Opinión

Extremadura y los cerezos del Jerte en flor, por Antonio Guerra Caballero

Decía en uno de mis artículos de hace unos años que Extremadura es una región por descubrir tanto dentro como fuera de España. Y ello lo entiendo así, porque tiene un rico patrimonio histórico, artístico, cultural y monumental, como lo acredita el hecho de poder contar con un triángulo de ciudades declaradas Patrimonio de la Humanidad, como son Mérida, Cáceres y Guadalupe, que encierran todo un emporio de historia, arte y monumentos arqueológicos que son vestigios de las numerosas civilizaciones que fueron dejando su huella en el pasado.

Luego, la Naturaleza parece haberse querido recrearse con Extremadura a lo largo de los tiempos, habiéndola llenado de numerosas dehesas con frondosas encinas, en bastantes casos milenarias, verdes y densos olivares y una flora y fauna muy pródiga en abundante biodiversidad de especies de aves, animales y plantas de todas clases.

En ella se puede respirar aire limpio y sano, alejado de mundanal ruido y de la polución atmosférica. Sobre todo en estas fechas, se puede disfrutar a pleno pulmón de la más pura Naturaleza, del verde de sus campos y sementeras con los trigos crecidos empezando ya a espigar y los campos en flor.

Aquí por estas fechas se pueden contemplar nítidas visibilidades, cielos azules y altos, horizontes despejados donde la mirada se pierde en la lejanía hasta donde parecen juntarse el cielo y la tierra. Se disfruta de plena paz, quietud y tranquilidad; es como un remanso de paz y sosiego que relaja los cinco sentidos, con un ambiente en calma, donde no existe ni el bullicio de las grandes urbes, ni las prisas de la gente, ni el mundanal ruido, ni el humo de los motores, de los vehículos y de las fábricas.

El ambiente que se respira en completamente puro y saludable. Y luego están la nobleza, la sencillez, la llaneza campechana y la amistosa actitud sincera de la buena gente extremeña, siempre atenta y acogedora, sin dobleces, con su buena fe por delante, con las manos tendidas y el gesto generoso. De todo ello - como siempre digo - Mirandilla, mi pueblo, es el mejor ejemplo. Por eso me gusta tanto reencontrarme allí todos los años varias veces, al menos en la primavera y en el otoño, mes y medio cada vez, con la gente conocida, con los amigos de la infancia, que lamentablemente cada vez que voy me encuentro con menos.

Ese es el motivo por el que cada día cuando despierto por la mañana, abro los ojos y veo la luz, pienso que me ha tocado la lotería porque sigo en la prórroga, como diría mi buen amigo de Don Benito, Ángel Valadés que, junto con Miguel Donoso, algunos más y nuestras respectivas esposas, un día de éstos nos reuniremos a comer juntos como siempre que vengo, normalmente, en El restaurante El Yate de Mérida. Con sólo poder ver a diario los extensos encinares, caminar al lado de ellos, ver su frondosidad y la salud arbórea de que este año gozan, exuberantes de savia y de vida, ya me doy por más que satisfecho.

Y es que, nada tiene de extrañar que hace ya unos años, cuando visitó las tierras extremeñas una comisión agraria israelí para conocer los distintos sistemas y métodos de producción que se venían utilizando en el agro extremeño, al entrar en contacto con las extensas dehesas extremeñas, repletas de frondosa vegetación, verdes hierbas y monte bajo, no tuvieron el menor inconveniente en reconocer públicamente que: “Extremadura es la reserva ecológica de Europa”.

Los campos extremeños aparecen pletóricos en esta fase de la primavera, cuando están en plena eclosión las plantas, los cereales, la floración y el rebrote de los árboles, las viñas, los olivares y otros árboles, que impregnan el ambiente de deliciosos olores.

