En los albores de la cultura griega, el concepto “mythos” significaba “relato” o “palabra”. Lejos de la consideración actual de este término, al que se suele asociar con algo fantasioso o irreal, los mitos eran vistos como historias verdaderas. Según el gran mitólogo Mircea Eliade, “el mito cuenta una historia sagrada; relata un acontecimiento que ha tenido lugar en el tiempo primordial, el tiempo fabuloso de los “comienzos”. Dicho de otro modo: el mito cuenta cómo, gracias a las hazañas de los seres sobrenaturales, una realidad ha venido a la existencia; sea ésta la realidad total, el Cosmos o solamente un fragmento: una isla, una especie vegetal, un comportamiento humano, una institución”. Dado el carácter sagrado que los mitos tenían para nuestros antepasados no es algo que debamos tomarnos a broma. Los mitos -desde el punto de vista de Joseph Campbell, otro gran referente en el campo de la mitología comparada- cumplen cuatro grandes funciones: la primera, es servir como orientación a través de las distintas fases de la vida; una segunda sería reafirmar las relaciones sociales de la comunidad; la tercera, explicar la constitución del Universo y, finalmente, incentivar la dimensión espiritual de nuestro ser. Para Diego Méndez, uno de los autores de la reciente obra “El árbol de los mitos. Atlas de mitología comparada” (2022, editorial Base), “estas cuatro funciones se reducirían a una sola: guiar al espíritu humano en el ciclo de la existencia”.
Me gustaría que se quedaran con esta idea expresada por Mircea Eliade de que el mito designa “una historia verdadera, y lo que es más importante, una historia de inapreciable valor, porque es sagrada, ejemplar y significativa”. Es por ello que su estudio y difusión se debe abordar desde el rigor intelectual y el máximo respeto para no profanar la esfera sagrada de los mitos. Teniendo en cuenta que los mitos están compuestos por símbolos, la interpretación de su significado oculto requiere un cierto nivel de conocimiento de las claves interpretativas que permiten su correcta lectura. En palabras de José Luis Espejo, el otro autor del libro antes referido, “el simbolismo es un modo de pensamiento abstracto que se aleja del esquema racionalista-lógico, imperante en Occidente, y otorga una significación profunda, si bien oculta, a los objetos e imágenes profanos: por ejemplo, el árbol no es entendido como un árbol a secas, sino como una imagen arquetípica que expresa la idea de fecundidad y regeneración”.
Nuestros paisajes “están sembrados de santuarios, templos, iglesias, monumentos y memoriales que señalan el lugar donde la religión y el arte depositaron sus contenidos arquetípicos en nuestro espacio temporal, y por todos el canon de los valores transpersonales estampa su sello sobre la comunidad a la que ha hecho suya” (Neumann). Ceuta y el Estrecho de Gibraltar es uno de estos grandes paisajes en la que la impronta de los arquetipos y los símbolos universales han dejado una profunda huella. Ambos tienen la propiedad de crear orden y asignar significado a la vida, además de liberar las fuerzas psíquicas transpersonales del transfondo, como la emoción estética y espiritual. Tal y como tuvimos la oportunidad de explicar durante las anteriores jornadas de historia de Ceuta, que fueron dedicadas a la dimensión mítica de nuestro entorno geográfico, es posible identificar un hilo conductor temático o mitologema (Kerenyi) que vincula al Estrecho de Gibraltar y Ceuta con la permanente renovación de la vida mediante continuas alusiones a símbolos relacionados con la inmortalidad o la eterna juventud. A pesar de que Occidente es un espacio enlazado con la muerte, por ser el punto del ocaso del sol, también lo es de la renovación o el renacimiento, pues son sus aguas sagradas las que devolvían la vida al astro rey que comenzaba aquí su viaje nocturno por el inframundo hasta su amanecer por Oriente.
Con la colonización fenicia y griega, el Estrecho de Gibraltar fue sacralizado, -siendo ésta una de las principales funciones del mito según J.Campbell- y erigido como uno de “los centros u ombligo del mundo” del que brota el agua de la vida y crece el árbol que desempeña el papel de Axis Mundi o eje de conexión entre el plano ctónico, terrenal y celestial. No debería de extrañarnos que éste fuera el destino de los grandes héroes mitológicos, como Gilgamesh o Hércules, cuya principal misión era conquistar la oscuridad o, dicho de otra forma, vencer “al espantoso aspecto de dragón de la Gran Madre, “la Vieja Mujer del oeste” (Neumann). Lo interesante de este proceso de sacralización es que se renovó en época medieval con la llegada de los árabes al Magreb Occidental, tal y como supo ver mi querido amigo el Profesor Jaafar Ben Soulami. De nuevo un espacio de oscuridad y tinieblas se transformó en el punto de encuentro de dos mares, el mundo de la conciencia y el inconsciente, un mundo sutil o imaginal, en el que se encuentra la fuente del agua de la vida custodiada por al-Khidr. De esta forma, un mismo mito sirve de unión entre dos grandes corrientes culturales, como la grecorromana/cristiana y la islámica, que, no es casual, también convergen en este mismo espacio geográfico del Estrecho de Gibraltar y de forma concreta en Ceuta. Este agua de la vida no es solo la que explica la vitalidad de la naturaleza de nuestra bioregión, sino también tenía y tiene un significado más profundo relacionado con el conocimiento y la sabiduría. Ceuta no ha sido sólo fuente de vitalidad, sino también de sabiduría, tal y como demuestra que durante el periodo medieval islámico de nuestra historia fuera un centro fundamental en el cultivo de multitud de disciplinas filosóficas, científicas y artísticas. Tenemos la suerte de contar con un mitologema real de profundas raíces naturales, históricas y míticas, hasta ahora oculto, pero que sigue circulando por los acuíferos de la geografía sagrada y visionaria, que podemos hacer de nuevo brotar para nutrir nuestra tierra y los corazones de sus habitantes. Se trata de un mito que une y no separa, como pretenden algunos, y nos eleva hacia niveles más altos y ricos de nuestra condición humana.
