ya ellos se retiran a su campo […] y no hay al presente contra quién pelear. Por tanto, señor, mi parecer es que no pasemos más adelante, porque no tenemos otros enemigos con quien combatir que no sea su artillería, que será muy peligrosa contra nosotros. Mejor sería que esperemos a que pasen mil o dos mil franceses, y que entonces diésemos sobre ellos, donde tendríamos cierta victoria”.

Lo sugerido por el Sansón extremeño no gustó al Gran Capitán, quien cargó contra García de Paredes para atemorizarlo. Pero éste le contestó enérgico: “Pues no puso Dios en vos miedo, no lo pongáis vos en mi”. “Señor, lo que yo tengo dicho no son palabras de miedo, que hoy no hay quien meta mayor miedo que yo meteré. Yo ha Haré que de aquí a veinte días, si queréis caminar, que nos metamos dentro en Francia quedando vencidos y rotos los franceses”. Para demostrarlo, Diego bajó de su caballo, cogió una gran espada a dos manos y se dirigió hacia el puente francés ávido de sangre enemiga. El ‘Sansón extremeño’ se aventuró totalmente sereno hacia los franceses y solicitó a los guardias franceses parlamentar.

“Los franceses, viendo que venía solo y que parecía venir en paz, se allegaron pacíficamente a hablarle, el cual en llegado a ellos, los trató con mucha cortesía. El gigante solicitó entonces audiencia con todas las personalidades francesas del campamento, desde el general hasta los capitanes. Fue entonces cuando desató su furia y “se metió entre ellos” dando espadazos con su montante. “Peleando como un bravo León, empezó de hacer tales pruebas de su persona, que nunca las hicieron mayores en su tiempo Héctor, Julio César o Alejandro Magno»

Dejó a todos asombrados. Un solo hombre luchando contra unos 2.000 franceses. Mayo, lo recoge así: «En Garellano, Diego García de Paredes, sin ayuda alguna, solo, no resiste, más acomete, y sustenta igual batalla contra todo un campo lleno de valentísimos soldados franceses, y de mayor nombre que los toscanos, en que hizo tal estrago que poblaba las riveras de cuerpos de franceses. Finalmente, la infantería española acudió en su ayuda y los franceses se vieron obligados a huir. Las crónicas afirman que los galos tuvieron más de 500 muertos. El ‘Sansón extremeño’ provocó el asombro de todos los presentes, citándole como un Superhéroes del imperio; saliendo él sin lesión alguna”.

El 11-02-1504 terminó la guerra en Italia con el Tratado de Lyon. Nápoles pasó a la corona de España y el Gran Capitán gobernó el reino de Nápoles. Condecoró a los que más se habían distinguido en el combate y nombró a García de Paredes marqués de Colonnetta (Italia). Diego regresó a España como un auténtico héroe, siendo aclamado por todos los pueblos por donde pasaba el mismo.

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