El domingo, 19 de enero de 2025, será el último día que la humanidad goce de una relativa libertad. Al menos formalmente. El lunes jurará su cargo Donald Trump, que accede a la presidencia de la nación más poderosa de la tierra, pese a haber sido declarado delincuente por un jurado popular y por un Juez.
Para que nos vayamos acostumbrando a sus caprichos, ya nos ha dicho que quiere apropiarse del Canal de Panamá y de la Isla de Groenlandia, anexionarse Canadá o renombrar el Golfo de México como el Golfo de América. Y por si fuera poco, tiene de su parte a tres de los hombres más ricos del planeta, propietarios de la mayor red de satélites privados y de las principales redes sociales, Meta y X (antigua Twiter), que ya han dado vía libre a que circulen por las mismas cualquier tipo de bulo o video, por muy aberrante que parezca. También están hostigando a los gobiernos socialdemócratas europeos, con el claro propósito de desestabilizar dicho continente y fomentar gobiernos de extrema derecha.
Este oscuro panorama trae a la mente las teorías de Francis Fukuyama, específicamente su idea del "fin de la historia". En su controvertido libro publicado en 1992, Fukuyama argumentaba que la humanidad había alcanzado el punto culminante de su evolución ideológica con la universalización de la democracia liberal occidental. Según él, después de la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética, la historia, entendida como una lucha entre ideologías, había llegado a su fin.
Sin embargo, los acontecimientos recientes parecen contradecir esta teoría. La emergencia de líderes autoritarios, la creciente desigualdad, las tensiones geopolíticas y la manipulación de la información plantean desafíos a la estabilidad y la continuidad de las democracias liberales. Fukuyama, en sus reflexiones más recientes, ha reconocido que la democracia está en crisis y que la historia, lejos de haber terminado, sigue su curso con nuevas y peligrosas dinámicas.
El ascenso de figuras como Trump y los movimientos nacionalistas y populistas en diversas partes del mundo sugieren que la lucha por el poder y la influencia ideológica está lejos de haber concluido. Así, nos encontramos en una encrucijada histórica, donde las acciones y decisiones que tomemos pueden definir el rumbo de las próximas décadas.
Pero, quizá no todo esté perdido. Fundamentalmente porque el cambio va a ser tan radical, que nadie está seguro de si las legislaciones democráticas van a permitir, o soportar, las reformas legales que serán necesarias. Tampoco hay seguridad de si el planeta aguantará mucho más tiempo el calentamiento global, ahora que van a tomar el poder los principales negacionistas del mundo, más partidarios de incrementar el gasto en armamento, que en energías renovables. Por último, tampoco hay seguridad de si a las grandes masas de desposeídos de la tierra, se les va a poder tener engañados mucho más tiempo, sin que las revueltas y situaciones de inestabilidad se apoderen de las democracias occidentales.
Chris Cox, jefe de producto de Facebook en 2019, dijo que “la historia de las redes sociales no está escrita y sus efectos no son neutrales”. De hecho, el sistema de “crédito social” que se está imponiendo en China, se fundamenta en una red exhaustiva de control que instaura una cultura llamada de la sinceridad y del impulso de las virtudes tradicionales, como mecanismo de incentivos para dejarse controlar, que en el fondo no es más que el prototipo de una nueva clase de ”dictadura digital” en la que un gobierno autoritario se mantiene en el poder gracias a la vigilancia intensiva y la recopilación de datos (D. Acemoglu y S. Johnson en Poder y Progreso).
Lo que nos dicen estos autores es que “A medida que la gente ha ido perdiendo poder, el control de las autoridades se ha ido intensificando tanto en los países autoritarios como en los democráticos, y han aparecido nuevos modelos de negocio basados en la monetización y la maximización de la participación y la indignación de los usuarios”.
De cualquier forma, entiendo que nuestra postura ha de seguir siendo la de la consolidación de la democracia y la adopción de medidas que profundicen en la redistribución de la renta y la disminución de la desigualdad. Solo de esta forma, estas grandes masas de trabajadores maltratados volverán a confiar en la política y en que el camino ha de ser la búsqueda del bienestar común. Porque, como nos dicen estos investigadores, ”….La dirección de la tecnología, sus consecuencias en materia de desigualdad y la distribución del reparto de los beneficios de la productividad entre el capital y la mano de obra no son hechos consumados, sino decisiones de la sociedad”.
Este podría ser el camino para neutralizar a personajes como Trump y su corte de negacionistas y tecnócratas sin escrúpulos. ¡No hay tiempo que perder!
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