Cientos de historias y canciones se han escrito en torno a esta figura en España, esos ‘lobos’ solitarios de ultramar. El farero, los fareros, suscitaban la curiosidad de todos aquellos que, a lo lejos, vislumbraban esos destellos de luz por la noche reflejándose en el mar. Cuántas canciones, cuánta poesía, cuánta leyenda y “cuánto mito”, confiesa Santiago Tortosa entre risas.
Él es uno de ellos, uno de esos guardianes de las costas que custodia desde hace 30 años el saliente al mar más agudizado de la orografía costera de Ceuta, donde se erige a 147 metros sobre el nivel del mar y con una estructura que se eleva a los 120 el faro de Punta Almina. Un lugar donde en los días claros “se logra avistar hasta Sierra Nevada”, señala este okupa de ultramar.
FAROTV se mete en la piel de uno de estos tres guardianes de las costas ceutíes. Tortosa es, en este momento, el más veterano. Asegura que la “leyenda es buena para alimentar la imaginación de las personas, pero la realidad es bien distinta, afortunadamente”.
Sin embargo confiesa que llegó a conocer a alguno de aquellos antiguos fareros que protagonizan esas historias. “Mis primeros compañeros eran de esa estirpe, fareros que heredaban la profesión y la vivían de manera similar a como se refleja en la literatura”.
De momento, les han cambiado el nombre. Estos trabajadores ya no se llaman fareros, ahora son técnicos de sistemas de ayuda a la navegación. Un puesto al que se accede a través de unas duras oposiciones, explica. Y aunque parece que nadie imagina la costa sin faros puede que sí sin fareros, debido a la llegada de las nuevas tecnologías a sus linternas.
No obstante, Tortosa asevera que mientras exista la navegación marítima existirán faros. “Este es uno de los sistemas de ayuda a la navegación”. Otro falso mito: el trabajo no desaparece, más bien cambia, evoluciona. “Se están creando nuevos faros con diseños bastante vanguardistas, con una idea diferente”, apunta. “Que yo sepa en España no se ha apagado ninguno”.
Aún así, muchos están dejando de ser habitados, una decisión “no muy acertada” en opinión de Tortosa. “El constante mantenimiento del faro requiere de la presencia permanente de alguien”, expone. “No solemos tener graves incidencias, pero se pueden dar y la actuación deber ser inmediata”.
Uno de los faros en los que aún duerme alguien es éste, el de Punta Almina, que consta en su planta baja de tres viviendas, dos de ellas habitadas. Una es la de Tortosa, inquilino desde que llegó procedente del faro de Mazarrón, en las costas murcianas (tierra natal de este vigía de mar), hace ya tres décadas. En Ceuta asegura que se ha desarrollado profesional y personalmente. “Las experiencias durante todos estos años son muchas, las complicaciones también”.
Es así como la memoria de este hombre guarda momentos complejos. “Lo más duro que he vivido y a lo que temo cada día más es a las tormentas eléctricas, se dan con frecuencia, sobre todo desde que instalaron el sistema de radares de Tarifa Tráfico, es como sentir que te están bombardeando”, explica.
“Recuerdo una noche que comenzaron a caer rayos, uno cayó sobre nuestra ventana, aquello fue sentir la bomba dentro de casa, fue un susto para mí, para la niña. Además del estado de emergencia que se genera para restablecer los sistemas que controlan el edificio”.
La última vez que se apagó el faro fue hace más de un año a causa de un cortocircuito
El guardián de Punta Almina revela que la mayor complicación a la que se pueden enfrentar es, evidentemente, cuando se apaga el faro y no se pude encender. “La última vez fue hace alrededor de un año y medio. El faro tiene una batería de condensadores que son bastante grandes, hubo un cortocircuito y echaron a arder”, relata.
“Evidentemente se apagó la linterna, en ese momento subimos, no hubo que tirar de extintor porque había un pre fuego pero sí tuvimos que actuar rápido para volver a ponerlo en funcionamiento cuanto antes. Tan solo estuvo apagado unos minutos”.
