Las imágenes de la Historia Sagrada forman parte de nuestra memoria colectiva. ¿Quién no tiene marcadas, entre las líneas del conocimiento, las estampas del pecado original, del diluvio universal, de la caída del caballo de San Pablo, y así?
Al principio de la edad, estas historias son tomadas en su versión original, pero es al cumplir con la experiencia vital cuando se les va concediendo un valor simbólico, una enseñanza para la vida actual. Cada imagen de la Historia Sagrada guarda detrás un descubrimiento.
Esto me ocurrió cuando relacioné mi experiencia en la vendimia toledana del 94 con el episodio de las Bodas de Caná, en lo que sería la exégesis del poder transformador.
Según las Sagradas Escrituras, cabe el milagro de la transformación de la materia, si es que media la voluntad de la Deidad, y así las moléculas de agua fructificaron en las tinajas del vino.
Siendo esta la lectura principal, mi visión tuvo lugar al cabo de diez días agachado sobre la vid, con las pinzas de cortar entre las manos.
Lo primero que aprendí fue el sacrificio necesario para ganarse un jornal. También el apego de la naturaleza humana a la tierra, pues es de allí de donde venimos, de donde obtenemos el alimento.
Sin embargo, más allá, caí en las redes de este pensamiento: ¿Cómo es posible que de este sarmiento seco asome el manjar de la uva, en proporción de hasta cinco kilos?
Alcé la vista hacia el sol y una voz apagó mi silencio: ¿Cómo se hace esto? ¿Estamos llamados a saberlo?
La vid hunde sus raíces en busca del agua dadora; entonces, la luz ofrece su propiedad mágica; y al fin, el trabajo del agricultor completa la hazaña.
El jornalero se lleva su paga para mantener a la familia, y el dueño lleva la uva a la cooperativa. Allí, los bodegueros compran el fruto, y aplican la ciencia hasta que en los toneles de roble aparece el líquido de la transformación.
No ha de ser malo concluir que el ciclo de la vida es un proceso milagroso, pero incrédulos, con los ojos distraídos, tenemos que visionar la imagen de la Deidad transformadora para dotarnos de la Fé redentora.
Ahora bien, para recuerdo, el arroz hecho con una liebre recién capturada que disfrutamos en el descanso.
¿Qué habrá sido del Palomo? ¿Quién heredará sus tierras, quién será ahora el encargado de la transformación?