Tuve la fortuna de conocer al Tío Franz Rosenbach, que Dios lo tenga en su gloria, cuando el Instituto de Cultura Gitana le concedió el Premio de Cultura Gitana 8 de Abril a la concordia por su coraje, su valentía y su compromiso ético en la divulgación del Samudaripen el pasado año 2011. Fueron dos maravillosos días los que compartí con él y con un sobrino suyo. Les hice de traductor y de guía por Madrid. Ellos hablaban sinti y yo romanó pero nos entendíamos estupendamente a pesar de lo que suelen decir los "expertos" lingüistas de que el sinti y el romanó son muy diferentes. El Tío Franz Rosenbach, que en paz descanse, me resultó amable, respetuoso, cariñoso como suelen ser las personas que han vivido lo suficiente como para superar la rabia, el odio, la ira que te provoca siempre la propia vida, no en vano “se tiene la edad del sufrimiento que se vive” que decía el Nobel Mauriac.
Era un gitano sinto alemán superviviente del Samudaripen, del holocausto gitano, que desde hace décadas se dedicaba a visitar escuelas para explicar su vida a los niños: “Les cuento lo que pasó a los niños en las escuelas porque ellos son el futuro”. Ha recibido diversos premios y medallas por parte de las instituciones de su país. La última, este mismo año, ha sido la Cruz Federal al Mérito Civil que le fue entregada por el Presidente Federal de Alemania Sr. Joachim Gauck.
Es difícil entender, comprender en sus extremos, el sufrimiento que este hombre ha experimentado. Por mucho que se nos cuente. Aunque sepamos que fueron asesinados 21 miembros de su familia: su padrecico, su pobre madre, sus hermanicos, sus primos, sus tíos (¡Qué Dios los tenga en la Gloria). Aunque sepamos que sufrió toda clase de abusos, vejaciones e injusticias: trabajar hasta la extenuación, sin comer ni beber, sin ver el sol, sin siquiera poder respirar el aire libre. Aunque sepamos que vivió la más horrible pesadilla: recoger en un canasto las cabezas decapitadas de sus compañeros de celda ¡Con tan solo 16 años!
No podemos asumir tanto dolor. Ni siquiera cuando sabemos que fueron, por lo menos, 500.000 gitanos y gitanas, primos y primas nuestros, niños y niñas, jóvenes y mayores (¡Qué en paz descansen!). Exterminados por la Negra Legión, por la barbarie embravecida, por la locura racista, en los campos de exterminio repartidos por media Europa.
Nuestras mentes nos protegen. Inventamos mil excusas para ello: era otro tiempo, eran racistas salvajes, era la guerra... No. Quienes perpetraron aquellos crímenes eran personas normales. Eso es lo más espantoso. Personas normales que ejecutaron a gitanos y gitanas como nosotros y nosotras. Y peor aún, quizás, es tener la absoluta certeza de que aquellos criminales escaparon sin castigo: los juicios de Nuremberg no hallaron justicia para los 500.000 gitanos y gitanas, primos y primas nuestros masacrados en el Samudaripen, el holocausto gitano. Ni un solo asesino matagitanos fue castigado. La Historia ya no tiene remedio.
Del mismo modo que su fe y su inquebrantable optimismo es lo que probablemente ha permitido al Tío Franz Rosenbach, Dios lo tenga en su gloria, sobrevivir a tanto dolor, lo único que puede redimirnos a nosotros de la rabia, del odio, de la injusticia, es la memoria. Mantengamos siempre el recuerdo de aquellos quinientos mil gitanos y gitanas, niños y niñas, mozos y mozas, hombres y mujeres, primos y primas, tíos y tías nuestros y quizás solo así consigamos mantener la esperanza de que nunca más y en ningún lugar del mundo vuelva a triunfar el racismo.