Hace dos semanas publiqué en estas páginas un artículo relacionado con la polémica acerca del racismo en nuestra ciudad, en el que defendía mi opinión sobre el sentimiento que afecta a la que denominé como “población de raíz hispana”, algo que “jamás debe confundirse con el racismo” –decía- consistente en “la generalizada preocupación ante el evidente crecimiento de la población de origen marroquí”.
“No se trata de racismo -afirmaba- es instinto de conservación de lo nuestro, de lo que siempre ha sido y debería seguir siendo Ceuta, una ciudad netamente occidental”, aludiendo a su pasado portugués y a su multisecular españolidad.
Ha habido posteriores opiniones sobre el tema, en alguna de las cuales se ha sugerido la existencia de un racismo muy extendido, oculto y subyacente, que trata de perpetuar la estructura de poder.
Aún cuando en mi opinión lo que se trata de perpetuar va bastante más allá que la mera conservación del poder, la diferencia esencial entre ambas opiniones reside en que una habla de racismo, mientras la otra –la mía- niega tal acusación, contraponiendo, frente al racismo, el “instinto de conservación”- Todo hubiese quedado ahí de no haber leído en el ABC del pasado lunes un artículo de Juan Manuel de Prada, periodista y novelista de fama, al que no hay que confundir con el Juez Ricardo de Prada, señalado desde las páginas de “El Mundo” como el detonador de la moción de censura, dados los términos en que se redactó la sentencia del caso “Gurtel”.
El referido artículo de Juan Manuel de Prada cita, a su vez, otro artículo publicado en el diario italiano “La Repubblica” por el psicoanalista Massimo Recalcati, aludiendo a la “pulsión securitaria” que para Freud es la base de toda psicología de masas.
Y es aquí donde surge la explicación de aquello que, siendo, como soy, un absoluto lego en la ciencia de la psicoanalítica, hablé de “instinto de conservación”. Según indica el citado artículo, para Freud, la defensa de la identidad propia, antes que xenofobia o racismo, es una inclinación natural del ser humano, algo congénito que estimo puede preceder a la llamada “pulsión securitaria” (de seguridad), impulso adquirido por la experiencia, pues creo que ambos conceptos no se contraponen y son susceptibles de coincidir El citado articulista añade que “no hace falta recurrir a Freud para reconocer esta inclinación humana, ligada al puro instinto de supervivencia”.
Donde escribí “instinto de conservación”, Prada dice “de supervivencia”, que viene a ser exactamente lo mismo. Llevado ya por mi deseo de, cuando menos, intentar comprender a qué se refería Freud en sus estudios sobre la psicología de masas, he comprobado que se trata de aquella en la que el individuo se ve como miembro de una tribu, de un pueblo o de una clase social que se organiza en una masa o colectividad, de tal modo que llega a formarse una especie de “alma colectiva”.
Hoy por hoy, nadie puede negar la existencia –y la preexistencia- en Ceuta de una amplia colectividad de personas de origen “hispano”. Esas personas no se han unido en ningún tipo de institución u organismo, pero se sienten vinculadas por un mutuo deseo, un “alma colectiva”: que les lleva a desear que su ciudad no pierda el carácter europeo y occidental que le corresponde como española que es y debe seguir siendo.
En una palabra en uso que no me agrada, que no se “marroquinice” Hay quienes, por desgracia, han tirado la toalla, llevados por un pesimismo total, pero aún laten ese instinto de conservación y esa pulsión securitaria (palabra que no figura en el diccionario de la RAE) en decenas de millares de ceutíes de los llamados “cristianos”, aunque me consta que en dicho “instinto” participan también judíos, hindúes e incluso musulmanes con viejas raíces en Ceuta, todos conformando una “masa”.
No se trata de racismo, que es lo que intento aclarar. Solo me resta solicitar disculpas a los expertos en la compleja ciencia de la psicoanalítica por mi muy posiblemente torpe incursión en la materia que a ellos concierne. Pienso que mi defensa del carácter occidental, europeo y español de Ceuta la hago como miembro de una masa que siente el mismo instinto de conservación.
Para la parte “científica” he citado el artículo en ABC de Juan Manuel de Prada, quien, a su vez, refiere otro de Massimo Recalcati en “La Repubboblica”, habiendo acudido además al socorrido recurso de brujulear por internet. Insisto, no es racismo, el racismo es otra cosa; supremacismo, odio, “apartheid”, anulación de derechos humanos…
¿Dónde está eso en Ceuta? Nuestros niños y nuestros jóvenes van juntos al colegio, al instituto o al Campus universitario, son amigos, unidos se divierten y practican deportes; hay profesionales y políticos de todas las colectividades; cada vez se celebran más matrimonios mixtos y jamás se ha llamado aquí a nadie “bestia con forma humana, carroñero, víbora o hiena”, como escribió el ahora Presidente de la Generalidad catalana Quim Torra, refiriéndose a “los españoles”, como si él no lo fuera. Ahí, en esas palabras, si que hay racismo. Y si alguien ha llegado hasta aquí, le pido disculpas por la aridez y complejidad del tema tratado.
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