El ya manoseado presagio de “una muerte anunciada”, otra vez se ha cumplido; aunque para el suceso que nos trae, mejor sería lo de “su fin estaba escrito”- El viejo cuartelillo de factura barroca, ubicado en la zona de San Amaro (comparte el mismo nombre con el Parque), se ha venido abajo.
Pareciera como si el fuego, a su manera, hubiese participado del VI Centenario del desembarco portugués, celebración fallida por la torpe intervención de la clase política, a la cual se le pidió que aprovechara la efeméride para adecentar monumentos, bajara de sus peanas a los ninots esparcidos por jardines y autopistas y, en especial, rehabilitaran esta construcción que nos habla de la Ceuta cuartelera, enclavada sobre una de las playas por donde penetraron aquellos lusitanos en el verano de 1415. Entonces, vinieron con ansias de bucaneros; después, en tiempo reciente, lo han vuelto a hacer para comprar paraguas y fregonas.
Ver en llamas lo que fue antigua batería de San Carlos, debió convertirse en espectáculo fallero que, de seguro, no estaba en la programación de actividades almacenadas en “Crisol de Culturas”, organismo que surge por decreto de la Asamblea, a sabiendas que la Fundación no iba a servir para nada, absolutamente para nada, y que la misma Asamblea, también por decreto, fulminaría. Y es que este centenario habría sido ocasión para lavarle la cara a lo poco que de patrimonio poseemos, perdiéndose la oportunidad de catalogar los BIC con los que cuenta la ciudad, y darles, de una vez, entidad jurídica.
Algo parecido hizo Jesús Aguirre, otro de los maridos de Cayetana de Alba, cuando lo nombraron Comisario de Sevilla, en la Expo-92. Del Duque consorte se cuenta que preguntó a Alejandrito Rojas Marcos, a la sazón Alcalde:
-¿De qué dinero disponemos? ¿Qué es lo que en Sevilla está más ruinoso? ¿Los conventos de monjas? Pues los rehabilitamos; les quitamos las goteras; les arreglamos las cocinas para que las monjitas hagan sus mermeladas y, a cambio, los transformamos en espacios culturales…
Sevilla sigue aplaudiendo la ocurrencia.
Desde entonces, muchos de estos cenobios gozan de mejor salud y a ellos se pueden acceder par ver espléndidas exposiciones u oír conciertos de cámara. Y para acabar la historia, contaré que, antes de que concluyera el proyecto, Alejandrito, por razones que no vienen a cuento, le dijo al Duque, en público:
-Le ceso, como Comisario, a partir de estos momentos…
A lo que el señor Jesús Aguirre, con el aplomo y la elegancia que le caracterizaban, a veces; en otras era berrendo, le contesto:
- Señor Alcalde, usted no me puede cesar jamás. CESAR es un verbo intransitivo….
Alejandrito todavía está consultando el enigma gramatical …
Claro que, en este pueblo nuestro tan africano (hecho que muchos insisten en ignorarlo, pues lo suponen en los límites de Calatayud) no se dan mentes, como la de aquel exsacerdote que se convirtió en Duque. Por el contrario, proliferan los palafreneros, esos que van sentados en la parte trasera de los carruajes, vigilando que los baúles y maletas de sus señores, no se caigan. Así nos va.
Fuego aquí, en las proximidades de la DUCAR; y hermanamiento por todo lo alto, en Lisboa. Y en medio, un Congreso Internacional sobre el portuguesismo ceutí, desde 1415. A esto, y poco más, quedó reducido lo que parecía que iba a cimbrear los sentimientos culturales de una ciudad, que continúa viendo cómo se les va las mejores.
Sabemos que el monumento que se ha venido abajo, ya era, desde hace tiempo, un estercolero consentido; cobertizo de indigentes, de donde salían todas clases de aromas, los mismo que han hecho toser a más de un muerto de Santa Catalina y a los del Tanatorio de enfrente del baluarte. ¡Qué lastima que se haya perdido otra reliquia histórica de la Ceuta cuartelera, levantada sobre un paraje costero envidiable, uno de los más hermosos de la ciudad. ¿Nadie imaginó transformarlo en un pequeño museo o en un simple mirador del Estrecho?. Se ha vuelto a repetir lo de tantas ocasiones. Primero viene el abandono; después las lamentaciones jeremiacas. También sucedió con los Antiguos Juzgados de las inmediaciones de Azcárate, un delicado palacete neomudejar, hoy convertido en zoquillo de camelleros, y que de la noche a la mañana la etiqueta de “en ruinas”, avaló destruirlo. Sólo quedan sus palmeras. ¿Correrá el fuerte de San Amaro el mismo destino? Con suerte, algún listillo se hará con la licencia de obras para limpiarlo de escombros, blanquear sus ruinas y con cuatro o cinco bombillas de colores, transformarlo en un puticlub verbenero. Clientela no le va a faltar, pues ya la zona es conocida como la ruta del senderismo lujurioso.
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