Un objetivo que deberían perseguir las instituciones ceutíes de forma necesaria es el de mantener una constante y calculada promoción del conocimiento de su historia, pues siendo oscuro objeto del deseo para nuestro vecino reino de Marruecos y más o menos constantes sus reivindicaciones, divulgar las razones de la existencia de Ceuta es una cuestión prioritaria. Si al mismo tiempo, un proyecto lograse también el objetivo de lograr el ansiado desarrollo de una corriente turística que contribuya a la sana economía de la ciudad, se habrían cazado dos pájaros de un tiro. Veamos algún ejemplo al respecto:
En una de las zonas más nacionalistas de Cataluña, como es Girona, se encuentra en el municipio de Figueras la fortificación de San Fernando. Construida en el siglo XVIII, es la fortaleza de época moderna más grande de Europa y el monumento de mayores dimensiones de Cataluña. Ocupa una superficie de 320.000 metros cuadrados con un perímetro de 3.120 metros, y en las cisternas situadas bajo el patio de armas caben 9 millones de litros de agua. En la actualidad es un legado patrimonial de primer orden. Se construyó como defensa de la nueva frontera de España con Francia que había trazado el Tratado de los Pirineos de 1659.
Para hacerse una idea de sus dimensiones hay que visitarlo. En principio, recorrer parte del perímetro y el foso de la fortaleza de 100.000 metros cuadrados, ha de hacerse en vehículos 4x4. Sus galerías de minas y contraminas, bajo tierra, esas que en Ceuta existen pero no se pueden visitar, la visita se realiza provistos de casco y linterna, y caminar por esos túneles sobrecoge. La “catedral del agua”, cuatro grandes cisternas con cuya agua almacenada se podía resistir más de un año, ha de recorrerse en lanchas zodiac, provistos de chalecos salvavidas. Toda la experiencia arquitectónica que el Imperio español acumuló en Hispanoamérica está aquí recogida en su construcción, y sus aportaciones poliorcéticas, sanitarias y de supervivencia, ofrecen las soluciones defensivas más modernas de aquella época. Es muy difícil explicar todo lo que uno puede encontrar en la visita.
Pues bien, esta fortificación es un atractivo turístico que, junto al Museo de Dalí, aporta una envidiable corriente de turistas en Figueras. Pero no solo cumple este objetivo, sino que también sorprende por la lección de historia que sus bien preparados guías imparten. Muestran cómo la construcción de la enorme fortaleza supuso que en Cataluña, en aquella época un territorio atrasado y aquejado por los desordenes, se originara esa clase de burguesía que tanto gustan de exaltar, compuesta por industriales, comerciantes y productores, todos ellos proveedores de la intendencia y la construcción de la fortificación. Surgió así, a la luz de las inversiones estatales, la famosa burguesía catalana que ahora quiere independizarse. Tamaña imagen no es muy del gusto de los nacionalistas, ya que pone al descubierto la falsedad del origen carolingio que Puyol y los suyos habían fabricado. De manera que, cuantos visitan el castillo de San Fernando, salen de allí pensando. Sin el Estado no habría podido surgir la Cataluña que hoy conocemos.
¿Cómo ha sido posible este proyecto? Creando un Consorcio para la cooperación económica, técnica y administrativa entre el Ministerio de Defensa, la Generalidad de Cataluña y el Ayuntamiento de Figueras, para la gestión, organización e intensificación de las actuaciones relativas a la conservación, restauración y revitalización de la fortaleza. Todos juntos impiden que el proyecto se manipule o se desboque y, a la vez, promueven esos objetivos tan deseados. Desde finales de 2003, allí se trabaja con desvelo y racionalmente. Todo un ejemplo.
En política, y sobre todo en la de los nacionalistas, muchas expresiones se convierten en sintagmas mágicos que pretenden reinventar la realidad. De manera que cuando dejamos de lado las palabras y buscamos qué existe en el fondo de verdad sobre lo que nos están contando, en muchas ocasiones vemos que con ellas modifican la verdad y tratan de engañarnos. Descubrirlo hace que la historia se nos desvele como si fuera un trampantojo, al poder comprobar que tras el dibujo que nos enseñaban, escondido entre sus falsos trazos, existía otro muy diferente. Cuando descubrimos este nuevo dibujo, ya es imposible dejar de verlo y, del mismo modo, el falso artificio desmontado queda permanentemente evidenciado como lo que es: una trampa o un montaje para hacernos creer en una realidad que no es tal. La manipulación del lenguaje para escribir la historia a conveniencia y el hundir en el silencio lo que no gusta del pasado, son la base de numerosos procesos de tergiversación de la historia cuyas consecuencias son en la actualidad bien visibles. Al menos en Figueras la tergiversación de la historia se ha frenado.
