Ya llegó el verano más atípico que nunca. Bajo un tórrido calor y abrasados por los acontecimientos de esta época, intento refugiarme de nuevo en la cueva de Platón, en el Jardín de Epicuro o en el mismo barril de Diógenes para guarecerme de unas temperaturas que anuncian alertas rojas en muchas partes del Planeta.
Y visto lo visto, me he autoexiliado en un existencialismo buscando respuestas en las noches solitarias del estío, añorando las brisas de los idealizados mares del Sur.
Hoy contemplando el cielo estrellado desde el hogar en el que habitó mi infancia pensando en los 57 veranos que llevo a lomos de mis recuerdos: juegos, incertidumbres, aventuras, sueños de adolescencia, charlas en la playa de Santa Pola cuando éramos felices e indocumentados.
Es 10 de julio y una sombra alargada viene a verme. Me siento como si estuviera perdido en un desierto en el que escasean los víveres y las esperanzas de encontrar un oasis protector para residir en esa tierra definitivamente.
Vacío mis alforjas buscando en la cantimplora las últimas gotas de agua y calmar los labios secos ajados por el sol. No sé si este viaje es una visita a mi infierno interior o un encuentro con los fantasmas que me persiguieron por todos los caminos andados.
Las calles de mi pueblo me recuerdan a la película de " Cine paraíso" cuando el protagonista rememora los besos prohibidos. Mi madre sobrevive dialogando con sus muertos. Visito a una amiga que padece ELA y me susurra una derrota anunciada. Mi compañero de vida fue ingresado en un hospital y me reconoce con dificultad en una mirada perdida al infinito. Mis colegas docentes vuelven a ser amenazados después de unas oposiciones sin derecho a nada, abocados a la incertidumbre de perder el trabajo.
Observo a parte de la juventud haciendo caso omiso de la pandemia, violencia de género, parricidios vicarios, asesinatos homófobos, libertades tambaleadas por el fascismo mientras Vox se pavonea de tener cada vez más acólitos en sus filas.
Ayer hubo un magnicidio en Haití aunque la noticias siguen siendo los avatares de Rocío Carrasco y el expolio de Macario y Monchito.
Llegará septiembre a Ceuta y volveremos a las aulas, tal vez más llenas de alumnos. El Covid será otro, les cambiaremos el nombre a los olvidados por la crisis, firmaremos la guerra con Marruecos maquillada por la paz y las fronteras se abrirán de alguna forma aunque estén más cerradas que nunca.
Volveré a hablar con mi psiquiatra; Alberto fuentes es una mano de Santo para los menesteres del alma.
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