Bajo los auspicios del diario ‘El País’ y dentro de un ciclo conmemorativo de los 40 años de la Constitución,, el pasado jueves tuvo lugar un interesante debate entre dos personas que no se profesan precisamente mutua simpatía, los expresidentes del Gobierno Felipe González y José María Aznar. Distintas ideologías, partidos rivales… Pero durante dicho debate resurgió aquel espíritu de consenso, de mutua comprensión, de coincidencia en lo fundamental, que ahora se echa tanto de menos.
González y Aznar pertenecen a una generación que se ha dado, al parecer, por periclitada. El primero con 76 años, y el segundo con 65, son personas consideradas ya “caducas” por la nueva hornada de la política nacional, tanto que ahora da la impresión de que ser mayor de sesenta y dos años inhabilita para participar de modo activo en ella. En el actual Gobierno –“bonito” al principio, pero prematuramente marchito- solamente un Ministro supera aquel límite, Josep Borrell, quien, con sus 71 años, ha comenzado a decir despropósitos, lo que denota una rápida pérdida de sus mejores facultades, erosionando su bien ganado prestigio, lamentablemente contagiado por la inmadurez y el generalizado despiste de sus compañeros (y compañeras, claro) de gabinete.
La actuación de los protagonistas de lo que en realidad fue una conversación distendida, pues no se debatió, resultó todo un ejemplo de cordura y una prueba de que, según creo, el conjunto de la educación que recibimos quienes pasamos de los cincuenta años era mucho más completo en comparación con lo que se está padeciendo en la actualidad. Cierto es que se nos exigía un mayor esfuerzo, que teníamos que hincar los codos, pero en aquellos bachilleratos de entonces –sobre todo si se tenían buenos profesores, como los que por fortuna tuve en el Instituto Hispano-Marroquí de Ceuta- se lograba una formación enciclopédica y se sentía el orgullo de ser españoles. Veo concursos en la televisión y, salvo en muy contadas ocasiones, me asombra y me preocupa la falta de conocimientos de los participantes. A veces hasta me irrito ¿cómo es posible que no sepan casi nada de lo que, en mis tiempos, conocíamos como “cultura general”? Varios catedráticos universitarios me han referido sus penosas experiencias al respecto. Parte de culpa la tienen los papás del niño o, como máximo, de “la parejita”. A mi niño que no le exijan, que no le pongan deberes, que no lo castiguen por nada, que no le regañen y, eso sí, que me lo tengan en el colegio cuanto más tiempo mejor. De ahí la creciente “tiranía” de los menores.
En los albores de nuestra actual democracia, los políticos tenían más cultura y, a la vez, más cercanas experiencias de lo que fue la guerra civil. Precisamente por ello se esforzaron en alcanzar aquella brillante transición que plasmó en la Constitución. Estaban decididos a que no volviera a haber enfrentamientos fraticidas en España, y pusieron la mirada en el futuro. Hoy gobiernan los de esa “generación de nietos” cuyos abuelos sufrieron la derrota, y se dedican a hurgar en viejas heridas que se consideraban cerradas, a mirar hacia atrás con ira y a despertar encontrados resentimientos. Comenzó Zapatero con su “Ley de la Memoria Histórica” y ahora estamos en una segunda fase en la cual, de momento, la han tomado con el Valle de los Caídos y sus fantasmas, pero que comienza a dar síntomas de un anticlericarismo trasnochado con su postura sobre la educación concertada y los bienes de la Iglesia.
Mientras tanto, dos experimentados políticos de idearios distintos que, entre ambos, gobernaron en España durante veinte años, debaten cordialmente, sin mirar más que hacia el futuro de la Nación y de todos los españoles, colocando por encima de todo valores esenciales tales como la Constitución, la unidad de España y el bienestar de los españoles. Miran hacia atrás únicamente con la idea de que ni aquella dolorosa página de la historia ni sus motivos se repitan, y para que tan cruel contienda sirva solamente de triste ejemplo, a fin de que jamás vuelvan a surgir en España facciones irreconciliables.
Oyendo a ambos personajes daban ganas de ponerlos a gobernar otra vez. Seguro que nos iría muchísimo mejor. Siendo Diputado, asistí a duros debates entre Adolfo Suárez y Felipe González, pero también, como ya referí en otra ocasión, los encontré un día, solos los dos, mientras paseaban amigablemente por un pasillo poco frecuentado del Palacio de las Cortes, consensuando alguna medida beneficiosa para el futuro de todos.
Eso era hacer política, y no los actuales malos modos, descalificaciones y desprecios que desde el Gobierno, y especialmente desde sus apoyos, se suelen practicar con respecto a la oposición. Actúan como pistoleros del Oeste en un “saloon” dispuestos a disparar, en este caso, solamente invectivas. Parecen considerar a la oposición como heredera directa del bando que ganó la guerra, hoy tristemente resucitada, y se creen en posesión de la verdad absoluta, ignorando -aunque existe la posibilidad de que algunos lo sepan y lo prefieran- que las verdades absolutas conducen inevitablemente a la destrucción de la democracia,
Pues ese no es el camino. Lo sabe Felipe González y lo saben también muchos dirigentes socialistas que por formación y experiencia estarán en contra de la forma de actuar de Pedro Sánchez y de sus “socios”. Lo saben, sí, pero no osan levantar la voz. Así están las cosas en esa “querida España” que tan bien nos cantó Cecilia.
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