"Felicidades a todos los músicos y músicas", decían con entusiasmo. Hasta en tres ocasiones tuve que oír el pasado 22 de noviembre, de voces de periodistas de radio y televisión, la grotesca frasecita. Era el día de Santa Cecilia, patrona de los músicos, así que correspondía homenajear a los que se dedican a esta hermosa profesión, pero para ello no tuvieron el menor reparo en asestar la enésima puñalada alevosa a la lengua española en aras de la interpretación más extravagante y pueril del feminismo.
Seguramente creyeron que con la construcción de semejante rebuzno morfológico estaban haciendo un impagable servicio a la causa de la igualdad de hombres y mujeres, se sentían progresistas y modernos, y después de pronunciar el exabrupto sonrieron ante su micrófono ante la satisfacción de saberse contribuyentes a la creación de una sociedad igualitaria y justa. Pues más bien no. En esta ocasión no se trata simplemente de una pretendida utilización más del disparatado lenguaje llamado inclusivo, sino que la enunciación de la frase, si nos atenemos a su significado en lengua castellana, era otro muy distinto al que pretendían los modernísimos locutores. Estos señores –dos señores y una señora, para precisar- en realidad felicitaron a todas las personas que se dedican a la música, tanto hombres como mujeres (según la definición de la RAE de músico), y además lo hicieron sin querer a los diferentes tipos de melodías, canciones, estilos y composiciones escritas o interpretadas en lenguaje musical, que es lo que vienen a ser las “músicas”. O sea, que felicitaron al chachachá, a la ópera, al gregoriano, al jazz, a los boleros y a la cumbia. Las felicitaron a todas, y todas las “músicas” quedaron muy agradecidas. Eso fue lo que realmente dijeron e hicieron según nuestro código común llamado castellano o español. Pero ellos querían decir otra cosa, sin duda. Así que salió un chiste regular.
Sabemos –y nos lo demuestran cada día- que para ser político, diputado, senador o concejal no hace falta conocer nuestra lengua, ni siquiera haber terminado la primaria. No hay más que escucharlos cada día para constatar esta realidad. Sin embargo, en teoría un periodista ha realizado estudios universitarios y debería estar obligado a conocer la principal herramienta de su oficio: el lenguaje. No obstante, no creo que fuera la ignorancia la razón por la que los periodistas de turno felicitaban a “músicos y músicas” como si se refirieran a “vascos y vascas”, “compañeros y compañeras” y “todos y todas”, emulando a lehendakaris, podemitas y sindicalistas. No. Probablemente lo hicieron porque cada vez resulta más difícil sustraerse o hacer frente a la tiranía de lo políticamente correcto, en todos los ámbitos sociales. Y el lenguaje no es un tema menor.
No voy a extenderme ahora en detalles técnicos que hacen del lenguaje llamado “inclusivo” (dando por hecho que el correcto es “exclusivo”) una aberración lingüística. Mucho mejor que yo lo han hecho los más prestigiosos expertos y académicos de la Lengua (hombres y mujeres, por cierto), a los que se les ha ignorado sistemáticamente porque en España los que marcan tendencia y al final se llevan el gato al agua suelen ser siempre los más cretinos. Con frecuencia instituciones oficiales de diferentes entes administrativos publican “guías no sexistas” (o de lenguaje inclusivo, o como las quieran llamar) dirigidas a funcionarios, maestros, personal sanitario, etc., que no sólo suponen una burla a las normas más elementales de la gramática castellana, sino también un atentado a la lógica y al principio fundamental de economía del lenguaje. Algunos de estos opúsculos merecen la pena ser leídos porque podrían estar, por méritos propios y sin pretenderlo, en antologías de textos humorísticos. Más surrealista resulta que puedan llegar a ser más o menos preceptivos, es decir, que desde las instituciones obligan a sus destinatarios a renunciar al uso tanto espontáneo como normativo de la lengua para reemplazarlo por una artificial y delirante jerigonza.
Como en tantas otras cosas, en Francia sucede todo lo contrario. En Francia se mima y se protege a la lengua como a un tesoro. Con el idioma, tonterías las justas. Así que después del dictamen unánime de la Academia Francesa, que se había manifestado rotundamente contraria a la aberración “inclusiva” y llegado a afirmar que por esta causa la lengua francesa se encontraba en peligro mortal, el primer ministro Edouard Philippe prohibió la semana pasada la utilización de este tipo de lenguaje en todos los textos oficiales: "Más allá del respeto del formalismo propio de las actas de naturaleza jurídica, las administraciones dependientes del Estado deben adecuarse a las reglas gramaticales y sintácticas, principalmente por razones de inteligibilidad y de claridad". Si en España llegase a hacer algo parecido un presidente del gobierno, o lo llegara a proponer cualquier partido político, las hienas que lideran la implacable dictadura de lo políticamente correcto, lo lapidan. Lo descuartizan. Lo despedazan sin misericordia. Y es que empiezo a pensar que el maleficio español es endémico: sea por levantamiento militar o por mandato popular, aquí siempre acaban mandando los más tontos.