Fukurokuju
No es importante el veinte sino el resto de nuestra vida. Pero nos empeñamos en la singularidad de los días sin ver lo profundo del bosque.
La gente debate por lo que sea, se pelea o no, dejándose llevar por la corriente, las ganas o el cuento chino. Como Fukurokuju, que nació de las tres estrellas diosas chinas. Es curioso porque se muere por la religión y está patentada. Es más, si como en los concursos literarios exigieran una clausula para cualquier religión que pusiera original e inédita, no habría ninguna, porque todas derivan de alguna otra. En el caso de Fukurokuju de los chinos, siendo a su vez precursor de las matrioskas rusas, esas muñequitas tan graciosas embutidas en sí mismas, que a mí me recuerdan tanto a la política.
Como les decía no es importante el veinte sino el ancho del bosque, los impuestos que nos lluevan, el IVA que nos piafe o el recargo del IBI que se nos suba a la chepa, junto con los recibos de la luz, la carga de las hipotecas, el alquiler del piso y los recibos del supermercado.
Mientras las tarjetas de crédito sigan funcionando tendremos vida futura y los zombis no poblaran la tierra. Las encuestas se equivocan, no ganará nadie, porque perderemos todos que nunca nos hacen política a la carta y aún así votaremos, resignados como somos de andar para delante.
No es importante el veinte sino mirar al futuro, pedir deseos para el nuevo año y pensar en las fiestas , como poco un método para hacer calderilla, que los negocios aguantan con fixo y hay que hacer caja. Se ve movimiento en las calles, la gente se rasca los bolsillos y hay esperanza, esa precaria amiga que no se siente demasiado a gusto, sentándose a nuestra mesa.
La gente de pie de calle, mi favorita, sonríe hasta sin ganas, y se comban los riñones trabajando, que no hay como pasar los días tejiendo ilusiones para luego llegar a casa y tirar los zapatos por el aire. En estas fechas, para algunos inaguantables, nos afanamos más que nunca,para recibir en casa, para cumplir los contratos, para que a nadie le falte nada, aunque nos ahoguemos en hiel y nos dé un pélpito.
Los supermercados están adornados por el consumismo, pero es falacia, porque consumimos siempre como compramos pañuelos de papel aunque no tengamos moquilla. Nos hemos acostumbrado a pastar y seguiremos pastando en mares profundos de sal y verdín, con cuentas enrojecidas y miradas vacías.
Es un día nada más, pero se toma futuro, aspira a futuro y nos darán cuatro veces seguidas las campanadas quejándonos o debatiendo, penando o clamando, por lo que hicimos una mañana temprano cuando nos levantamos y tomamos un café y brindamos al sol una papeleta. Luego al día siguiente, volaremos sobre nuestros zapatos, porque somos sufridores a las distancias cortas y para nosotros solo existe el día presente y las horas seguidas y los cuartos y los minutos y responder y trabajar en lo que nos dejen.
No es importante un fecha sino el resto de nuestra vida, las bocanadas de aire, el sol que nos guarde, la gente a la que amamos, el calor de nuestros hijos, esas pequeñas manos que nos caben en un puño, que se abren y encorsetan, que se entremezclan en nuestros pasos, futuro cabalgador e inquieto que no contó con nosotros para hacerse un plannig. Fukurokuju de cabeza universal, de geriátrica naturaleza, si vivimos lo suficiente para encadenar a un ciervo negro, en dos mil años, todos tiesos y no nos importará nada, porque nada seremos. Tampoco ellos que se empolvan las espaldas con las tapias pegamentosas. Tampoco ellos.
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