No tiene el PSOE mejor ocurrencia, en plena travesía de la angustiosa crisis que sufrimos, que lanzarse con cantos de sirena con sus propuestas federalistas. A uno, lo de España, estado federal, no le cuadra. Entiendo que tal sistema político es para unir territorios desunidos. No es el caso de nuestra nación, que data de siglos. Es más, somos uno de los estados más descentralizados de Europa con su organización territorial, la más parecida al propio federalismo.
Una España federal podría ser la antesala de su desintegración como nación. Descartemos el modelo asimétrico que propugnan algunos, en el que existirían territorios con superiores atribuciones que el resto. Pero pongámonos en ese posible estado federal simétrico que, inevitablemente, conllevaría también el reforzamiento del poder central. ¿Quién le pondría el cascabel al gato pensando en la Cataluña de Mas, en plena y suicida deriva soberanista, o en el propio País Vasco?
Ha sido rotundo Josu Erkoreka al expresar sus “serias dudas” de que el modelo que propugna el PSOE satisfaga las aspiraciones de autogobierno de vascos y catalanes. No ve fácil que tal federalismo, “que se plantea sobre modelos homogéneos”, venga a dar respuesta a lo que quieren los vascos. Resulta inexplicable que a estas alturas de nuestra historia estemos en plenas trifulcas secesionistas, integrados, como estamos, en Europa y en un mundo que tiende, cada vez más, hacia una mayor globalización.
Coincido con quienes sostienen que el PSOE carece de un discurso claro en su política territorial para todo el Estado. Sus peligrosos juegos a la improvisación son patentes. Resulta difícil olvidar la idea de aquella España “discutida y discutible”, con la que un día nos salió Zapatero. Este país necesita un partido socialista renovado desde su base, con ideas y propuestas ilusionantes y un concepto claro y sólido del Estado.
En medio de ese modelo federal que defienden, cabría preguntarse cómo encajarían en él las dos ciudades hermanas. Que nos explicasen bien cómo sería ese “tratamiento específico” al que aludió Rubalcaba a instancias de Carracao, para “que se tenga en cuenta la situación específica de Ceuta y su posición en igualdad en este nuevo escenario”. Pero lo que más parece chirriar en todo este engranaje que nos proponen ha sido la guinda que ha puesto Carracao a la cuestión, vendiéndonos la idea de que, con la oportuna reforma de la Constitución, estaríamos ante “una oportunidad que Ceuta debe aprovechar”.
Vivir para ver. ¿Qué mejor oportunidad que la que nos reconoce la propia Transitoria Quinta, que desde hace 35 años duerme en el sueño de los justos? Recuérdese cuando el PSOE, por activa y por pasiva, no sólo ignoraba tal disposición sino que, casi durante dos décadas, a lo máximo que llegaba era a la concesión de una simple Carta Municipal sin su promulgación, además, por Ley Orgánica, como forma de ‘autogobierno’. O que, como bien recordaba Caballas, fuera precisamente ese partido socialista el que votase en contra, en el Pleno de la Asamblea, la aplicación de dicha Transitoria, el mismo que ahora nos diga que se va a respetar la singularidad de Ceuta.
¿Cómo encuadrar a Ceuta y a Melilla en una estructura federal del Estado? Si como Ciudades Autónomas podemos ser lo más parecido al resto de Comunidades, aunque no exactamente lo mismo, inquieta pensar cómo encajaríamos en esa extraña organización territorial por la que tanto interés vienen propugnando los socialistas. ¿Cómo dos microestados tales como Andorra, Liechtenstein, Mónaco, San Marino o El Vaticano a los que, por cierto, superamos con creces en población? La simple constitución en Comunidad Autónoma, al menos nominalmente y con un sistema de autogobierno prácticamente idéntico al actual, jamás lo aceptaría Marruecos, ante el que, sin duda, se plegarían los dos grandes partidos españoles. Además, en unas quiméricas ‘ciudades estado’, de qué recursos iban a vivir Ceuta y Melilla cómo no fuese bajo fórmulas de paraísos fiscales que atrajesen capitales, algo difícil, por otra parte, de acuerdo con la normativa europea.
¿Y la vuelta a la posibilidad de una inclusión en Andalucía, región de la que nunca debimos salir? Opción, recordemos, de la que nos excluyó el mismo PSOE, en 1978, temeroso de que la presencia de los escaños de las dos ciudades, en manos de la UCD, pudiera hacer peligrar el predominio político del partido socialista en la región.
Ya digo, lo del federalismo que nos lo expliquen clarito. Muy clarito.
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