En una vivienda de la barriada del Príncipe Alfonso, la 54 de la calle Este, una casita amarilla con chapas, vive Fatima Layachi, una vecina de Ceuta que desde el año 2012 ha estado pidiendo lo mismo: que le ayuden a reparar el lugar donde vive o que la reubiquen en otro lugar donde pueda estar de manera digna.
“Yo estoy pidiendo que me den una casa digna o que me arreglen mi casa, eso es lo que estoy pidiendo, yo no estoy pidiendo nada, que no me den dinero, que no me den oro, que no me den nada, lo que estoy pidiendo es que me arreglen mi casa o me quiten de aquí, que me lleven a otro sitio, que ya yo estoy harta”.
Puertas afuera es una casa humilde como tantas otras, pero que no da mayores señales de lo que hay dentro. Lo más notable al entrar es la humedad que se respira, producto de las filtraciones, uno de los problemas más graves con los que tiene que lidiar Fatima, pero no el único, pues la vivienda está en condiciones verdaderamente deplorables.
Detrás de la puerta están unas estrechas escaleras que llevan a la habitación del segundo piso, un espacio prácticamente en ruinas, lleno de goteras, con las paredes y el suelo completamente mojados, en donde puede verse una lavadora y otros objetos.
La parte de abajo no está en mejores condiciones, los cables de la electricidad que cuelgan del techo, el suelo resbaloso, las paredes y el techo húmedos, son una combinación que pone en riesgo a Fatima, quien con lágrimas en los ojos pide que alguien le ayude a mejorar su situación.
“La casa está muy mal, algún día se va a caer encima mío”, asegura.
Con el dinero que recibe al mes le es imposible arreglar la casa por sus propios medios. Fatima no trabaja y los pocos alimentos que puede comprar, más el pago de los servicios los cubre con la ayuda social que recibe de unos 450 euros mensuales. “Por las noches cuando duermo no puedo respirar, siento que me asfixio, y por la mañana me salen cosas de la nariz por la humedad”
Además de la diabetes que padece y de la tensión alta, ahora la mujer de 45 años tiene problemas respiratorios, a lo que se suma la ansiedad que le provoca estar viviendo en estas condiciones.
A pesar de la gravedad del asunto, Fatima asegura que no ha recibido ninguna ayuda, mientras vive con el temor de que la casa le caiga encima, una situación que ha denunciado durante mucho tiempo y que salió en las páginas de El Faro hace nueve años. “Yo salí en El Faro, hablando, contando mi vida, cuando el niño tenía doce años, y nadie me escucha”
Fatima ahora vive sola y dice que no tiene a nadie que la apoye, pues su familia le dio la espalda hace ya varios años cuando quedó embarazada. La única compañía que tiene ahora es la de su inseparable ‘dogs’, el perro de su hijo.
Desesperada, esta mujer nacida en Ceuta, en la barriada del Príncipe Alfonso, y que perdió a sus padres cuando era una adolescente, solo pide “una casa digna”.
Explica que si bien la casa perteneció a sus padres, ella lleva muchos años en ella. Su padre murió cuando ella tenía 12 años y su madre cuando tenía unos 17, lo que la obligó a “buscarse la vida” desde ese momento y aunque estuvo fuera de España por un tiempo, las circunstancias de la vida la hicieron regresar a la casa donde nació y donde permanece hasta ahora.
Para ella es difícil hablar de su situación sin que le tiemble la voz y le salten las lágrimas. Siente que no tiene derechos a pesar de haber nacido en España. “Yo soy nacida aquí, tengo nacionalidad española, por eso me duele mucho lo que está sucediendo”.
Frente a la casa de Fatima, sus vecinos corroboran lo que dice la mujer y piden que alguien le ayude y le brinde el apoyo que necesita para tener una vida mejor.
En el 2012, en El Faro nos hicimos eco de la historia de Fatima. En ese momento la mujer nos contó que tras la muerte de sus padres había decidido irse a Italia para “buscarse la vida”, pero que al quedar embarazada se regresó a España y volvió a la casa donde había vivido desde que nació. Dijo que cuando volvió ya no era lo mismo y que dentro de la vivienda no quedaban ya muebles. En Servicios Sociales le entregaron dos camas que colocó en una habitación, que también servía de salón, para poder dormir junto con su pequeño.
De eso han pasado ya nueve años y así como lo dijo en ese entonces: “es mi casa, pero así no se puede vivir”, ahora insiste en que necesita ayuda urgente.
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