A pesar de todo ello, Tortosa cuenta que la vida, en general, es mucho más simple, pero no monótona. Le resta poética a su trabajo, que consiste básicamente en mantener el faro en forma.
Esto se traduce en “limpiar, barrer, arreglar los desperfectos cuando los hay y ayudar si hay algún problema con un barco... Igual haces de técnico de mantenimiento, de señor de la limpieza o de fontanero”, bromea.
Aunque no solo es eso. “Mi trabajo comienza de la forma más normal, como en muchos: consultando el correo electrónico”, expresa.
“En nuestro caso es especialmente importante porque recibimos un parte de balizamiento del puerto, ya que, además del control del faro, gestionamos todas las áreas de navegación que se encuentran en el puerto”, explica.
Los servicios de guardamuelles realizan todas las noches una inspección ocular del balizamiento tras el cual elaboran un parte en el que reflejan, si se hubiese producido, las distintas incidencias. “En el parte de hoy todo está perfecto, así que lo siguiente es trasladarse hasta allí para proceder con el mantenimiento”.
Explica Tortosa que en el puerto las incidencias son “rarísimas” gracias a la instalación de unos nuevos equipos. “Estamos integrando progresivamente la tecnología LED que tiene una fiabilidad prácticamente del cien por cien.
De hecho anualmente se hace un balance de disponibilidad y, en el caso de Ceuta, estamos por encima del 99,9%”, explica.
Los nuevos equipos se han instalado paulatinamente desde hace cuatro años, los últimos se integraron durante el verano en la bocana. “Era el único lugar que todavía funcionaba con tecnología alógena hasta que hace varios meses pusimos las nuevas balizas que son espectaculares, tienen un rendimiento óptico impresionante, se ven prácticamente desde Algeciras”, manifiesta Tortosa.
Los prácticos han felicitado por el cambio. Dice Tortosa que los navegantes se han adaptado inmediatamente a la nueva tecnología. “Este verano que hemos tenido varios episodios de nieblas nos han requerido con asiduidad que activásemos el balizamiento por el día”.
El faro se enciende a través de una célula fotoeléctrica que se activa por la luminosidad ambiente
A pesar de la creencia popular, los faros ya no requieren del trabajo humano para su alumbrado. Hasta 1966 el faro de Punta Almina funcionaba con petróleo. Por aquel entonces el técnico que trabajase en el turno de noche debía permanecer casi de manera constante activando una máquina de rotación que funciona como un reloj de pesas.
Con una manivela en uno de sus extremos cuando las pesas, encargadas de activar la óptica, cesaban debía volver a girar dicha palanca. Un trabajo que fue reemplazado con la electrificación del mismo. En la actualidad se enciende con una célula fotoeléctrica que se activa a través de una resistencia que depende de la luz ambiente.
“El funcionamiento es el mismo que el del alumbrado público, ante la escasez de luminosidad en el ambiente se dispara un relé y se enciende la lámpara”, aclara. Durante estos meses de otoño esa lámpara se está activando alrededor de las 19.00 o 19.30 horas.
El equipo de ‘En la piel...’ de FAROTV comprobó cómo de forma automática la bombilla comenzaba a emitir una tenue luz que se hace cada vez más intensa, a la vez que la óptica que la rodea comienza a girar, siendo esta la que emite los famosos destellos.
Hoy, cuando ya sus actividades son mucho más calmadas, Tortosa no cambia por nada lo vivido y siente como un orgullo el haber sido elegido para esta tarea, a la que muchos postulan y muy pocos tienen el privilegio de quedar.
Su historia no es de esas de las que se reflejan en los libros. “Tenía una profesión que no me llenaba y me planteé dedicarme a esto. Siempre, desde pequeño, he estado muy ligado al mar, a la navegación y ya había frecuentado algunos faros por lo que intuía que me podía gustar, y no me equivoqué”, asegura.
