Sociedad

Las Ferias de Ceuta

En llegando la fecha de finales de julio la redacción del FARO confecciona un «Especial de Ferias», que año tras año nos regala unas páginas llenas de tradición y de colorido, en la que algunos contribuimos con nuestros añejos recuerdos, intentando como hiciera Marcel Proust en la «À la Rechercher du Temps Perdu», regresar al pretérito y por unos momentos sentir el olor y la belleza de aquellas ferias de nuestra niñez y nuestra primera juventud…

En un principio las ferias eran unos encuentros anuales donde se compraba y se vendía el ganado y todo tipo de caballerizas, que a su resguardo celebraban el compromiso verbal del trato descorchando unas botellas de vino y añadiendo diversos juegos que alegraran el día… Con el tiempo, el sentido lúdico de estos encuentros fue quedando como referencia a unos días de diversión y de jolgorio, quedando en olvido el primitivo trato primigenio para la compraventa del ganado.

La feria por antonomasia siempre fue la de Sevilla(*), que a día de hoy es un verdadero acontecimiento mediático que traspasa nuestras fronteras y recala en otros continentes. Y, desde Sevilla, como las ondas que se producen al tirar una piedra en un estanque hasta llegar al muro que lo contiene, se expandió por toda la bética hasta llegar a Despeñaperros por el norte, y por el sur a las ciudades de Ceuta y Melilla en el norte de África.

Y en las ferias de Ceuta, el sentido lúdico ha prevalecido sobre el trato, que ha ido recogiendo las tradiciones sobre todo de Andalucía, donde en la mayoría de los casos se hace coincidir las fiestas al patrón con la feria del pueblo en ciernes.

Y, es claro que el día grande y culminante de nuestra feria se alcanza el día cinco de agosto donde en salida procesional, nuestra Señora, la Virgen de África, sale alzada como una reina y profusamente adornada en la cumbre de su paso, por las calles centrales de nuestra capital...

Sin embargo, si la feria de Ceuta, recoge la tradición de los pueblos de Andalucía, también es verdad que contiene elementos propios que le da una acierta singularidad. Solamente el hecho de que los feriantes con sus enormes atracciones tengan que atravesar El Estrecho, la hace sin lugar a dudas, singular...El recinto ferial ha ido cambiando de ubicación según las necesidades y las preferencias, a saber: Ha estado ubicada en la plaza de África, en las murallas del Ángulo, en el muelle España, en el Muelle Cañonero Dato, también estuvo unos años, en la Calle Sánchez Prado, antigua calle Misericordia -cuando durante unos años fuera un descampado antes de empezar las obras- , llamada también con una cierta pretensión “gran vía” -que no nos dice nada, máxime teniendo dos nombres a cual más extraordinario: Misericordia y Sánchez Prado-, y por fin, definitivamente, en los terrenos ganados al mar, debajo del Paseo de la Marina. Sin olvidarnos, de aquella recoleta feria que durante años también se montaba en Hadú en el llano delante del Estadio Alfonso Murube, el Asilo nuevo y sus alrededores...


En un principio, muchas de las casetas se construían a base de ladrillo y mezcla de cemento y arena, con el fin de que permanecieran fijas de un año para otro sin tener que derrumbarse y volverse a construir de nuevo; y, cuando llegara el tiempo de la feria, ya estuviesen construidas, con sólo hacerle unos pequeños trabajos de adecentamiento.

