Soy de la sincérrima opinión (nótese el forzado superlativo) según la cual llevar al pasado hechos del presente o explicar éste desde los acontecimientos de aquel no siempre es una buena estrategia, si se quiere ser fiel a cada uno de los tiempos…
Si bien es cierto que la historia, sea de los hechos, de las ideas o de la economía, está atravesada por categorías, ejes y principios que podrían dar que pensar que existe algún tipo de racionalidad oculta en el desarrollo de los acontecimientos.
Más allá de polémicas historicistas o enfoques de la ciencia social con un cariz metodológico unitario reivindico aquí que si queremos ser honestos y fieles con la historia, por un lado, y con sus protagonistas, por otro, debemos, al menos, hacer un intento de comprensión hermenéutica y buscar reproducir el espacio y el tiempo donde surgió el hecho que miramos, para ver si acaso podemos acercarnos a las circunstancias que lo rodearon.
Decía Nietzsche que cierto estudio de la historia era expresión de la decadencia, pero al propio Nietzsche, que vivió en la Prusia del XIX, también habría que aplicarle el espíritu metodológico que se respira más arriba…
Recientemente, y ahora que andamos a vueltas con las singularidades de un nuevo currículum que se nos ha cernido como una nube tóxica que emanase de la fabrica del estereotipo competente, en una conversación en un café con más profesores, incidíamos todos en la necesidad de que se repensase el papel de nuestra materia en el conjunto de los saberes, en este caso, del bachillerato.
Si no lo habían adivinado, y juzgo que sí, por la perspicacia de los lectores, me dedico a dar clases de filosofía en un instituto de enseñanza secundaria y, en los últimos tiempos, los recientes desarrollos de la flamante Ley Educativa (mejor no mejorase) de Educación nos han arrinconado, no al rincón de pensar de esas pedagogías modernas que lo invaden todo (y acaban avalando la ley del más fuerte, el de la más fuerte resistencia la desánimo), sino al rincón del olvido, reducidos a un mínima expresión horaria y a un desdén notorio de la materia.
Pero, permítanme, por este orden, que volvamos al café, primero y a los devenires de la historia, después, para explicar lo que me trae a estas líneas….
Al segundo sorbo, cual simposio, conveníamos que la única belleza posible en un diseño curricular coherente, sería la de sustituir la historia de la filosofía en otra cosa que, unida a la filosofía de primero de bachillerato, fueran algo así como Historia de las Ideas (y del Pensamiento) 1 y 2, obligatorias y con carga horaria suficiente como para cumplir su propósito.
No quieren, ni falta que les hace, estudiar los alumnos, alumnas y alumnes (que me lo impone el espíritu diverso de la LOMLOE a la que me debo…) un montón de cifras y anécdotas varias sobre lo que unos señores, y señoras: en eso sí hemos ganado con la nueva ley, han dicho a lo largo y ancho del devenir humano occidental (y ahí siempre vamos con retraso respecto a otras culturas: tanta crítica del etnocentrismo y seguimos siendo europeo-céntricos o ilustrado-céntricos), ni tampoco recitar como loros las reglas de un método que no comprenden o las categorías de un señor que está en ese sentido demodé…
La chavalería NECESITA, ahora más que nunca, repensar y repensarse, que les expliquen y les ayuden a la comprensión sobre, por ejemplo, la idea de libertad, ahora más urgente que nunca, que alguien les pueda contar que toda la parafernalia esa de la psicología positiva que les pretende ayudar a mitigar la frustración de una sociedad amenazante (coaching le llaman) lo inventaron antes en los primeros siglos de nuestra era un Emperador romano, un acomodado ciudadano que venía de Córdoba y un esclavo que se soltó de las cadenas…. Necesitan saber, ahora que la ciencia dice las únicas verdades (las del libre mercado, las de la juventud se encuentran en Google y YouTube, pa lo que ha quedado el Espíritu hegeliano…), cómo enfrentarse a un horizonte cada vez más tecnologizado y donde lo humano está cambiando de sentido. Necesitan escenarios donde interpretar su vida, no el detalle de la composición de la microfibra vegetal de los pantalones de su personaje…
Sócrates, cuenta la historia, tomó la cicuta, prefiriendo la muerte al deshonor ante la acusación de impiedad. Pero dudo que un adolescente de 16 o 17 años pueda entender ese gesto paradigmático que repetimos, yo el primero, año tras año cuando explicamos Sócrates y los Sofistas…
Pretendía en el arranque reivindicar la comprensión histórica mediante un enfoque hermenéutico… ¿no sería más sencillo preguntarles a los chavales qué es la coherencia y en qué sentido afecta a su vida? Desde ahí podríamos reconstruir toda la moral, el bien, la conveniencia, la utilidad y el gusto, cuestiones que, en esta sociedad hedonista y ultramoderna, necesitan.
Deberíamos, no como objeto, pero sí como parte importante, darles las herramientas para comprender, que no explicar, porque, cuando les duela el alma –y el alma duele—de nada les servirán los detalles del sistema nervioso y las catecolaminas, pero sí, y de mucho, entender qué diantres hacen aquí y qué han barruntado otros como ellos antes…
Al final, 25 siglos después, la cicuta nos la vamos a tener que acabar tomando nosotros, ante los 30 magnates de la Confederación (Empresarial, esta vez).
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