“Lo que más me ha dado esta profesión ha sido la satisfacción de dedicarme plenamente a algo que me apasiona”. Así se despide Santiago Tortosa, con esa linterna que alumbra el Estrecho ya encendida y sus haces reflejándole en el rostro de ese torreón donde la memoria marítima de los faros son poemas, bocetos de acuarela, esculturas a orillas del mar. El lugar que eleva al faro como musa y superviviente, que inventó el GPS antes del propio GPS.
Explica Santiago Tortosa que la situación del faro de Punta Almina a orillas del mar le infunde una vulnerabilidad hacia las tormentas eléctricas: “Es nuestro peor enemigo, puede acabar con todos los sistemas”. Además desde que se instalaron los medios de Tarifa Tráfico esta atracción a las tormentas se ha acentuado.
Por todo ello el edificio se encuentra blindado con diferentes equipos de bloqueo de rayos que impiden acceder al propio faro y desvían su trayectoria. Se encuentra dotado con dispositivos antirrayos en todos los equipos hasta con una jaula de faraday que rodea todo el edificio.
A pesar de todas las historias que rodean a la profesión, en algún tiempo lejano pudo existir aquella figura que las alimentaba. Hoy no deja de ser un empleo más que normalizado.
Técnico de sistemas de ayuda a la navegación es su actual apelativo, al que solo se puede acceder a través de una oposición y su consiguiente curso de preparación y formación que convoca Puertos del Estado conforme a los parámetros que establece la normativa internacional.
Punta Europa, Tarifa, Punta Almina y Espartel: cada uno con diferentes destellos. La forma de la óptica es la encargada de determinar la característica que emite cada faro, en el caso de Punta Almina son dos los destellos: “Los barcos que crucen el Estrecho hacia el Mediterráneo saben que dos destellos a estribor corresponde a nuestro faro”, explica Tortosa.
Cuatro son los faros que balizan el Estrecho: Punta Europa con 1, Tarifa con 3, Punta Almina con 2 y Espartel con 1 destello.
La Guerra Civil se hizo notar en todos los sectores de la sociedad y Punta Almina no fue menos. Poco después del alzamiento, el 20 de julio de 1936, varios militares se presentaron en el faro obligando al empleado de aquel entonces a apagarlo.
“Él se negó porque decía que solo acataba órdenes de su jefe que estaba en Cádiz. Semanas más tarde regresaron con un escrito y armados. Ante eso no tuvo más remedio que apagarlo, aunque tan solo estuvo un par de meses”, explica Tortosa mientras lee el libro de servicio que refleja la historia
Punta Almina pertenece al primer plan de iluminación de las costas españolas
El faro de Punta Almina se empezó a construir en el año 1851, bajo el reinado de Isabel II, por un ingeniero llamado Juan Martínez de la Villa. Formó parte del primer plan de iluminación de las costas españolas.
“En ese plan se hicieron del orden de más de 50 faros en España, todos ellos activos hoy día”, explica Tortosa.
“Fue el plan general de faros más importante que se ha hecho en el país”.
El 1 de diciembre de 1855 entró en funcionamiento el faro de Punta Almina, por aquel entonces funcionaba con una lámpara mecánica que se activaba con aceite de oliva, para aumentar la luz tenían unos catadióptricos en forma circular, para que, así, la pudieran ver los barcos que se acercaran a la costa.
Más adelante sobre 1912 se cambió la lámpara por una de vapor de petróleo, a la vez que se instaló una maquinaria la cual, dándole vueltas con una manivela, hacía que el catadióptrico girase durante dos horas.
En 1919 se instaló una óptica nueva con cristales de roca reforzado con laminas de cobre y tallada a mano, con una altura de 3,5 metros que, según Tortosa, costó más que todo el edificio entero; además es la segunda óptica más grande fabricada con estas características que hay en España.
Está situada en el nivel más elevado del faro, se encuentra rodeada de una linterna que, en un primer momento era plana, hasta que años más tarde se sustituyó por la actual.
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