Opinión

La Fábrica de Harinas de Ceuta

Extinguido nuestro pasado industrial, paulatinamente fueron borrándose también las huellas de los edificios e instalaciones que sustentaron esa cadena fabril. Modesta, ciertamente, pero real. Una fuente de riqueza que tanto necesitaríamos actualmente en medio de la grave y peligrosa crisis en la que está sumida la ciudad. En otra ocasión podremos repasar detalles de tan lamentable pérdida de aquellas industrias, un capítulo también de obligada referencia en la historia contemporánea de Ceuta.

Valga recordar hoy a modo de modesto homenaje en esta particular Galería a la Fábrica de Harinas, cuyo edificio, consustancial con el paisaje de la zona, ha entrado en plena demolición tras el cierre de la factoría hace muchos años. Desaparece así, para siempre, el gigante arquitectónico del entorno de Alfau, visible desde tantos puntos de la bahía norte y, como tal, tan familiar en nuestras retinas.

La desaparecida fábrica la levantó Molinos de Ceuta S.A. en 1954. Nacida al calor de otra empresa sevillana del sector fundada en diez años atrás. La inversión ofrecía las mejores perspectivas dado que nuestra ciudad carecía de cualquier factoría de este tipo. Es más, el objetivo no era sólo el de abastecer a Ceuta sino también a la vecina zona del Protectorado. Pero al igual que sucedió con la Fábrica de Cerveza, cuando estaban concluyendo las obras de su construcción, se produjo, de improviso, la independencia de Marruecos, lo que constituyó un terrible golpe para el proyecto al tener que ver reducida su producción al consumo meramente local.

La maquinaria, valorada en la respetable cifra de ocho millones de las pesetas de entonces, estaba al mismo nivel de calidad que la de cualquier otra fábrica de la Península. La maquinaria principal la trajo de Sevilla en 1955, una vez levantado el edificio en el que habría de asentarse, José Montañés, quien dirigió su instalación, montaje y puesta en marcha. Un año después, a principios de 1957, comenzaba su producción con una plantilla de treinta operarios divididos en dos turnos de trabajo.

Las imprevistas circunstancias políticas con las que se encontró la empresa en el momento de poner en marcha su proyecto determinaron desde un principio, como decíamos, que su rentabilidad no fuera, efectivamente, la esperada. Fue preciso recurrir a la ayuda gubernamental para subvencionar la producción y evitar así que la harina resultase en Ceuta más cara que en otro lugares próximos.

"Como patrimonio industrial de la ciudad, que es, al igual que la otra fábrica de harinas también desaparecida, la militar de Otero, estoy con Septem Nostra en la necesidad de prestar la atención que merecerían estos edificios antes de ser derribados"

Trabajaban por cupos trimestrales. "Hemos conseguido cupos de trigo de primero y tercer grado, lo que al hacer la mezcla resulta una harina de calidad excepcional y si no ahí tienen la muestra en el pan elaborado en Ceuta", decía a principios de los años sesenta, José Muñoz Castillejos, gerente de la empresa, cuando la producción era de más de 6 millones de kilos. "Al referirnos a esta cantidad, en ella incluimos los subproductos que salen del trigo adquirido, es decir, harina, salvado y tercerillas".

‘Molinos de Ceuta’ aseguraba ofrecer las mayores garantías de higiene para el consumidor ya que habían eliminado el sistema del saco de papel por la novedad que suponía el de plástico. Al carecer de camiones de reparto, los propios clientes venían a adquirir cuanto necesitaban, buscando así ajustar más los precios de aquellas harinas de primera calidad.

Nuestra Fábrica de Harinas dispuso también de viviendas para sus máximos responsables en su elegante y cuidada edificación, levantada junto al antiguo varadero, en una zona en la que se proyectó alguna que otra instalación industrial que no llegó a materializarse. Al cesar el funcionamiento de la fábrica, su voluminoso inmueble fue vendido a José Borrás para dedicarlo a garajes y almacén.

Al final, el edificio con sus cristales rotos, sus puertas y ventanas corroídas por el óxido y ciertos daños en su estructura se me representa, si se me permite la expresión, como una especie de monumento al aniquilamiento de aquel modesto tejido industrial del que no tenemos por menos que acordarnos, como decíamos, en los difíciles momentos por los que atraviesa la economía local.

"Al cesar el funcionamiento de la fábrica, su voluminoso inmueble fue vendido a José Borrás para dedicarlo a garajes y almacén"

Un inmueble que, por otra parte, convenientemente restaurado, podría haber servido para otros usos como el de albergar a un gran museo en una Ceuta convertida en un importante referente turístico, un gran centro cultural o como sede de una serie de servicios públicos municipales como se ha hecho en casos como este en tantas otras ciudades.

Como patrimonio industrial de la ciudad, que es, al igual que la otra fábrica de harinas también desaparecida, la militar de Otero, estoy con Septem Nostra en la necesidad de prestar la atención que merecerían estos edificios antes de ser derribados, si no cabe otra opción, para dejar constancia de un estudio documentado de lo que fue, y una vez desaparecidos, “que quede documentada su historia y vinculación”.

Pero esto es mucho pedir a una ciudad que en tantas ocasiones vuelve sus espaldas a su patrimonio histórico. Ejemplos lamentables tenemos de ello. El pecado nos viene de lejos.

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