Opinión

La exclusión de la variable ambiental en la planificación estratégica del futuro de Ceuta

Poco antes de navidad, y con toda pompa ceremoniosa, se presentó en el Salón del Trono la puesta en marcha de los trabajos para la redacción del futuro Plan Estratégico para la Ciudad Autónoma de Ceuta. La elaboración de este documento se ha acelerado tras los tensos momentos que vivimos en nuestra ciudad a mediados del mes de mayo del pasado año. La entrada masiva de inmigrantes marroquíes, alentada por las autoridades de nuestro país vecino dejó a las claras la vulnerabilidad política y económica de Ceuta. Estos hechos fueron la gota que colmó el vaso de una evidente estrategia de Marruecos para asfixiar a nuestra ciudad con el cierre unilateral del paso fronterizo del Tarajal, cuyos efectos económicos se agravaron tras el inicio de la pandemia de la COVID-19. Frente a este escenario resultó evidente que era necesario analizar la situación, establecer un correcto diagnóstico de los problemas que acucian a Ceuta y, a partir de los resultados de esta reflexión colectiva, consensuar una serie de objetivos. Tales objetivos fueron acordados por el conjunto de la Asamblea de Ceuta después de recabar las opiniones de diversos agentes económicos, sociales y culturales ceutíes antes de la crisis migratoria de mayo. Lo que quedaba pendiente era diseñar un plan estratégico para lograr la consecución de los objetivos aprobados por la mayoría de la sociedad de Ceuta. Según explicó en el referido acto público el Secretario de Estado para las Administraciones Públicas, la redacción del Plan Estratégico de Ceuta se le ha encargado a la empresa pública TRAGSATEC, con un plazo de ejecución de seis meses. Su primera tarea consistirá en la realización de un diagnóstico de la realidad de Ceuta. Sobre este punto me llamó la atención que el Secretario de Estado hizo continuas alusiones a los aspectos económicos y sociales de nuestra ciudad, pero no mencionó en ningún momento a la esfera ambiental. Da la impresión de que para el representante del Estado todo sucede en un plano imaginal carente de realidad tangible en el que lo único que tiene importancia es mantener activo el motor económico. Nuestra soberbia científico-técnica ha llevado a excluir de la ecuación de la realidad circundante la variable ambiental. Nuestros líderes económicos y políticos piensan que es secundario, cuando no irrelevante, tener en cuenta las condiciones naturales de un determinado lugar en sus planificaciones estratégicas globales o sectoriales. Para ellos, la naturaleza y la realidad de la biota local o regional no tiene ningún valor si de ella no se puede obtener algún tipo de beneficio económico. De esta concepción de la naturaleza ya se percató Aldo Leopold y lo expresó en su conocida obra “Una semana en Sand County”. En opinión de Leopold, “la pieza clave que hay que mover para liberar el proceso evolutivo que conduce a una ética de la tierra es esta: dejar de pensar en el uso adecuado del suelo como un problema únicamente económico”. Si queremos lograr una ética de la tierra es imprescindible hacer uso del mismo mecanismo para todas las éticas: aceptar las buenas acciones y rechazar las malas. En términos de ética ambiental “algo está bien cuando tiende a preservar la integridad, la estabilidad y la belleza de la comunidad biótica. Está mal cuando tiende a lo contrario” (Aldo Leopold). La visión economicista sólo es capaz de ver en el territorio oportunidades de negocio privado y la obtención de beneficios los más altos posibles en el menor tiempo que se pueda. Su miope mirada no le permite ver más allá del presente inmediato, ni reconocer ni valorar lo heredado del pasado. Pocos son los que piensa en la naturaleza primigenia que tuvieron lugares como Ceuta antes de que ser humano dispusiera de la capacidad técnica suficiente para efectuar grandes transformaciones en el entorno natural. Es probable que fueran los romanos quienes llevaron a cabo la primera gran modificación del territorio ceutí con la construcción de un gran complejo industrial salazonero en el istmo de Ceuta. La asentaron sobre un paisaje de dunas móviles de arena fina y rubia en su borde costero septentrional. Sabemos de la existencia de estas dunas gracias a las excavaciones arqueológicas que se realizaron en el Paseo de las Palmeras a finales del pasado siglo XX. Sin duda, la intensa explotación de los recursos pesqueros durante los cinco o seis siglos de funcionamiento de las factorías de salazones romanas repercutieron en la población de túnidos y otras especies piscícolas en el área geográfica del Estrecho de Gibraltar. Esta actividad pesquera continuó durante el periodo medieval, momento histórico en el que acontece un crecimiento urbano del territorio ceutí que llevaría a ocupar todo el sector de la Almina y parte del llamado Campo Exterior. El incremento de la población seguramente afectó a la conservación de los bosques ceutíes, ya que la madera fue durante muchos siglos la principal fuente calorífica para cocinar los alimentos, para mantener una temperatura confortable en los hogares, para alimentar los hornos para producir objetos cerámicos y metalúrgicos, además de constituir una materia prima fundamental en la construcción naval y edilicia. Precisamente esta última actividad, la arquitectónica, se convirtió en fundamental durante la edad moderna. Los continuos asedios militares que sufrió Ceuta desde la toma portuguesa hasta finales del siglo XIX motivaron la erección de diversas líneas de murallas y de fortificaciones que