Extremadura en primavera es toda una explosión de verde, luz y colores. La soledad y el silencio de los campos extremeños sólo se rompen con el canto de las aves en celo y el trino de los pajarillos que revoleteando de árbol en árbol se reclaman el amor y con su trino ponen en el ambiente mayor riqueza y colorido. Andando por los campos extremeños se puede disfrutar de largos paseos por veredas y senderos, por frescas cañadas, regatos y riachuelos que todavía sorprenden a uno con el rumor de sus aguas cuando discurren entre peñas y hondonadas formando pequeñas cascadas, en medio de un ambiente repleto de armonía.

Por las mañana temprano se oye cantar el típico quiquiriquí del gallo anunciado del alba, los gorriones y las golondrinas que por encima de los tejados revoletean y pían; la perdiz, la abubilla, el cuco, la alondra y los ruiseñores; también se oyen por el campo el balido de las ovejas y el sonar de sus cencerros, el mugido de las vacas y el ladrido de los perros. Por las tardes cantan los grillos, arrullan la tórtola y la oropéndola cantando por las dehesas y alamedas; al atardecer croan las ranas, cantan los alacranes cebolleros; y por las noches pían el búho, los mochuelos y los alcaravanes. Todo eso, al menos a mí, me hace disfrutar y gozar plenamente de la Naturaleza y percibir las mayores sensaciones, sintiendo el relente de la brisa mañanera, los preciosos amaneceres, los brillantes mediodías, los suaves atardeceres cuando el sol comienza ya a declinar y en su ocaso poco a poco se va introduciendo en la penumbra de la noche.

Extremadura es vida pura que brota de la propia tierra extremeña. Es posible que lo que estoy escribiendo apenas tenga importancia, pero lo cuento tal como personalmente lo vivo y lo siento en extensión y profundidad. Y este año he hecho un nuevo descubrimiento. Del 16 hasta el 28 de abril mi mujer y yo hemos podido contemplar un fenómeno que cada primavera suele repetirse entre el 5 y el 15 de abril, pero que este año hemos sido agraciados con su retraso debido a las lluvias y al frío que antes hicieron. Me refiero a ese espectáculo tan precioso y singular como es el de contemplar la floración de los cerezos del Valle del Jerte en la provincia de Cáceres, en el espacio comprendido entre 15 y 25 kilómetros de Plasencia , por la carretera 110 que desde la ciudad placentina conduce a Ávila. Allí se encuentra lo que pudiéramos llamar el centro neurálgico de la producción de las ricas y exquisitas cerezas extremeñas, habiendo permanecido en el Hotel Balneario del Valle del Jerte, al fondo de las laderas por la que el río y el valle discurren, entre pueblos ribereños abajo y localidades serranas arriba en la montaña, a uno y otro lado.

La floración de los cerezos en el Valle del Jerte es todo un acontecimiento cada año que la Naturaleza ofrece a los propios habitantes del Valle que lo tienen ya como un hecho conocido con el que cada año conviven y tienen la suerte de disfrutarlo. Y los turistas de otros lugares de toda España, incluso algunos del extranjero, pueden también percibir el fenómeno como un auténtico tesoro natural. Más de millón y medio de cerezos eclosionan, primero en los bancales que se encuentran abajo más preservado del frío de las montañas, donde se hace presente días después. Tantos cerezos floridos vienen a ser el estandarte más simbólico que presenta los más hermosos y variados paisajes.

La economía del Valle se centra fundamentalmente en el cultivo y venta de la cereza, que es exportada a numerosos lugares dentro y fuera de España por la fama que tienen de ser tan ricas y suculentas. Los cerezos fueron plantados en la comarca el siglo XVIII, como renovación de los antiguos castañares que hasta entonces se criaban, para ser luego sustituidos por cerezos bastante más pequeños, pero con rentabilidad mucho mayor para sus productores.