Cada vez que íbamos al centro -se decía ir a Ceuta- desde nuestros pabellones de la Junta, estas significativas casetas se orillaban del lado donde se iban construyendo el complejo de almacenes comerciales, junto a la vieja tapia de la Estación Ceuta-Tetuán. Apuntando desde la Puntilla, se alienaban de la siguiente manera, a saber: “La Hípica” (Del Casino Militar); La Sindical (Caseta del Sindicato), El Revellín (Caseta del Centro Hijos de Ceuta); La Municipal (Caseta del Ayuntamiento); El Ceutí (Caseta de la Unión África Ceutí), y últimamente la de la juventud, donde se allegaban orquestas y cantantes populares para poner el contrapunto del baile -sueltos y agarrados-;y, por qué no, otras casetas como la del Bar y Restaurante Baviera y la Sándeman, donde corría el vino a tirios y a troyanos...Y, casetas pequeñas llamadas “tascas”, que aquí y allá se dejaban ver con su anafe y fuego con carbón, para los pinchos y las patas de pulpos quemá, y los volaores con sus buenos chatos de tinto…

Y, como colofón la caseta más esperada, a saber: el «Teatro Chino Manolita Chen» el espectáculo de varietés más famoso de la época, que a modo de circo rodante iba de ciudad en ciudad presentando su repertorio de folclóricas, cantantes, humoristas y vedettes que enseñaban las piernas y se contorneaban al son de la canción de turno, para regocijo de los admiradores que allí se congregaban. Una válvula de escape de sensualidad, que la rancia religión y el régimen franquista imponían a los españoles de los años 40, 50 y 60, hasta la reapertura del régimen con la llegada del turismo masivo a nuestras costas…

En otro artículo que referimos la feria, reseñábamos:

«Aquellos racimos inmensos de volaores, sujetos por una cuerda de esparto a la entrada de las tascas de la feria ¿cuantos volaores podrían ir en aquellos racimos?: ¿cincuenta, cien, doscientos…? No lo sé, siempre me lo he preguntado. Eran volaores abiertos y encañados para que secaran mejor.

¡Volaooores, de los que volaban! ¡de los que volaaaban! -repetían una y otra vez.

Pescado azul, que capturan a la red atrasmallada, y después meten en salmuera, para más tarde secarlos en los cordeles de los secaderos, allá en el tiempo del estío».

El volaó, siempre fue la estrella del deseo culinario en el estío, no es lo más exquisito, dada su aspereza, pero su sabor nos traspasa y nos identifica a los nacidos en esta tierra... El volaó, no tiene el sabor y la exquisitez del bonito, que son para paladares sobrados de degustación; sin embargo, a los niños, por una peseta nos daban tres y algunos cuatro volaores, o a preferir siete u ocho abujetas... Y, ya se sabe, que los olores para un niño quedan para siempre impregnando su niñez....

Y, continuamos: «La feria, no son sólo luces de colores: rojas verde y amarillas… farolillos, tómbolas y atracciones… La feria es también el olor de los pinchitos quemándose en sus anafes, por todas las calles y en todas las casetas. Y es también el omnipresente olor de las patas de pulpo asándose a la brasa y al fuego del carbón. El olor a pulpo quemáo, es por encima de todas las distinciones, quizás, junto al pinchito, lo que le da sabor y diferencia a nuestra feria. Sin estos olores, la feria de Ceuta, sería una feria más…; sin embargo, África, marca su diferencia, y nuestra cultura se enraíza y se abraza con este continente. Qué no dejen de secar los volaores en los días de poniente… Qué no dejen de quemar el pulpo y de asar los pinchitos… Qué huela la feria toda, al mejor de sus perfumes: a la feria de entonces, a la feria de siempre… a la feria como tiene que ser, a la feria de Ceuta…»

La feria de Ceuta, tiene sus sabores y olores, sabores y olores característicos que no los tienen otras ferias, que tendrán otras cosas, pero nunca los sabores y olores que se dan en esta tierra bañada por las aguas frías del Estrecho...

