Ocupado en otras cuestiones he tenido poco tiempo para reflexionar y escribir sobre lo que me encuentro a diario andando por Ceuta, pero al leer la noticia de la caída de un banco en la plaza de los Reyes me siento devuelto bruscamente a la realidad urbana que nos ocupa, al tiempo que se reafirma mi convencimiento del deterioro y vulgaridad que sufre nuestra ciudad. No crean que es exagerada la afirmación, pues sólo hay que fijarse un poco al pasearla para comprobarlo, sobre todo de las zonas que nos son más comunes.
En este caso se estaba avisado desde junio, en que ocurrió otro tanto; y hace poco se produjo el desprendimiento de una gran rama de ficus en los jardines de la Argentina, donde tampoco es la primera vez que ocurre. Con las calzadas de cualquier lugar de la ciudad pasa algo parecido, pues están llenas de cicatrices de las innumerables obras realizadas y no rematadas con el esmero y cuido que merecen, lo que a veces resulta una trampa para el peatón despistado. En cualquier caso, se pone de manifiesto la falta de atención y diligencia de los que tienen la responsabilidad de ejecutar los trabajos o bien de cuidar lo público; así como de los que tienen que vigilar a los que vigilan, que son la pléyade de políticos y asesores que tenemos, cada uno en el área que toque, claro. Y no es que no se estén haciendo cosas, que son muchas las que se ven acometer y seguro que más las que no advertimos, pero… ¡que poco nos luce!¡
Otra cuestión que incide en la visión sucia de la ciudad son los orines de perros en todas las farolas, muros y balaustradas existentes, amén de sus correspondientes mierdas y que sus amables propietarios se empeñan en dejar de muestra (¿para cuándo los baños públicos para perros?; el artilugio es un punto autolimpio de obligada visita en su paseo higiénico donde ir acostumbrando al perro a orinar y defecar). También hay que mencionar el cúmulo de basuras alrededor de los contenedores, los chicles, pipas y colillas dejados por doquier; y qué decir de esas recónditas plazas llenas de bolsas y vasos de la última copa (¿para cuándo empezar el soterramiento de posibles zonas de recogida?).
Otra cuestión que incide en la visión sucia de la ciudad son los orines de perros en todas las farolas y muros
Las palmichas de la marina merecen una especial mención, pues son la causa más palpable de la paupérrima visión que el viandante tiene de una parte clave en la ciudad, La Marina. Aquí se pone de relieve la dejación e ineptitud de los responsables para afrontar el problema de las palmeras, sabiendo que, sobre todo las hembras, producen gran cantidad de fruto y cuándo lo hacen. Así que si no se podan es porque no se quiere, porque avisado se está (por cierto, ¿para cuándo mandar a los jardineros a formarse convenientemente y a los barrenderos a cumplir a diario con la obligación de barrer La Marina?).
Recuerdo una época en que un asesor, de los que tanto gusta nombrar a los partidos que gobiernan porque debe ser que no encuentran trabajador público que haga el encargo, a pie y libreta en mano apuntaba y transmitía lo que veía en mal estado para su arreglo (reflejos de maestro, dicho sea, con respeto y buen recuerdo del personaje). Hoy se mira desde el vehículo y poco se debe transmitir…si es que miran.
Las calzadas están llenas de cicatrices de las innumerables obras realizadas y no rematadas con esmero
Hablando de cutrerío, me gustaría saber qué papel juega la pequeña balaustrada metálica que rodea la recreada y monumental puerta del Hospital allí presente (la mini valla sólo circunda ahora el frente) que, por cierto, hace ya días que alguien quitó uno de sus arcos. Para mí que esa valla es sólo un obstáculo que, además de impedir el acercamiento frontal, sólo provoca tropiezos y riesgo de dar con tu despiste en el suelo. Ni tiene sentido tal valla-obstáculo en la acera, ni le aporta valor alguno al monumento, antes bien lo aleja del ciudadano. Es como los bumerangs luminosos que la urbanista de turno colocó en el Revellín en su día: una trampa para el peatón.
En fin, unas pinceladas de cosas que impiden que vea Ceuta como la ciudad de la que nuestro ilustre poeta López Anglada nos habla y al que nuestro Presidente gusta citar: «Ceuta es pequeña y dulce; está acostada en los brazos del mar, como si fuera una niña dormida que tuviera la espuma de las olas por almohada» … y marinera.
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