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Y al final, la rosa se convirtió en bailaora

En el centro del escenario, un tablao. Sobre él, un tallo lleno de espinas. El patio de butacas, casi completo con el aforo actual permitido. Y de repente, una pomposa Olga Pericet aparece en escena. Desenfadada, con duende y genio, con ganas, inicia un taconeo sonoro. El espectáculo comienza y el flamenco, su flamenco, empieza a brotar de ella.

A través del imaginario tradicional de la cultura española, Olga Pericet realiza un viaje de opuestos, pasando de la risa al llanto, de la vida a la muerte, de lo masculino a lo femenino. Esta bailaora cordobesa deleitó al público de Ceuta con su forma de ver el flamenco y cómo Carlota Ferrer consiguió representar sobre las tablas la magia de la cultura española.

Esta representación de casi dos horas de duración ha sido un bálsamo para los amantes de la danza y del flamenco y para los propios artistas. Tras el parón de la cultura, debido a la situación sanitaria provocada por el coronavirus, las emociones retenidas y pausadas durante el confinamiento, se han visto liberadas sobre las tablas del Revillín ante la atenta mirada de los focos y los asistentes.

La coreografía ensayada se unía la improvisación de la bailaora sin que se perdiera el hilo de la historia. El uso del espacio y de los elementos en escena ayudaban a esta artista a realizar el viaje por la cultura. La imagen de la mujer torera esperando a porta gayola, como símbolo de valentía, fue llevada a las tablas con pasión. Un tacón como montera y la falda como capote hizo posible la recreación de una mítica escena de una plaza de toros.

Su forma personal de entender el flamenco, el cual no duda en mezclarlo con el contemporáneo, ofrecieron un espectáculo mágico, donde los aplausos se escuchaban tras finalizar cada cuadro. Al baile y a la interpretación se le añadió el cante y la guitarra española, dos elementos muy característicos de todo el imaginario que rodea a nuestra cultura.

La espina se iba convirtiendo en flor según va evolucionando la trama. Las emociones, los cuadros, los elementos van construyendo sobre la espina lo que sería la flor. Para que, finalmente, esa flor se convierta en bailaora después de haber pasado del amor al odio, de la felicidad a la tristeza, del silencio al ‘taconeo’.

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