Todavía se conservan castaños en Casas del Castañar, donde hay cinco de estos grandiosos árboles catalogados como singulares. El espectáculo de la floración de los cerezos es impresionante y digno de ver, llamando la atención de cuantos lo contemplan, siendo numerosos los grupos y miles de visitantes los que llegan a diario a visitar la zona sólo para ver los árboles vestido con su característico manto blanco, que verlos tan de cerca produce una honda impresión a los visitantes al tener ante sí, en una y otra ladera, como si fuera una sábana blanca que les cubre cuando están en todo su apogeo.

Los cerezos se esparcen por alturas de entre 250 y 2.400 metros, sembrados en bancales, cuyas variadas orientaciones permiten numerosos ecosistemas. Son once los principales pueblos productores de cerezas que se agrupan en cooperativistas agrarias en la que todos unen su trabajo y esfuerzos en aras de conseguir un mayor aprovechamiento de la cosecha y el logro de una mayor rentabilidad económica.

Con la llegada de la estación primaveral, en las cumbres de las montañas se produce otro fenómeno natural que es precioso: el deshielo de la nieve que laderas abajo va formando los torrentes y las cascadas. Es otra preciosidad de la naturaleza. Y como ello ha venido ocurriendo allí durante millones de años, pues la fuerza del batido de las aguas cuando caen abajo en las rocas, erosiona éstas y se van formando en ellas gargantas, pilones, ollas y meandros en los que los habitantes de la zona suelen bañarse.

La floración del Jerte está declarada Bien de Interés Turístico, y cada año por estas fechas se organiza la Fiesta cultural del Cerezo, cuyo exquisito fruto es la base de la economía de la comarca. Se pueden seguir dos rutas para visitar el Jerte.

La ”ruta lineal”, que cruza el valle en su vértice natural y sigue el cauce del río Jerte desde su punto más bajo. Comenzaríamos en el municipio de Valdastillas y recorreríamos la carretera N-110 que conduce a Ávila en dirección norte pasando por Navaconcejo, Cabezuela del Valle, Jerte y Tornavacas para finalizar en el puerto del mismo nombre. Desde Tornavaca se puede divisar una bella panorámica, descubriéndose desde lo alto preciosas vistas y bellos parajes a lo largo de todo el valle repleto de cerezos.

Y luego está la“ruta circular” que ofrece mucho más tanto en extensión como en diversidad, pero también puede ser un poco más complicada de seguir, aunque no tendrá secretos para ningún GPS. En la parte baja del valle se puede circular por la “ruta circular”, que conduce a los pueblos de Valdastillas, Piornal, Barrado, Cabrero, Casas del Castañar, El Torno y Rebollar para llegar de nuevo a Valdastillas.

Hay también varias rutas de senderismo que discurren por la zona y que partiendo de abajo en el valle se accede hasta arriba a la montaña, desde donde en algunos puntos hay miradores desde los que se puede observar todo la hondonada del valle con sus correspondientes laderas, que son otra preciosidad digna de admirar. Visitar el Valle del Jerte durante la floración del cerezo es un precioso espectáculo de la Naturaleza que merece la pena disfrutar.

Poder contemplar la Garganta de los Infiernos, a la que se accede por un sendero escabroso que conduce a la Reserva Natural del mismo nombre, con torrentes caudalosos que se despeñan ladera abajo desde lo más alto de la montaña, y que llevan más de 250 millones de años con la lluvia torrencial cayendo en cascada sobre las rocas, lo que ha ido remodelando las mismas dando lugar al precioso paraje conocido como Los pilones, una belleza natural increíble donde se contempla cómo el agua los ha ido cavando en las rocas para convertirlas en un grandioso espectáculo.

La sierra de la Garganta de los infiernos compite con la Grazalema gaditana en pluviosidad, siendo también uno de los puntos que más llueve de España. Está repoblada con densos castaños, robles, quejigos y con las encinas más altas de España Y lo que nos jugamos es mucho: la integridad territorial de España, su futuro como Estado, como Nación y la ruptura de la soberanía nacional. ¿Qué Estado permitiría tal afrenta?. Hay que ponerse a trabajar en tal sentido.

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