Se desangraba el año 1937 cuando el anarquista y clarividente Carmelo Bernieri, en la mítica publicación italiana “Guerra di classe”, advertía a la no-intervencionista sociedad europea que “las bombas que hoy caen sobre Madrid, mañana lo harán sobre Barcelona y pasado sobre Londres y París”.
Bernieri, perseguido por las esbirras de Mussolini y las asesinas de Stalin (acabaría vilmente tiroteado por las comisarias políticas del Komitern), evidenciaba algo que muy pocas eran entonces capaces de vislumbrar: si nadie tomaba conciencia de su existencia decidiendo decir “basta” al autoritarismo, las pestes bubónicas contra el librepensamiento de la nueva era acabarían sistemáticamente y sin piedad con todo atisbo de Libertad. No se equivocó. En 2017, la vigencia de Bernieri es más evidente que nunca.
El totalitarismo ya no necesita adoptar forma de congreso de Nuremberg o de desfile de la victoria para inocularse, como virus de la intolerancia, en una ciudadanía que ya ha perdido todo tipo de anticuerpos contra el fascismo. Bajo el pretexto de que la segunda guerra mundial, los 40 años de franquismo o la dictadura soviética han sido ampliamente suficientes para que hayamos interiorizado que nunca jamás la fuerza podrá con la razón, hemos ido, poco a poco, olvidándonos de una premisa fundamental: el huevo de la serpiente fascista siempre espera el momento adecuado para eclosionar. Olvidarlo, o negarse a verlo, equivale a darle el calor oportuno a la bestia para que vaya creciendo hasta convertirse en un monstruo.
Lentamente, algunos conceptos que hasta hace poco hubiesen sido del todo inaceptables van calando en las distintas capas de la sociedad, transformando el principio de tolerancia en el de negación de cualquiera de los puntos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, empezando por: “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.
¿ Se está cumpliendo este simple enunciado del artículo primero de la declaración de la ONU? Nada más que añadir, Señoría.
Pero ahí no acaba la destrucción que el virus de la intransigencia ya ha iniciado con extrema virulencia. Sería demasiado simple.
Los constantes y violentos ataques al concepto de Unión Europea (pero, curiosamente, no a su deriva neoliberal anidada en la Escuela Económica de Chicago) como confederación de países que buscan puntos comunes para llegar a acuerdos es otro los síntomas evidentes de este fascismo larvado. Con rancios nacionalismos y soflamas identitarias, avanzamos hacia el precipicio de la sinrazón sin olvidar que el enfrentamiento, si es con mucha sangre mejor que mejor, es el abc de quienes fomentan la intolerancia.
La crisis económica, prefabricada a medida de los poderosos, posibilita un brutal recorte de derechos sociales adquiridos que parecían inamovibles hasta hace muy poco tiempo. Además, esta situación ha conllevado una enorme pérdida de puestos de trabajo, con una consiguiente miseria provocando que poder pagar una hipoteca sea todo un privilegio. Y entonces es cuando hace su aparición la aporofobia (odio a las personas en situación de vulnerabilidad). Inmigrantes y pobres de todo tipo son la diana de la ira populista. Con el nauseabundo mensaje de que estos “sin nada” se llevan las ayudas, se está desarrollando un odio visceral que cada vez coge más amplitud. Y aunque nadie quiera pararse a pensar que una ayuda de 600 euros revierte automáticamente en la economía del barrio, pueblo o ciudad, pero que una cuenta en un paraíso fiscal sólo sirve para que los ricos sean asquerosamente más ricos con una impunidad indecente, las atacadas y vilipendiadas siguen siendo las que menos tienen.
La bestia, que se alimenta especialmente de estos pensamientos irracionales, sigue creciendo a golpe de mensajes falsos mil veces repetidos, consignas contaminadas y prejuicios perfectamente dirigidos. Y funciona, porque nadie repara en nada… y es que de eso se trata, precisamente.
Obviamente, la guinda del pastel de esta subida del fascismo sociológico se llama terrorismo. Las tontas útiles que asesinan a golpe de ametralladoras, cuchillos o atropellos en masa están justificando un crecimiento exponencial del miedo que se transforma en islamofobia que, a su vez, lleva consigo un callado aumento del enfrentamiento, cuando no del odio de unas por otras. Lamentable.
Y así, el virus continúa invadiendo el cuerpo de la Democracia. Devora sistemáticamente todos los órganos con el objetivo de llegar al cerebro y destrozar lo que queda de materia gris. Cuando eso ocurra, se iniciará la puesta en marcha de un nuevo “Decreto Noche y Niebla” como el de las nazis que llevó al exterminio de millones de seres humanos.
El fascismo sociólogo avanza al galope en una sociedad a la que se le está privando, desde la propia enseñanza, del más mínimo sentido crítico que pueda contrarrestar tantas barbaridades que, evidentemente, no anuncian nada bueno. Y es que ya lo vaticinó Bernieri: “las bombas que hoy caen sobre Madrid…”. La cuenta atrás para que se repita una nueva sesión de la Shoa no es ninguna suposición conspiranoide. Abran los ojos de verdad, lo verán claro.
Usted, como siempre, sabrá lo que más le conviene, pero si no empezamos a actuar radicalmente contra esta nueva versión del fascismo, que ahora se presenta revestido de una supuestamente limpia e impecable lógica, las negras tormentas volverán a agitar los aires. Y no olvide una cosa, cuando el fascismo se muestra abiertamente, ya nada tiene remedio. Usted misma.