Opinión

El final de la guerra del Rif

Algunos pensaron que al rendirse Abd el Krim a los franceses en mayo de 1926 en Snada, la guerra terminaría al no contar los rifeños y sus aliados con su líder indiscutible. Pero no fue así y unos cuantos cabecillas continuaron la campaña contra las potencias europeas que representaban la autoridad del Sultán y resistieron en difíciles condiciones un año más, desde que se rindió Abd el Krim. Salieron del Rif, cruzaron Gomara en dirección a la zona de Larache y, siempre seguidos por miles de soldados y docenas de aviones, llevaron la guerra hasta Yebala. Allí, en un área cercana a Beni Arós y al antiguo cuartel general de El Raisuni, muy próximo a la zona sagrada del Yebel Alam, habría de desarrollarse la última batalla.

Comienza el primer acto

Desaparecida la férrea autoridad de Abd el Krim el Jatabi, sus más fanáticos seguidores prefirieron seguir luchando sin esperanza a rendirse a franceses o españoles. Uno de ellos Mohamed el Tensamani tuvo un encuentro en Bab Berred entre Ketama y Xauen, con las fuerzas del teniente coronel Capaz que, tras el éxito de su raid, se había convertido en el eje de todas las operaciones finales. Los bereberes fueron derrotados en este encuentro y uno de los supervivientes reconoció entre los cadáveres al citado jefe rifeño. Su muerte se comunicó enseguida al gobierno en Madrid.
Mohamed ben el Mokkadem el Tensamani y su hermano Abdselam, proclamándose mandatarios de Abd el Krim, mantuvieron la lucha en el Rif y Gomara hasta que fueron vencidos por Capaz. Pero ninguno de los dos murió realmente en la acción de Bab Berred, ya que dos meses más tarde se rindieron al general Sanjurjo en el Ajmás, cerca de Xauen. Este, en el parte al Gobierno escribió a mano “hasta los muertos se someten”.
Alí Ajamelich el Selliten, otro de los últimos jefes, se estableció con una partida de 1.000 hombres en Ankod, al sur de Bab Berred, con un importante depósito de armas y municiones. Nuevamente se desplazó hacia esta zona el teniente-coronel Fernando Capaz y acudió en su ayuda la columna del coronel Emilio Mola que permanecía en reserva. Capaz, gran conocedor del terreno y de la psicología marroquí, marchó muy deprisa toda la noche, cubriendo los treinta kilómetros que le separaban de Ajamelich. Mola, por su parte, compareció igualmente en Ankod al amanecer y ambos atacaron por sorpresa a los rifeños que fueron derrotados y huyeron abandonando su depósito de armas y municiones.
El Gran Visir arengando a los miembros de una cabila amiga durante un zoco para pedirles que continúen siendo fieles a España y al Majzén. En el centro, a caballo, se distingue a Ben Azuz con su blanca barba. Al fondo, fuerzas montadas de la Mehal-la con las armas listas para intervenir (Foto: Pérez Rozas para Mundo Gráfico)
Ajamelich el Selliten había participado meses antes en una conjura para asesinar a Abd el Krim, pero delató a sus compañeros que fueron ajusticiados. Se rindió a los franceses en Targuist después de que lo hiciera el Jatabi, trabajó para que los españoles lo nombraran caíd de Zerkat y, al no conseguirlo, se unió a las partidas que huían formando una harka, y causó importantes bajas a los regulares estacionados en la región de Ketama. Mandando a hombres decididos pero hambrientos y mal armados, fue la postrera pesadilla de los ejércitos combinados hispano-franceses.
Ajamelich y la partida del Tensamani confluyeron en el bosque de Curt y en las cumbres del Yebel Taria, monte de 1672 metros al sur de Xauen, donde se les cercó para que las columnas de Yebala actuaran mientras con libertad sobre el Yebel Alam y el Buhaxem.

Segundo acto: el Yebel Alam

Las tropas se encontraban ahora ante un objetivo muy delicado. Importantes núcleos de rebeldes se habían atrincherado en las inmediaciones del Yebel Alam. En esta zona, situada en el centro de un triángulo cuyos vértices serían Tetuán, Xauen y Larache, se encuentra la tumba del venerado santo Muley Abdselam. Nunca habían estado allí las tropas españolas y existía el peligro de herir los sentimientos religiosos de las cabilas amigas, generando otra revuelta general, esta vez de tipo religioso. El Gran Visir jalifiano Ben Azuz, tras una reunión con los chorfas de Tetuán, aconsejó al mando que no entraran tropas europeas en la zona sagrada que rodea la tumba del santo. Los citados chorfas de la capital del Protectorado debían preceder a las tropas indígenas y entregar, a los del santuario, una carta del Gran Visir en la que, en nombre del jalifa del Sultán, les ofrecía el amán (perdón) dándoles un plazo de tres días para someterse. “De no hacerlo - decía la misiva - toda la maldición caerá sobre vosotros y sobre vuestros hijos y nadie más que vosotros serán los culpables”.