requirieron movilizar enormes cantidades de piedras y producir no menos cantidades de cal. Muchas de estas piedras fueron obtenidas de las canteras del Sarchal y de otros puntos del Monte Hacho por su mayor resistencia y dureza. También sabemos que se desmontaron antiguas edificaciones medievales y romanas para construir las fortificaciones en época portuguesa y española. No obstante, la gran transformación de Ceuta se produjo a partir de 1910, fecha en la que se aprueba la abolición del penal ceutí y comienza la construcción del puerto ceutí. A partir de este momento, asistimos en Ceuta a una llegada masiva de inmigrantes interiores que desbordó la capacidad de acogida de un territorio tan limitado y frágil como el nuestro. Esta fue la causa de una imparable extensión del fenómeno del barraquismo en Ceuta que costó muchas décadas eliminar a través de la construcción apresurada de muchas promociones de viviendas sociales de baja calidad arquitectónica en el Campo Exterior. Todo este proceso de urbanización de Ceuta se hizo sin contar con un adecuado documento de planificación urbanística y estratégica. Aun así, y como hemos comentado en anteriores artículos, nuestros representantes políticos durante la II República tuvieron la suficiente visión para reconocer las posibilidades de Ceuta para convertirse en un parque natural. Para alcanzar este objetivo promovieron la inclusión de los dos bosques ceutíes, el del Monte Hacho y el de Aranguren, en el catálogo de Montes de Utilidad Pública de España. Esta idea de hacer de la conservación del medio natural de Ceuta la principal fuente de bienestar y riqueza para Ceuta se trastocó con el trágico conflicto civil entre españoles y la consiguiente instauración de la dictadura franquista en España. Todas las ideas de progreso basado en la educación, la conservación de la naturaleza y el cultivo de la cultura y el arte, fueron perseguidas y eliminadas. Las élites económicas conservadoras que sostuvieron al franquismo convirtieron sus latifundios en grandes promociones de pisos turísticos y hoteles en primera línea de costa para recibir a los turistas extranjeros ávidos de sol y playa. En este tiempo nuestra ciudad se mantuvo gracias a la condición fiscal de puerto franco y de plaza militar. Fueron los dorados años del bazar y del puerto, a los que siguieron las décadas de comercio atípico con Marruecos. Ya no queda nada de ambas actividades comerciales y la guarnición militar ha disminuido de manera exponencial en este tiempo. Un tiempo caracterizado por la depredación del territorio y del medio marino de Ceuta que ha alterado de manera notable la imagen de nuestra ciudad. Lo sucedido en nuestra ciudad es sólo la versión local de las consecuencias de una concepción utilitarista y economicista de la naturaleza entendida como un conjunto de bienes al servicio exclusivo de los seres humanos. La naturaleza ha sido despojada de su dimensión vital y sagrada hasta convertirse en una tierra baldía e inerte. Este proceso de aniquilación de la naturaleza viviente nos ha llevado a una grave crisis multidimensional de índole mundial (medioambiental, económica, social, política, ética y ahora sanitaria) que ha roto el equilibrio ecológico y climático de la Madre Tierra. Estamos al borde de un colapso civilizatorio y esto no parece importarle a nadie, en especial a nuestros gobernantes que deberían tener un conocimiento más certero y fiable de la situación a lo que nos enfrentamos y una estrategia a corto, medio y largo plazo para superar los graves retos a los que se enfrenta la humanidad. En la encrucijada que tenemos delante se observan dos posibles caminos: el que nos devuelve a la naturaleza o el que nos conduce a una distopía totalitaria en la que los estados lucharan entre ellos por el control de unos recursos energéticos y de materias primas cada vez más escasos, junto a un incremento de las desigualdades económicas y la exclusión social. La megamáquina se ha marcado como primer objetivo borrar cualquier rastro de un cambio alternativo, promoviendo el alejamiento de la naturaleza y la ignorancia entre niños y jóvenes y, en general, en todas las capas de la sociedad. El mundo virtual se está imponiendo al mundo real. He podido comprobar que nuestros jóvenes pre-universitarios demuestran una total falta de interés por las noticias internacionales, nacionales y locales. No saben absolutamente nada de lo que sucede en el mundo, hechizados por el flujo incesante de mensajes irrelevantes que les llega a través de sus dispositivos electrónicos. Sacarles de su mundo virtual resulta una tarea titánica imposible. Captar su atención, lograr que se concentren en la reflexión es bastante complicado, así como conseguir que desarrollen una visión y pensamiento crítico se antoja que es una auténtica quimera. Para concluir, y retomando el tema que nos ocupa, espero, aunque sin grandes esperanzas, que el resultado del diagnóstico previo del futuro plan estratégico de Ceuta reconozca los graves problemas de salud de nuestros ecosistemas naturales y el mal estado general de nuestro patrimonio cultural y la urgencia de atender su protección y conservación. Ojalá este plan estratégico se marque como objetivo vertebrador la transición desde la economía desarrollista a la economía vital y orgánica sirviéndonos de los valiosos recursos naturales y culturales de Ceuta como fuente de progreso económico, bienestar social y enriquecimiento espiritual, intelectual y cultural tanto personal como colectivo.

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