La Federación de Asociaciones de Madres y Padres de Alumnos de Ceuta (FAMPA) organizó este miércoles por la tarde un iftar en el que se reunió toda la comunidad educativa, en el salón de bodas ubicado en la carretera del Serrallo.
Este evento, que se ha convertido en una tradición en la ciudad, tiene como propósito no solo la celebración del Ramadán, sino también el fomento de la convivencia y el fortalecimiento de los lazos entre los diferentes sectores de la sociedad ceutí, unidos por la educación y los valores compartidos.
Antes de que diera comienzo la celebración, el ambiente ya estaba impregnado de una energía especial. Los invitados, tanto padres, madres, alumnos como miembros de la comunidad educativa, intercambiaban saludos y sonrisas.
Por eso mismo, la FAMPA ha querido aprovechar para dar un reconocimiento a 3 directores que llevan muchos años ejerciendo y que han luchado por la educación pública de nuestra ciudad.
Los distinguidos han sido: Alfonso Roldán, del IES Clara Campoamor; María del Carmen Benítez, del CEIP Juan Carlos I y Francisco Pino, del CEIP Ortega y Gasset.
Cada rincón del salón acogía pequeñas charlas y conversaciones animadas, mientras todos se acomodaban y esperaban a tomar sus lugares en la mesa. Se percibía la calidez de la ocasión, un momento de encuentro tras largos períodos de distancia física debido a las restricciones anteriores, lo que hacía que la reunión fuera aún más especial.
El evento contó con la presencia de figuras destacadas del ámbito educativo y social de Ceuta, como Miguel Señor, director provincial del Ministerio de Educación, Formación Profesional y Deportes (MEFPyD), quien, con su presencia, quiso dejar claro el apoyo a este tipo de iniciativas que promueven la unión, el entendimiento y la solidaridad entre las distintas comunidades que conforman la ciudad.
La mesa estaba elegantemente dispuesta, con platos sencillos de cristal y vasijas a juego, que contribuían a crear un ambiente acogedor y cálido, ideal para una velada de largas conversaciones.
Los dátiles y las chubaquías, alimentos tradicionales para romper el ayuno, ya estaban servidos, esperando a ser degustados por los comensales. Estos pequeños detalles no solo eran parte de la tradición gastronómica, sino también símbolos de hospitalidad y generosidad, propios de la cultura local durante el mes sagrado.
En un momento determinado, una voz suave interrumpió los murmullos que se generaban en la sala, anunciando la llamada al rezo, lo que sumió a todos los presentes en un profundo silencio y reverencia.
Este ritual, que marca la ruptura del ayuno, fue respetado con atención por todos, quienes, tras el anuncio, comenzaron a disfrutar de los primeros manjares. Los dátiles fueron los encargados de romper el ayuno, seguidos por las breguas y otros pequeños tentempiés que acompañaron las primeras horas de la velada antes de la llegada de los platos principales.
Como es costumbre en estas fechas tan señaladas, el primer plato fue una humeante y reconfortante harera, una sopa tradicional que se sirve durante el Ramadán y que es indispensable para dar inicio a la cena.
La harera, con su sabor y textura reconfortante, no solo calentó los estómagos de los presentes, sino que también creó una atmósfera de cercanía y fraternidad entre todos los asistentes, quienes compartían sus vivencias, risas y buenos deseos mientras disfrutaban del plato.
A medida que la velada avanzaba, con el primer cuenco de sopa ya vaciado y la conversación animada, la música suave de fondo comenzó a llenar el espacio sin interrumpir el flujo de las charlas. La melodía acompañó el ambiente de una manera sutil, añadiendo un toque de calma y serenidad que complementaba perfectamente el tono relajado y acogedor de la cena.
La velada se convirtió, así, en una verdadera fiesta de convivencia, un recordatorio de la importancia de compartir y celebrar en comunidad, especialmente en un mes tan simbólico como el Ramadán.
A través de esta comida, los asistentes celebraron no solo la llegada del mes sagrado, sino también los valores de hermanamiento, solidaridad y perdón que lo acompañan.
Estos principios, que se viven intensamente durante los treinta días del Ramadán, fueron el hilo conductor de una noche memorable que puso de manifiesto el poder de la unión en una sociedad diversa y cohesionada.
Finalmente, mientras la noche llegaba a su fin, todos los presentes se despidieron con una sensación de gratitud y satisfacción, sabiendo que habían compartido algo mucho más que una simple comida: habían celebrado la esencia del Ramadán y los lazos que unen a la comunidad educativa de Ceuta.
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