"Cuando los cabileños vieron el enorme despliegue de tropas, se rindieron a los oficiales de Intervenciones que precedían a las fuerzas"

Sin embargo, entre los montes próximos llenos de bosques y con terreno muy pedregoso esperaban los jefes más fanáticos y decididos como el Hartiti y Stitu.
El Hartiti, cuyo nombre era Taleb ben Mohammed el Hartiti, natural de Beni Hozmar, era el más prudente de tres hermanos y un buen musulmán. Fiel al Raisuni no siguió a los que traicionaron a éste y lo entregaron a los rifeños. Cuando se rindió Abd el Krim consideró que su deber era luchar contra los invasores españoles y, formando una partida, se opuso al avance de las tropas europeas. En el Yebel Alam estaba dispuesto a morir matando.
El Stitu que se llamaba Abdeselam ben Mohamed Ueld Stitu, fue uno de los lugartenientes de Abd el Krim y procedía igualmente de la harka del Raisuni. Conocía muy bien el terreno en que combatía pues operó siempre en el camino de Tetuan a Tánger.
Entierro de El Jeriro por Mariano Bertuchi
(Revista de Tropas Coloniales)
Antes del asalto, el mando español envió un mensaje a los rebeldes para que se rindieran. La respuesta fue la siguiente: “Conocemos que la guerra está perdida para nosotros; pero mientras haya un trozo de tierra musulmana, en ella nos batiremos”. El tiempo de parlamentar había pasado. Sin embargo, era la fiesta de Aid el Kebir, la Pascua grande de los musulmanes, y las tropas indígenas necesitaban un respiro, por lo que hasta el 16 de junio de 1927, festividad del Corpus, se retrasó la operación sobre el Yebel Alam.

"En un día se ocupó el Yebel Alam y al día siguiente las cumbres del Buhaxen de 1681 metros"

El ejército español, con objeto de ahorrar bajas y prever cualquier sorpresa, había concentrado considerables fuerzas para reducir a unas partidas de hombres desesperados. Se desplegó artillería, Mehal-las, regulares, ametralladoras, zapadores, legionarios, idalas, sanidad, más de 14.000 hombres en total. La columna Canís, con el teniente-coronel Varela como punta de lanza, llevó el peso de la operación, junto a la harka López Bravo como vanguardia de la agrupación Alvarez Coque. En un día se ocupó el Yebel Alam y al día siguiente las cumbres del Buhaxen de 1681 metros. El 21 de junio el alto comisario presidió una especie de romería, a la que asistieron el Gran Visir del jalifa y los chorfas de Tetuán, junto a gran cantidad de banderas y estandartes. Todos celebraban poder visitar de nuevo el santuario, vacío de fieles mientras estuvo ocupado por los rebeldes.

Tercer acto: el fin

Las últimas operaciones de la campaña en la primavera de 1927
(Imagen: Historia de las Campañas de Marruecos, Tomo 4)
Los que pudieron escapar de la tenaza del Yebel Alam se unieron a los cercados en el Yebel Taria, en el Ajmás cerca de Xauen. El mando español desplazó las fuerzas hacia esta parte, consciente de que podía estar ante las últimas operaciones. Los franceses concentraron un ejército en el límite de su territorio para evitar huidas hacia el sur. Así quedaron reunidos 20.000 hombres en un arco de más de cien kilómetros que se apoyaba por el sur en la zona francesa. Los rebeldes, cercados, iban a luchar a la desesperada.
En el primer encuentro los españoles sufrieron 67 bajas y los marroquíes 50 muertos y 100 prisioneros. El 5 de julio de 1927 la columna Capaz ocupó Duar Arab con 7 bajas de oficial y 151 de tropas indígenas. Muertos y heridos de última hora. El 8 de julio, con autorización española, los franceses admitieron la rendición del principal rebelde, Ajamellich el Selliten. Después, el 10 de julio de 1927, comenzó la última operación para reducir a Sid Mohammed Ageddi, llamado el Mel - li y su partida que eran los últimos que seguían combatiendo en el yebel Taria y el rincón de Guezaua, al sur de Bad Taza y Xauen.
La columna Mola por un lado, la agrupación Capaz por otra, Martinez Monje con sus hombres desde Bab Taza, Asensio con sus tropas completando el cerco y la columna Canís con la célebre harka López Bravo a la cabeza cerrando la trampa, todos confluyeron sobre el último núcleo rebelde. Cuando los cabileños vieron el enorme despliegue de tropas, se rindieron a los oficiales de Intervenciones que precedían a las fuerzas.
Y entre los muertos de los últimos meses figuraba Ahmed ben Mohamed el Jeriro, el antiguo colaborador de El Raisuni y después su enconado enemigo, como seguidor de Abd el Krim. Murió combatiendo el 3 de noviembre de 1926, cuando tenía 28 años.

"En el primer encuentro los españoles sufrieron 67 bajas y los marroquíes 50 muertos y 100 prisioneros"

El 10 de julio de 1927, después de 18 años de guerra en el Protectorado español de Marruecos y a seis del descalabro de Annual, pudo el general en jefe José Sanjurjo firmar la Orden general dirigida al Ejército y a las Fuerzas Navales, anunciando el final de las operaciones. La paz fue conservada cambiando el estilo de actuación con las cabilas, mediante la tela de araña de las Intervenciones militares, hasta la independencia que tuvo lugar en 1956. Más de 60.000 fusiles entregaron los vencidos y las tropas peninsulares comenzaron a volver lentamente a casa, mientras se reorganizaban las fuerzas indígenas a lo largo y ancho del Protectorado. Primo de Rivera haría un balance de aquella campaña de seis años al declarar a un periodista de ABC que la guerra había costado a España 40.000 vidas y 5.000 millones de pesetas de entonces.
El conflicto terminó y era preciso perdonar por ambas partes, olvidando viejos agravios.

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