Escribir una historia científica y basada en documentos, parece en principio muy razonable. Pero María Elvira Roca Barea, en su libro “Imperiofobia y leyenda negra”, nos descubre el engaño, nos quita las anteojeras y combate cómo se manipula la historia. Nos advierte que los documentos, incluso las actas notariales, tienen un contexto. “Además, puesto que es imposible conocer todos los documentos que un determinado asunto o época ha producido, salvo en tiempos muy remotos, se ha de proceder a una selección: se eligen unos y se desechan otros. Ahí está la trampa que corroe por la base toda pretensión de objetividad en la historia”. Pero, menos mal, que podemos confiar en que, a pesar de todo ello, existe un tipo de historia, honesta y confiable, que perdura. Y en todo caso, porque la historia ni se escribe sólo con palabras ni se sustenta exclusivamente en documentos. La historia hoy en día se trabaja tanto por historiadores como por arqueólogos, numísmatas, historiadores de la cultura o por otros especialistas y se estudia a partir de los datos suministrados por todo tipo de fuentes. La arqueología y los restos arqueológicos constituyen también un sólido fondo de la realidad. Explicarlo, fomentar su conocimiento, es requisito necesario para que la verdad o la realidad predominen.
Por esas mismas fechas en las que se firmaba el Consorcio de Figueras, en Ceuta, la Fundación Foro del Estrecho mantenía un periodo de actividades que duró hasta el año 2006, en las que el fomento del estudio y conservación de las fortificaciones ocupó un papel importante. En junio de 2002 se celebraron las I Jornadas de estudio sobre Fortificaciones, en las que durante una visita programada al Conjunto Monumental de las Murallas Reales se produjo el asombroso descubrimiento consistente en la identificación de la muralla califal de Ceuta así como de una puerta de ingreso a la medina medieval. Fue, precisamente, el hecho de reunir en un foro de intercambio y debate a buenos especialistas sobre estas riquezas histórico-artísticas, lo que propició el descubrimiento en el laberinto de tinieblas que se escondía en el interior de las Murallas Reales. En 2004 se editaron las Actas de las Jornadas y durante varios años se persiguió que el valioso descubrimiento se abriera al conocimiento público.
Su actividad durante esos años reunió a un grupo de expertos, entusiastas emprendedores en dinamizar la cultura en este ámbito del Estrecho, cuya actividad iba más allá de sus propias fuerzas. De todas las actividades que llevó a cabo, la más dinámica y prodigiosa fue la de perseguir la consolidación de una Ruta Patrimonio de la Humanidad cuya consolidación uniese todas las fortificaciones que se localizan desde Esauira, la antigua Mogador, hasta las islas del Mediterráneo, todas las cuales formaron la barrera fronteriza donde las pretensiones del imperio Otomano vararon frente al occidente cristiano.
Dos líneas de trabajo ocuparon el impulso entusiasta de ese pequeño grupo de especialistas: en primer lugar, lúdicamente, los intensos viajes que nos llevaron por toda la geografía de las costas marroquíes y las visitas a las islas de Malta, Sicilia y Rodas, examinando exhaustivamente sus fortificaciones; y la elaboración de un proyecto para solicitar ayuda de la Unión Europea en pos de la materialización de esa Ruta que considerábamos viable que fuera declarada Patrimonio de la Humanidad.
Apenas éramos unos pocos amigos – Fernando Villada, José Manuel Hita, Carlos Pérez Marín, José Luis Gómez Barceló, José Pedro Pedraja, Carmen Navío y yo, entre otros -, pero el entusiasmo nos daba alas. Viajamos por todo ese recorrido que estaba al alcance de nuestras investigaciones e, incluso, llegamos a redactar el borrador del proyecto para sostener económicamente nuestro empeño. Pronto descubrimos que era una tarea para titanes: instituciones implicadas legítimamente en el desempeño de esa funciones. Fue ahí donde no encontramos la acogida necesaria y nuestros esfuerzos se estancaron en los acantilados administrativos. Perseguíamos un sueño ambicioso, pero realista y generoso. Grande en dimensiones; huérfano de un liderazgo institucional que nos acogiese.
La idea sigue siendo valida y afanosa; seduce a quienes conocen la historia de ese reguero de fortificaciones. Algunas iniciativas en Argelia y Marruecos pretenden la declaración de algunas de esas fortificaciones, pero a solas. Los objetivos para promocionar y conservar la ruta son irreprochables: lo que en una época sirvió como frente de lucha, hoy podría unir a esos países como sistema de cooperación: intercambio de estudios, sostén técnico de su conservación, fuente de difusión de la historia, la cultura y el turismo, dinámica de entendimiento y buenas prácticas. La idea es rigurosa y robusta; la acogida política, apática e inmadura.
