Francisca Guarch “La Carlista”, heroína de Castellfort

Francisca Guarch, hija de familia modesta, tejedores de oficio a la corta edad de quince años, se escapó de su casa para incorporarse a las partidas carlistas. Era de temperamento fuerte, y vigorosa de cuerpo; educada e influida por las ideas tradicionalistas y religiosas.
Su hermano mayor en aquellos momentos se encontraba luchando por Don Carlos, y decide hacer ella lo mismo, y sin más ropa que la puesta y con un capital de cuatro reales en plata, se va al campo para incorporarse a cualquiera de las tropas que mandaban Savalls o Castell. Ha oído contar que éstos alcanzaban grandes victorias sobre los enemigos de Dios.
Ella no tenía motivos para saber que con dos Batallones del Gobierno iban capellanes castrenses y los domingos oían misa los soldados.
No encontrando partida por el camino, llega a Tortosa y se entera allí de que Savalls está en Gerona. Cambiando en un buque sus ropas de mujer por las de varón, cambia también su nombre por el de Francisco y reemprende la marcha hacia San Esteban del Llemana, donde al fin encuentra a la partida de Ferrer, en la que se alista como voluntario.
El 23 de enero de 1873 realiza su bautismo de fuego, que no fue una victoria, sino una retirada por grupos, y tan de prisa, que se queda rezagada por no poder seguir a sus compañeros. Entre unos matojos es alcanzada por una pareja de Caballería enemiga, que la intima a la rendición.
Contesta a tiros, hiriendo gravemente a uno de los jinetes y obligando a rendirse al otro, con el cual y el caballo del herido se presenta al Jefe de su partida en San Miguel de Campuajer.
Allí es recibida con vítores y aclamaciones.
Desde entonces  continúa en operaciones en el Ampurdán y más tarde en el Pirineo, a las órdenes del cabecilla Barceló, formando parte de las fuerzas de Savalls. En la Torrellá alcanza un triunfo, no de guerra, sino de otra índole; una muchacha bellísima llamada Carme, creyéndola hombre se enamora de ella platónicamente.
Francisca sigue la broma y se cartea con su novia, mientras sigue en campaña recorriendo las comarcas de Amer, San Quírico de Besora, Igualada y San Bau. Toma parte en la victoria de los carlistas en Alpens, en la que la Brigada Weyler pierde la artillería y algunos prisioneros, distinguiéndose durante el combate, así como en el fracasado ataque al convoy enemigo que se dirigía a Berga.
Con un compañero y paisano suyo, que se había incorporado después de la licencia por herido, se entera de la desesperación de sus padres por la ausencia e ignorado paradero de su hija, y apenada les escribe dónde se halla.
El Infante Don Alfonso, que ha ido a Cataluña a inspeccionar el estado de las operaciones que no era muy favorable a la causa carlista sabe el extraño caso de aquel imberbe voluntario, que sobresale por su valor y disciplina de entre todos sus camaradas.
Al frente de las tropas formadas condecora a Francisco con la Cruz Roja del Mérito Militar y el galón de soldado de primera.
En aquellos momentos de tanta satisfacción para la valerosa muchacha aparecen sus padres, y el Infante le concede permiso de unos días para que regrese con ellos a su casa.
Concluida la licencia, sigue en la guerra hasta el final y se refugia en Francia, donde recobra su estado femenino, entrando a servir como doméstica en casa de un canónigo francés.
A escondidas vuelve a su pueblo, pero el Alcalde la encarcela, conminándole a que se acoja al indulto publicado por el Gobierno de Don Alfonso XII.
Se niega a solicitarlo y el Alcalde la pone en libertad, lo cual no impide que constantemente hable a sus vecinos las bondades de los carlistas y de la maldad de los alfonsinos, conducta que es causa de que se la ponga muchas veces en prisión.
Así, unas veces en libertad y otras en la cárcel, pasa los años sin que éstos tampoco la convenzan de que no debe trabajar por la causa.
Toda Cataluña la conoce por el mote de “La Carlista”. Ya vieja, continúa más firme en sus ideales, hasta que muere sin adjurar del juramento que prestó al sentar plaza en las filas de Don Carlos. Su lealtad y su valor no desmayaron en ningún momento.