Naturaleza e historia cultural son grandes áreas temáticas que requieren un espacio específico para su estudio y difusión. Lamentablemente en Ceuta -siendo un lugar en que ambas realidades tienen una fuerza y un dinamismo destacado- no contamos ni con un Museo Arqueológico ni con un museo de ciencias naturales, que por las peculiaridades de nuestra geografía, tiene que girar en torno al mar y su biodiversidad. Sendas instituciones museísticas vienen siendo una demanda de colectivos como el nuestro o de instituciones, como el Instituto de Estudios Ceutíes, en el caso concreto del Museo Arqueológico. Necesitamos que el mar y la historia de Ceuta sean investigados y su conocimiento difundido con el mayor rigor científico y la aplicación de las técnicas más eficaces para lograr su comprensión y asimilación intelectual y emotiva de sus visitantes. Los museos pueden desempeñar un papel fundamental en la conformación de la identidad colectiva de un pueblo como el nuestro y en la difusión de una imagen verdadera de lo que ha sido nuestro pasado, nuestro presente y en el diseño de nuestro futuro.
Es por ello que su estudio y difusión se debe abordar desde el rigor intelectual y el máximo respeto para no profanar la esfera sagrada de los mitos
Considerando que los argumentos que sostienen la referida demanda pública de un museo del mar y un museo arqueológico son bastante sólidos, no llegamos a entender que no sea atendida por nuestras autoridades, mientras que les ha faltado tiempo para librar el dinero que haga falta para el proyectado Museo Mitológico en el torreón del puerto deportivo. Que una iniciativa estrictamente personal, haya tenido más éxito que la reiterada solicitud de instituciones de contrastada solvencia científica e intelectual, resulta difícil de entender y asumir sin al menos hacer uso de nuestro legítimo derecho al ejercicio de la crítica. Esta crítica, en un sistema democrático, debería provocar una respuesta del gobierno de la Ciudad y la generación de un debate cívico sobre la oportunidad y conveniencia de un proyecto como el presentado por el Sr. Serrán Pagán, sobre todo cuando su ejecución va a suponer el desembolso de una cantidad importante de fondos públicos. El dinero público es un bien escaso, sobre todo en el área de cultura, y las necesidades que atender son abundantes. Sin salirnos del ámbito cultural, además de la urgente necesidad de contar con un Museo Arqueológico y uno del mar, todos son conscientes de que buena parte de nuestros bienes culturales y naturales están abandonados y, en algunos casos, inmersos en un proceso de grave deterioro estructural. Atender de forma urgente estos problemas de conservación de nuestro patrimonio cultural es una obligación ineludible por parte de nuestra autoridades. Cuando se desatiende esta obligación y se desvían los presupuestos a iniciativas personales de cuestionable rigor científico sin una justificación pública o el aval de alguna institución solvente todo apunta a que estamos ante el capricho de los máximos responsables de la Ciudad Autónoma de Ceuta.
Los mitos, como hemos indicado al comienzo de este artículo siguiendo a Mircea Eliade, nos hablan de una “historia verdadera” de enorme valor por su carácter sagrado y su capacidad de dar significado a la vida y liberar fuerzas vitales, espirituales y expresivas capaces de unificar los aspectos terrenales y suprapersonales de nuestra existencia individual y colectiva. Los relatos mitológicos, como las Musas, nos hablan de lo que hemos sido, de lo que somos y de lo que podemos ser. Por todo ello, tenemos la obligación de ser muy rigurosos y cuidadosos con el tratamiento de nuestros mitos dejando al margen nuestro egocentrismo, que con gran facilidad degenera en vanidad, para centrar nuestro esfuerzo en proyectos colectivos de mayor alcance y eficacia como un Museo del Mar o un Museo Arqueológico. Sin lugar a dudas, este último, tendría que dedicar una apartado en su línea de investigación y en su discurso museográfico a los mitologemas que han tenido como escenario el Estrecho de Gibraltar y Ceuta. En la implementación expositiva de la temática mitológica podrían participar artistas locales, como el propio Sr. Serrán Pagán, Diego Segura o los hermanos Pedrajas, entre otros paisanos que cultivan la expresión escultórica. También podría contarse con el asesoramiento de expertos en el mundo de la mitología para la elaboración del aludido discurso museográfico del apartado mitológico del anhelado Museo Arqueológico. Si seguimos esta senda, mucho más sensata, rigurosa e inclusiva, haríamos un uso mucho más eficaz y eficiente de los fondos públicos y estoy seguro de que el resultado sería de muchísima más calidad intelectual, científica y artística.
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