104 años no se cumplen todos los días, no hay tarta para colocar tantas velas; pero Josefa Fernández Menéndez (Ponferrada, 1918) hará realidad este sueño el próximo 11 de octubre en Ceuta. Ella es de las pocas que forman parte de este club de centenarios, que sobrepasan el siglo y continúan viendo la vida pasar delante de sus ojos. Aún le quedan fuerzas, pese a que se encuentra en silla de ruedas. “Hasta hace poco iba con el andador, pero una caída en el cuarto de baño me dejó tal y como estoy ahora”, explica la mujer.
Delgada, con cara perfilada y cabellos tintados en castaño; Josefa o, como en su día la nombraron unas monjas, Fani, se encuentra en la actualidad en la Unidad de Estancia diurna del Imserso de Ceuta. El resto de la jornada, sus nietas, “que son muy buenas”, son las que le acompañan en todas sus funciones más vitales. Para la anciana este es su “pesar”, le cuesta concebir que tenga que ser dependiente. “No quiero que sigan padeciendo. No lloro delante de ellas, pero sí que pido la muerte”, asevera mientras se encomienda a los Santos. Pero antes de todo esto, la ponferradina ha luchado mucho.
Desde bien pequeña se quedó sin progenitores. “Mi padre murió antes de yo nacer y a mi madre la perdí a los siete”, recuerda con un nudo en la garganta. Entonces, le quedó más que trabajar con las vacas y caballos de sus tíos, con quienes permaneció durante años. El colegio apenas lo pisó, pero la escuela de la vida le dio las lecciones suficientes para tirar adelante y afrontar con madurez los duros estragos que le tenían guardado.
Cuando los tambores de guerra retumbaban en suelo español, previo a 1936, ella se trasladó a Zaragoza para trabajar en la casa de un médico. “Ayudé en tareas vinculadas a la medicina, no me quedaba otra si quería ganar un poco de dinero”, reconoce. Con respecto al trágico acontecimiento manchado con sangre del pasado siglo, no quiere recordar ni tan siquiera un ápice. Lo único que sí dice con certeza es que “Franco no era bienvenido en Ponferrada, no lo queríamos”.
Fani tiene una mente prodigiosa, recuerda cada detalle de su pasado. A sus casi 104 años, la mirada la tiene puesta en su presente; pero la cabeza no le deja otra cosa más que rememorar a sus dos pilares fundamentales. A ambos los lleva a modo de símbolos. Por un lado, en sus dedos huesudos se puede contemplar dos sortijas de oro. Sinónimo de la alianza eterna con su marido Víctor Carrera. Por otro lado, una cadena de oro con una foto grabada de su hijo Andrés.
A los dos los tiene presentes desde que se levanta cada mañana, no iba a ser menos durante la entrevista que ofreció a El Faro. “A mi marido lo conocí en la fiesta del Cristo en Salamanca. Los dos nos gustamos”, dice Fernández, mientras se toca con sus dedos los dos anillos. A su otra mitad lo define como una persona “buena y cariñosa”. Él ejercía como maquinista hasta el mismo día de su muerte. Su vida se truncó en cuestión de minutos, nadie lo pensó. “Me estaba arreglando porque quedé con él para ir a un bar de Ponferrada. Las personas encargadas de trasladarnos la noticia se acercaron a la casa de mi vecina para que ella fuese quien nos lo comentara”, manifiesta a pesar de que sus lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos y se deslizaban por sus mejillas.
Con Víctor vivió uno de los momentos más felices de su vida, según las palabras de la centenaria. “Aún se me viene a la mente el día de mi boda”. Pero también añade el nacimiento de su hijo Andrés, al que llamaban “Sito” y que se quedó huérfano de padre a la temprana edad de 11 años. Desde entonces, su madre cargó con todo el peso de la responsabilidad para que al pequeño “no le faltara de nada”. Cuando acabó los estudios elementales, él tuvo claro cuál sería su profesión. “Desde que me dijo que quería estudiar para policía, no me opuse y le ofrecí todo el apoyo posible”, dice con voz tierna y con ese desliz de madre orgullosa por su retoño.
Fani lo apuntó a la academia para que se formara. Con el paso del tiempo, Andrés cumplió su ansiado sueño de coger plaza y así entrar en el cuerpo de la Policía Nacional. Era Andrés Carrera, el conocido sindicalista al que en el SUP se le apodaba ‘el maño’. Por él, ella se vino a la ciudad autónoma acompañado de sus nietas. Pero, una vez más se repite el funesto desenlace de decir adiós. “Un cáncer lo arrebató”, matiza la anciana. “Esta enfermedad no respeta nada”.
Josefa Fernández soplará los 104 este 11 de octubre. En esa misma jornada le esperará una grata sorpresa en la Unidad de Estancia Diurna del Imserso. Lo de esta ponferradina es sinónimo de trabajo y con un carisma de hierro frente a las adversidades que la vida le ha puesto por delante.
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