“Podría contar muchas anécdotas, pero me quedo con que era una buena persona, un buen padre, un buen hombre”. Maika Rivera, perteneciente a una conocida familia de Ceuta, describe así a quien se le marchó el último domingo 11 de septiembre. La edad, los achaques de los últimos años y la pérdida en 2018 de su media mitad se llevaron, muy probablemente, a Evaristo Rivera Gómez.
Tenía 85 años y, a sus espaldas, una vida de esas que quedan para enmarcar. Una vida compartida con la hija de un coronel, Mari Carmen Jarillo, a quien este humilde vecino, nacido y criado en Hadú, que se labró un porvenir a base de trabajo, regaló una familia con Evaristo, Maika, Ángeles y Paco como el mejor de sus regalos.
“Él moría por Ceuta, era siempre muy activo por la ciudad, siempre peleaba y luchaba porque todo fuera mejor y estuviera como merecemos todos los ceutíes”, afirma. De hecho, recuerda cómo hace décadas fue uno de los fundadores de una formación política de corte localista, el Partido Nacionalista Ceutí.
Conocido por su papel de vocal en la Comisión Ejecutiva del Ingesa, así como de tesorero en la Cámara de Comercio o su vinculación con el Imserso, Evaristo fue un hombre emprendedor. Fue gerente de Galo, la emblemática tienda de muebles, e impulsó comercios como Sofema (de electrodomésticos, en la plaza de Correos) o ‘Titos’, una tienda de muebles. “Él siempre traía buenas marcas… no paraba, siempre emprendiendo”, comenta su hija con quien ha vivido en los últimos años.
También era muy religioso. En la juventud, vinculado a la parroquia San José de Hadú, fue también entrenador del mítico ‘Pirri’. En las últimas décadas, sin embargo, siempre frecuentaba Los Remedios. “Era de misa todos los domingos, ahora tras la pandemia y como ya estaba malito la veía siempre por la tele”, indica Maika.
Una pandemia que, como a mucha gente mayor, le ha sumido en una profunda tristeza. Eso sí, como un auténtico guerrero, superó dos veces la covid, aunque la segunda sí le dejó secuelas. “Yo digo que los niños de la postguerra venían con mucha más fuerza, ¿verdad?”, bromea su hija sobre cómo su padre venció a tan temida enfermedad.
Un adiós a Evaristo que, como siempre ocurre, cuesta pronunciar. Un adiós que, eso sí, se da con la tranquilidad y el orgullo de haber vivido por y para los demás.
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