Categorías: Opinión

Evitar la victoria de ETA

La macabra política llevada a cabo por Zapatero, amén de sus consecuencias, deja a la sociedad española ante un gran reto: que ETA no gane ninguna batalla moral

 

Al igual que ocurre en la tortura china de la gota de agua cayendo sobre la frente, perforando la piel del condenado a muerte en tiempos del medievo, primero aniquilamiento psicológico, acaso el más doloroso, y segundo físico, aunque tal vez sea éste el encuentro de la paz, la conclusión del calvario, las cientos de víctimas que ETA dejó en la cuneta por su siniestro camino, y con ellas la mayoría de los españoles, viven días de pesadillas continuas, de pisoteo a la razón y el alma, de escarnio con la salida por fascículos, con parsimonia y regodeo, de los hijos de puta que se llevaron por delante un padre, un marido, una hermana, un niño, una persona inocente sin más explicación que la que dicta la barbarie humana en toda su dimensión.
Poff, poff, poff: la gota haciendo un agujerito sobre la piel, sobre el hueso, suena como un tiro en la nuca. Poff, poff, poff: una fatal abertura que, debido a la magnitud del dolor y del pulso posterior, constituye en realidad una rotunda amenaza para el bienestar y futuro no ya de muchas familias que siempre estarán marcadas y destrozadas por la ausencia de un familiar asesinado sino para la inmediata y próxima integridad de las estructuras de España, máxime en el caso de un país en el que las heridas jamás terminan de zanjar ni siquiera cuando el panorama enseña con meridiana claridad quienes son los buenos, cuales los malos.
Del rosario de errores históricos que el presidente Zapatero cometió, bien por su oceánica necedad, bien por connivencia e interés político, bien por macabra ideología, sobresale, más allá del pábulo convidado al nacionalismo radical, véase Cataluña, y de la suicida gestión económica, con negación de la crisis incluida, la infame negociación mantenida con la banda terrorista ETA, una circunstancia que podría derivar en trágicas e inolvidables consecuencias para la Historia de España pues se trata nada menos de haber dado a los terroristas oxígeno para un hipotético rearme y sobre todo para, en el caso de muerte logística, que parece plausible gracias sobre todo a la acción de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y, visto lo visto, en menor medida de la acción de la Justicia, consolidar una demoníaca creencia consistente en validar, condonar y/o aplaudir la acción terrorista, el contexto y su objetivo sustentando la misma en un pilar teórico, emocional y con razones históricas en pos de aminorar la sangría cometida y hacer comprensible y humano lo atroz: ETA como banda que luchó por fines justos; ETA como grupo separatista movido por románticos ideales; ETA como formación de admirable calado regional que forjó un hermoso desafió y pulso a la (injusta) Historia en común con toda una nación.
Si bien es difícil elegir, debido a la copiosa sartra de sinsentidos cometidos y posteriormente defendidos a ultranza mediante grosera verborrea y cateta puesta en escena, el escalofriante escenario dibujado supone el peor y más dañino legado que el ochenio zapaterista deja como herencia. Nada menos que en cierta manera, mediante la boba política llevada a cabo durante los años en que gobernó el país, aminorar los asesinatos cometidos por la banda terrorista y posteriormente dar cobijo a los abiertos simpatizantes de los etarras en las instituciones: ahí está Bildu, con sus ediles colocando en las fachadas de los ayuntamientos visibles pancartas en homenaje a sanguinarios mientras que a viudas de asesinados se les avinagra por siempre el chocolate caliente en el café de la plaza del pueblo observando, sufriendo el escarnio: "Mira, quien mató a mi marido, todo un héroe".
Por tal motivo, que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) haya tumbado la doctrina Parot, con la decisiva participación de López Guerra, un patanegra del socialismo zapateril, amén de llegar en un momento de verdadera vulnerabilidad del Estado (de aquellos polvos vinieron estos lodos), se extiende como veraz en una mayoría de ciudadanos españoles la amarga creencia de que, en realidad, estamos en manos de instituciones, organismos o entes que, en medio de algunos aciertos, son capaces de obrar por costumbre de una manera que resulta difícil de justificar e imposible de compartir y secundar. Valga como ejemplo para ilustrar este escenario un dato, doloroso sin duda: Inés del Río, la etarra que aterrorizó Madrid en los años de plomo, acaba de salir a la calle, beneficiada por la decisión europea, tras pasar 26 años en prisión por asesinar a 24 inocentes. Es decir, volarle la cabeza a doce guardias civiles y las piernas y el tronco a otras tantas almas buenas le ha salido a poco más de un año por persona. Cojonudo.
El aparato de la democracia,es decir las estructuras que lo componen, con la necesaria cooperación y lucha conjunta de la totalidad de los partidos políticos (a excepción de Bildu por razones obvias), ha de dar una respuesta acorde a la dimensión del problema que se ha echado encima de la sociedad española cayendo como un mar cargado de agua fría sobre las chepas del españolito de izquierda o derecha, de clase alta, media o pobre, del Madrid o del Barça, que aún crea (y luche por ellos a través de cauces legales) en los principios y en los valores que han de emanar de toda Justicia que se precie en una sociedad (supuestamente) avanzanda como la que teje España.
De tal manera, es imprescindible que a la extraordinaria lucha de años por arrinconar a los etarras armados, descubrir zulos, desactivar comandos, ahora le acompañe un firme e irreducible combate democrático en aras de que no fructifique (menos ahora con tantos etarras en la calle, la mayoría de ellos en libertad sin pedir perdón ni haber mostrado el más mínimo gesto de arrepentimiento, más bien todo lo contrario) entre las nuevas generaciones nacidas o por nacer la que sería una de las ignominias más sonadas y vergonzantes en la Historia de un país: que en los libros escolares apareciera en 2070 el relato de unos acontecimientos que suavizaran, justificaran e incluso elogiaran a aquel grupo terrorista que durante décadas combatió por loables ideales habiendo para ello acabado sólo con un puñado de personas algo irascibles.

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