En estos últimos años, adormecido el proyecto de la Fundación Foro del Estrecho, he seguido por mi parte el periplo de viajes en pos del conocimiento de fortificaciones y fronteras. Próximos a la Asociación Española de Amigos de los Castillos, cuya delegación en Ceuta se asumió entre algunos de los miembros de la Fundación, participo con ellos todos los años en intensos viajes para conocer castillos y fortificaciones. Este año realizamos un largo recorrido por Armenia y Georgia, durante el cual se removieron en mis recuerdos tan ambiciosas y reales pretensiones y, con ello, surgieron nuevamente los alicientes que nos movían en aquel proyecto de ruta Patrimonio de la Humanidad.
A veces los viajes pueden servir para hacer reaparecer cosas que la historia ya había arrinconado en un desván. Por ejemplo, un atrio de Geghard excavado en la roca que se reaviva con las notas armoniosas que entona un pequeño coro al atardecer de un día que se va, pero no como un día más, sino como un día que te ha introducido en el pasado: piedras labradas, velas, imágenes sagradas, penumbra y recogimiento. Has dado unos pasos al frente, has atravesado una entrada por una puerta excavada y, tal vez, ya estás en la Edad Media. Es una experiencia cargada de mucha historia viva. Estamos en un tiempo oportuno para visitar este espacio trascendido, un espacio tridimensional al que se la ha añadido el tiempo como una dimensión más.
Lo primero que destaca de estos territorios caucásicos es lo definitivo de su localización. Sus ancestrales señas de identidad. Un territorio fronterizo que no se ha dejado arrastrar, un tamiz, un cedazo muy tupido por donde muchas culturas y civilizaciones han pasado, pero que no ha perdido su ancestral originalidad. Es posible que ello se deba a su singular pluralidad, porque es fácil advertir que es un confín de confines. Es el extremo oriental más alejado de Europa, pero es también el extremo occidental más alejado de Asia. Se estremece entre dos Imperios, el ruso y el turco. Se mantiene firme entre su condición cristiana, mientras el Islam lo circunda. Añora íntimas raíces europeas que cada día se van alejando más. Es un lugar vibrante, que se asienta en contundentes cimientos.
Tiene, pues, todo el atractivo de los grandes rincones fronterizos. Una extensión múltiple y ambigua, enlace entre pueblos y lugar de separación, espacio donde las épocas se superponen, donde las fronteras del tiempo se entrelazan como encrucijadas, alargándose, adelantándose, atrasándose o condensándose en una continuidad temporal. Y no podría dejar de ser así, tal como uno cree que la geografía y la geología determinan la vida de los hombres en sociedad.
Una red intrincada de castillos y fortificaciones, entreverada en el sorprendente paisaje, por rutas que atraviesan altas montañas, valles y empinadas colinas, hasta alcanzar Georgia con el Gran Cáucaso, muestran un lugar donde la vida no debió ser fácil, en el que todo parece una encrucijada por la que acuden tropas y huestes extranjeras, que no se sabía si iban de paso o venían a quedarse. Persas, hititas, mongoles, indo-iranios, eslavos, celtas, albaneses, griegos, germánicos, itálicos, celtas y demás migraciones innominadas, pasaron por allí, amén de los turcos, imperiales o reconstituidos, y los rusos, zaristas o soviéticos. Siempre en vilo con unos vecinos más poderosos y agresivos. Y sin embargo, ahí están. Armenios y georgianos han sobrevivido, a pesar de genocidios y sumisiones. Todo esto emociona y es una lección viva de historia. Muy parecida a la nuestra.
Siendo tan distintos, es curioso como los hombres se parecen. Pensando en esto, recordé un juicio de Claudio Magris sobre el Danubio y sus fronteras, que igualmente podría referirse a estas del Cáucaso y a la nuestra: “La historia de la Frontera es una historia de desorden, pero también de disciplina… Es sobre todo una historia de altiva autonomía, de celosa tutela de su propia independencia ante cualquier autoridad externa”.
Armenia y Georgia han conseguido que la UNESCO reconozca que una gran parte de su patrimonio lo sea de la Humanidad. No se diferencia mucho en intensidad del que nosotros conservamos, pero refuerzan su identidad con un conjunto más amplio que sobrevivió guardando las fronteras. Su potencial turístico es extraordinario y la difusión de una singular historia se muestra con todo el ardor con el que su patrimonio la respalda. Nada diferente a lo que históricamente tenemos aquí, lo singular que encierra es el atractivo con el que sus pobladores lo saben mostrar con entusiasmo y el empeño de sus instituciones que lo intentan promocionar como algo esencial. ¡Qué lección para nosotros que, teniendo tanto y pudiendo liderar proyectos semejantes, apenas sabemos lo que hacer con nuestro patrimonio histórico! Fortificaciones y fronteras son líneas de tensiones de la humanidad, pero también fuentes de conocimiento y de intercambio productivo.
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