Y, ahora proseguimos con la noria:

«La noria que va girando una y otra vez y cuando llegas a lo alto parecieras que puedes rozar las estrellas con los dedos; el látigo, con sus continuos acelerones que parece que te va a sacar el corazón por la boca; las olas, dando vuelta y más vueltas, ora arriba, ora abajo; el balance, que por un momento te quedas suspendido en el aire… Las tradicionales cunitas para aquellos que no quieren tantos sobresaltos como la agigantada noria. El tren del susto o de los escobazos, donde todos nos lanzábamos a atrapar la escoba con que nos golpeaban. Los caballitos, ¡Oh, los caballitos! La atracción reina por antonomasia. La tradición universal de todas las ferias del mundo: ¡los caballitos! Sí, es verdad, el subir y bajar de los caballitos, mientras, al mismo tiempo se da vueltas y más vueltas, como si el mundo girara a tu alrededor, puede ser lo más significativo y el grado máximo de felicidad que un niño puede experimentar en su niñez. Y nosotros, los niños del patio, transidos hasta la medula por esa tradición, montábamos a los caballitos, ilusionados en nuestra locura con tocar el cielo y la luna…Vueltas, giros… arriba, abajo… más vueltas y más giros: «pegasos, lindos pegasos, caballitos de madera…», como diría el bueno de don Antonio, y más tarde añadir:

«Yo conocí, siendo niño,

la alegría de dar vueltas

sobre un corcel colorado,

en una noche de fiesta”,

………………………

Machado, supo captar el alma infantil como pocos, y en sus versos, ya nuestros versos, dejó para siempre impreso la magia de esos momentos».

Y, si tuviera que elegir una atracción, elegiría: La Carrera de Caballos, donde mi hermano Joaquín -el Tete-, era un verdadero campeón, y cada día juntábamos las pesetas que habíamos podido conseguir, y nos íbamos al ferial para directamente dirigirnos a la casetas de las carreras, y esperar a que dieran la salida a los caballos... El siete y el trece eran nuestros números, porque habíamos ido tantas veces, que siempre solían ganar. De tal modo, que si estaban ocupados, esperábamos hasta que estuviesen libres... Y, una vez con los mandos el Tete, empezaba a darle a los resortes que contenían un muelle, que hacían que los jinetes corriesen por las calles a saltos sin pararse nunca hasta que llegaban a la meta... Y, el vocero de la caseta gritaba: ¡Premio al siete, o en otro caso, al trece! El feriante miraba al Tete, que me indicaba a mí, para que tomara el juguete que yo quisiera...

El Tete y yo, tomamos caminos diferentes, pues sus estudios se encaminaron al campo y a la ganadería; y, los míos se diluyeron en la línea del horizonte del mar... Sin embargo, esa complicidad -como muchas otras- de las carreras de caballos en las ferias, siempre perduran en el recuerdo; porque cuando se me avienen a la memoria, siempre se dibuja en mi rostro una sonrisa, recordando el abrazo que le daba al Tete, y el amor que desprendían sus ojos cuando me veía saltar y brincar lleno de alegría... La alegría que tienen los niños y que nunca más volvemos a tener...

Y, finalmente, en un momento, que no podemos evitar, que nos llena de una cierta tristeza, tal vez mejor nostalgia, tenemos que terminar, porque ya hemos emborronado los espacios de la página que El Faro, nos tiene asignada. Algunas cosas hemos dejado en el tintero; sin embargo, tiempo habrá de narrarlas, porque el año que viene si la Virgen quiere, aquí estaremos de nuevo, recordando otras ferias de Ceuta...

Y, saludamos a la Patrona, a Santa María de África, tal como lo relatamos:

¡Oh, la feria!: luces, colores, vértigo, alegría, ilusiones…. fiesta de los sentidos, armisticio y pausa para la pena, que se olvide para hoy la tristeza, y que se alejen al otro lado del sueño, el dolor y la pena… Qué, esta noche, he visto a la Virgen de África, y al pasar junto a mí, yo, su romero, le pregunté: ¡Virgen!, ¿nos veremos el año que viene, en otro cinco de agosto…? ¡Virgen, dime que sí!, ¡por amor, dime que sí!, que yo, junto al pórtico de tu puerta, esperándote, peregrino de ti, ahí estaré…

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