Opinión

Las Mil Flores de la Salina de Tahua

Había una vez una joven, niña casi, llamada Sahar, natural de la aldea de Tahua en el Reino de Granada, la cual recogía sal de un paraje donde no crecía la hierba, secarral sobre el que no volaba ni la langosta. Así que antes del amanecer, Sahar se encaminaba con las otras mujeres de la aldea para trabajar con el azadón en medio del yermo y llenar las pesadas cestas, unas tras otras y, para rematar, portar las últimas. Llegaba a la aldea con el sol ya bajo y todavía había que separar la sal de la tierra y depositarla en blancos montones en el saladero donde el sol la terminaba de secar y la dejaba lista para la cocina.
Sahar vivía llena de ilusión en lo porvenir. Su figura se transformaba en la de una bella mujer, y al trabajar desnuda de cintura para arriba, tal y como se acostumbraba, las demás mujeres admiraban sus pechos, hasta el punto de admitir que eran los más bonitos de la aldea, así como su risa era la más alegre de todas.
En cierta ocasión, mientras recolectaban la sal, pasaron unos garamantes montados sobre los más finos caballos. De los cuatro, tres pasaron de largo. El restante quedó con los ojos fijos en ella, y no se alejaba. Cuando Sahar volvió a mirar, pretendiendo averiguar con discreción si el joven se había marchado, de él brotó una sonora exclamación y se lanzó a galope tendido. En divertida galopada, apretaba las piernas sobre los flancos del animal, al tiempo que sus pies desnudos espoleaban los ijares. De su cabeza, el viento hacia ondear el índigo caftán cual una bandera. Ponía tanto celo y ardor en la galopada, que se diría que cabalgaba hacia el cielo. Sahar rio divertida.
Aquella noche conoció al joven de cerca. Resultó que se llamaba Abu Ubayd y era natural de Saléh al otro lado del mar. Espigado y de hermosas facciones, además, su padre poseía innumerables camellos con los cuales comerciaba hasta los confines de al-Saharía.
La joven se enamoró de él y llegó a darle la mitad de las cuentas del collar que adornaba su cuello. Pronto se extendió el rumor de que Sahar era frecuentada por un garamante que había acudido a unas bodas. Las mujeres del salar guardaban silencio sobre el caso delante de ella. Una, sin embargo, se atrevió a hablar y dijo en tanto que portaban la sal camino del poblado:
-En las aldeas hay hombres sin necesidades especiales, que no sienten la necesidad de vagar por el desierto de al-Saharía. Hombres sencillos con los que formar una familia y no tener la cabeza llena de pajaritos como tú.
Ella respondió que prefería tener la cabeza llena de pajaritos que de sal -en referencia a la que portaban sobre sus cabezas- y que ya había elegido.
Sucedió que el joven garamante hubo de marcharse al cumplirse sus días allí. Trató de apaciguarla y le prometió que a la vuelta hablaría con su padre para tomarla como esposa. Se cambiaron promesas, abrazos y lágrimas, despidiéndose ambos con gran pesar.
No obstante, transcurrieron los meses sin que Sahar recibiera noticias del joven. Ella le envió cartas, recordándole el amor de ambos y las ardientes promesas dadas. No hubo respuesta. Finalmente, supo que el joven la había olvidado y que no quería saber nada más de ella. A partir de ese momento, la voz de Sahar no se unió a la de las mujeres que cantaban portando los cestos en la cabeza. A decir, verdad, sus compañeras de trabajo, respetaron el desengaño, por los menos delante de ella, aunque alguna que otra encontró ocasión para darle a la lengua.
El padre informó a la familia que había decidido desposar a Sahar con un comerciante murciano, viudo y algo mayor que ella, no habiendo encontrado nada mejor dada las circunstancias.
Ciertamente, el hombre fue a la casa para conocer a la novia y hablar con la familia. Resultó tan ricamente vestido, cordial y afable como gastado y viejales.
Sahar protestó ante su padre asegurando que prefería trabajar en el salar pues por muy excelente que fuera ese hombre era mucho mayor que ella.
-Eso dices ahora pero el salar es duro y lo peor de todos es que no hay ninguna otra salida para ti previsible. Hazme caso por una vez. Cásate con él y más pronto que tarde serás una viuda rica. Bien aposentada en tu casa, te reirás del mundo.
Pero Sahar, que era el ojito derecho del padre, esta vez no le bailó el agua sino que se sumió en la desesperación sollozando amargamente perdida la esperanza de que Makan se llegara a rescatarla
Fue a suplicarle a su madre, ocupaba en las tareas de la cocina.
-Envíame a Granada con tía Zaida. Yo me ganaré la vida en el mercado.
-¿Con tu tía Zaida? -hizo un alto la madre en las tareas- Granada queda lejos y ella no te pondrá a vender sedas en su tienda. No, por cierto, sino que servirás a todos ellos.
-Aun así estaría mejor que aquí -volvió a suplicar Sahar pero la madre estaba ya en otra cosa.
En tanto que era acosada por las más acerbas emociones, la casa fue engalanaba para la boda. El día señalado, Sahar rechazó toda compañía y se encerró en la habitación donde dormía con sus hermanas. Llegado el momento, el padre ordenó que llamaran a la joven. El familiar regresó diciendo que ella no respondía ni tampoco podía abrir la puerta, debiendo de esta atrancada.
Sahar no contestó a la llamada del padre y este mandó derribar la puerta. Había ocurrido lo que nunca hubiera deseado. La joven yacía en el suelo, apretando en su mano ensangrentada las cuentas de su collar. A su lado estaba la daga que había acabado con su vida. Al llevar en brazos el cuerpo de su hija, de los ojos del padre brotaron las lágrimas con profusión pero era ya tarde. Su hija amada, su ojito derecho, había partido en busca de la paz. Ojalá la encontrase en compañía de los seres queridos ya fallecidos, bajo los grandes árboles cargados de frutos que crecen en el Paraíso.
Al día siguiente, ocurrió otro hecho muy comentado. Al amanecer, la salina de Tahua apareció cubierta de flores rojas, las cuales formaban una alfombra que para sí la quisieran los jardines del monarca nazarí. Prodigio entre los prodigios, maravilla entre maravillas, todos acudieron a contemplar el portentoso suceso. El hecho se difundió por los cuatro rincones. Y se entablaron enconados debates. Un sabio que impartía su cátedra apoyado en la séptima columna del patio de la Universidad d El Cairo, afirmó que todos, excepto el hombre burlador, se portaron con la joven como debían y que sólo la desmedida pasión de esta provocó su desgracia. Otro sabio rival afirmó que con solo permitir que Sahar se hubiera marchado a Granada, la joven aún estaría viva y que aquellos que debieran protegerla labraron su desgracia. Los de este bando también afirmaban que muy probablemente el prodigio ocurrido en la salina tuviera que ver con el funesto final de Sahar y que ambos sucesos fuera uno consecuencia del otro.
La polémica subió de tono. Todos daban su parecer y analizaban de arriba abajo la conducta de cada personaje de la historia, que se comentó incluso durante las noches de campamento de las caravanas que cruzaban el desierto de al-Saharía. Pero poco a poco, el caso se fue olvidando y pasó a formar parte de tantas otras historias que se recitan en los mercados.
Hace tiempo que no se oye la risa de Sahar en el sendero. Cuentas los que aún la recuerdan, que los vecinos de la aldea buscaron entre las mil flores de la salina de Tahua la flor más hermosa y no la encontraron, por no ser Sahar más que Sahar.

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