Categorías: Opinión

Fatalidad

El estado actual de la economía se ha convertido en un agujero negro del que difícilmente puede escapar la información servida por los medios. Al asomarnos diariamente a la prensa de papel y a la digital; al escuchar la radio o al atender los informativos de la televisión, todo parece estar pasado por su inevitable tamiz con las consecuencias políticas y sociales por todos temidas. Todo parece estar sometido a irrevocables órdenes provenientes de instancias difusas y ubicuas, de agentes económicos sin rostro. Recortes, ajustes, reformas, desplome, prima de riesgo, inversión, índice de paro, Ibex ... todos estos conceptos ocupan las cabeceras de periódicos, noticieros, se enseñorean de tertulias ... y van de boca en boca, sin sufrir desgaste alguno, dejando tras de si angustias con nombres y apellidos. Hace muy escasos años la economía sólo interesaba a académicos, expertos y periodistas especializados, mientras, como la sangre en el organismo, fluía en silencio para la inmensa mayoría. Ahora, la crisis nos la ha hecho presente, la ha vuelto visible en su aspecto menos amistoso, como cuando heridos vemos con un cierto pasmo como la savia de nuestra vida se vierte, mientras nos afanamos en detenerla con variados remedios. Pareciera que opera al margen de las necesidades comunes, de los intereses de la grandísima mayoría, para obedecer a sus señores, que, desde la cima de sus olimpos la hace destrozar, como si de rayos se tratase, el sueño sereno del trabajador, del asalariado, del autónomo, del pequeño y mediano empresario, de la clase obrera y media de nuestro país. Y nos preguntamos qué falta, qué transgresión de sus reglas hemos cometido para que nos acose diariamente como una feroz manada de lobos en este viaje hacia ninguna parte. Los profesionales de la misma debaten sobre las medidas necesarias para meter en cintura al monstruo desbocado, cómo devolver a su botella al demonio que entristece nuestros días. Todo se ha revestido de un halo de tragedia, de fatalidad ante la que no se puede oponer resistencia, sin comprender que la misma es siempre economía política y está sujeta a decisiones que se toman lejanamente o con proximidad inquietante. Sin comprender que la acción de los ciudadanos no puede ser ni estar ajena a la misma, pues cada sociedad, cada país, tiene su propia economía, sin que ello suponga una situación de aislamiento respecto de otros. Parece llegar el momento de que la ciudadanía ante la inoperancia del Gobierno y de las instituciones de la UE, haga presente su voz, dejen constancia de su condición de sujeto político por antonomasia para devolver a la economía ese rasgo que nunca debió enajenar en favor del los amos del dinero. Que el sentido y el signo de la vida cambien sólo depende de nosotros.

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