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“Europa ha errado al asumir como política la austeridad a ultranza”

Desde hace décadas se asoma a las aulas para, desde allí, someter a examen las reglas, escritas o no, que rigen la economía. Lo hace también, con cierta asiduidad, desde los medios de comunicación y desde los estantes de las librerías. Catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid, Emilio Ontiveros (Ciudad Real, 1948) fundó en 1987 Analistas Financieros Internacionales, hoy uno de los laboratorios  de ideas más reputados de España.
–El Banco Central Europeo acaba de reducir los tipos de interés en la Eurozona hasta el mínimo histórico del 0,5 por ciento. ¿No llega un poco tarde la receta con el enfermo casi en coma?
–Llega tarde, porque no debemos olvidar que el BCE es, de los bancos centrales importantes, no sólo el que todavía mantiene el precio del dinero en un nivel más elevado, sino que también es el que ha actuado de forma menos decisiva y menos agresiva frente a las amenazas de la crisis económica.
–¿Servirá entonces de poco para estimular el crecimiento?
–En términos de estímulo, si pensamos en las pequeñas y medianas empresas, en las familias de la Eurozona y en particular de las economías de la periferia, del sur, va a significar poco. Quizás va a facilitar los costes financieros de los bancos, pero el problema fundamental que hoy en día sufren las economías del sur de la Zona Euro es un problema de transmisión del crédito, no tanto de referencia de tipos de interés sino de sequía, de un racionamiento muy acentuado en la oferta de crédito por parte de los bancos. El BCE, como insinuó su presidente en la rueda de prensa, deberá hacer algo más que bajar el tipo de interés. Deberá arbitrar mecanismos para que el crédito fluya hacia las pequeñas y medianas empresas.
–¿Y cómo se traduce para el bolsillo del ciudadano? ¿Tampoco notará entonces mejoría?
–Quizás para el bolsillo del ciudadano ya viene teniendo impacto la caída en el Euríbor, sobre todo para el del ciudadano endeudado. El ahorrador neto no va a tener grandes ventajas, pero las familias que tenían deudas desde hace bastantes meses han visto cómo el Euríbor ha venido anticipando esta bajada de los tipos de interés con niveles muy reducidos. La familia que tenga una hipoteca ha visto reducir su coste financiero de forma significativa.
–Bruselas volvió a dibujar un horizonte sombrío el viernes en sus previsiones de primavera. ¿No es algo absurdo prestarles tanta atención, incluso subordinar a ellas las políticas económicas, si meses después hay que revisarlas porque no se cumplen?
–Las previsiones son expresivas de una tendencia y en esa medida hay que interpretarlas. No hay que tomar las cifras en su cuantía exacta, pero sí hay que tomar en consideración las tendencias que marcan, de la misma forma que se han tomado las previsiones que hace apenas dos semanas hizo el FMI.
–¿No se ha pisado demasiado a fondo el freno en el control del déficit? Parece casi una obsesión...
–A lo que estamos asistiendo es a la sucesión de evidencias que ponen de manifiesto que Europa ha errado en asumir como política dominante la consolidación fiscal, la austeridad a ultranza, sacrificando el crecimiento. Ya ha pasado el tiempo suficiente para verificar que esas políticas de austeridad a ultranza no propician precisamente el crecimiento, pero tampoco contribuyen a sanear el déficit y la deuda pública. Por tanto, es hora, cuanto menos, de combinar una estrategia de saneamiento de las finanzas públicas a medio plazo con estímulos claros al crecimiento.
–Quizás ha llegado también el momento de reconocer que la austeridad como solución ideal ha fracasado...
–Claro. Porque, insisto, tenemos evidencias. Lo estamos viendo en los resultados de las economías, pero además hay análisis rigurosos del propio Fondo Monetario Internacional que aconsejan por un lado flexibilizar los objetivos de consolidación fiscal al menos temporalmente y, al mismo tiempo, como han hecho en EEUU y Japón, arbitrar políticas de estímulo de la demanda. Con una tasa de paro en términos históricos en la Eurozona, con niveles de inflación bajos y con la confianza de los agentes económicos absolutamente contraída  corremos el riesgo de entrar en una fase ya no de recesión, sino de depresión.
–¿Hay esperanza por tanto en encontrar un camino intermedio, una tercera vía entre la austeridad y el crecimiento alocado?
–Claro. La austeridad no es una carrera de velocidad, como dijo recientemente el FMI. Es una carrera de fondo. Lo urgente es procurar que haya crecimiento económico.
–Máxime cuando quien paga en sus carnes la austeridad es el ciudadano corriente, que ve menguar su calidad de vida.
–Efectivamente. Pero no sólo es un perjuicio actual, sino que esas políticas de austeridad están erosionando el crecimiento futuro de la economía. El problema ya no es sólo que hoy no haya inversión y una elevada tasa de paro, sino que el problema es que con esas políticas se está dañando la posibilidad de invertir en el futuro y de salir rápidamente de la recesión.
–¿A Alemania le ha tocado tirar del carro o por el contrario disfruta en su nuevo papel de gendarme de Europa?
–Creo que Alemania tiene que reconocer, o quizás habría que hacerle reconocer, que siendo un país importante en el contexto de la Eurozona, no puede imponer las políticas económicas del resto de los países. Me parece interesante, cuanto menos, la insinuación y los primeros pasos que ha dado el primer ministro italiano en la posibilidad de sugerir unas política económicas alternativas a las alemanas. En ese sentido sí sería bueno que las autoridades españolas también, lejos de esta pasividad, hicieran valer la necesidad de contar con políticas económicas complementarias a la austeridad a ultranza.
–En algunos círculos se habla ya de los PIGS (cerdos), jugando con las iniciales en inglés de Portugal, Irlanda, Grecia y España para referirse a la Europa que se está quedando anclada en la crisis. ¿La recesión puede abrir un precipicio entre la UE del norte y la del sur?
–Sí. Y eso no es bueno ni siquiera para Alemania. Efectivamente, ese país tiene un gran poder pero también podría ligar ese poder con la identificación de los ciudadanos europeos, porque la práctica de esas políticas está creando una desafección que no es buena para nadie.
–En España podríamos relajar esa vocación tan europeísta de la que hemos hecho gala en las últimas décadas...
–Sí, cierto. Insisto, es un grave peligro para el futuro.
–¿Está el Gobierno bloqueado por la crisis económica? Da la sensación de que no hay vida más allá del déficit, de la prima de riesgo, de la recesión...
–Absolutamente. El Gobierno español actual, pero también el anterior. En mayo de 2010 se inició un giro radical en la política económica, siguiendo los dictados estrechos de la Comisión Europea y sobre todo de Alemania. Y ahora estamos sufriendo las consecuencias, porque nos encontramos con la necesidad de flexibilizar el objetivo de déficit, como ya ha intentado hacer el Gobierno marcándose de plazo hasta 2016, pero con muchas dificultades para que la economía vuelva a crecer a un ritmo suficiente para frenar la sangría del paro.
–¿Hay margen para más recortes? Da la impresión de que ya no hay de dónde exprimir...
–Desde luego margen siempre puede haber, siempre pueden encontrar de dónde recortar, pero sería un error. Seguir contrayendo el gasto público en las circunstancias actuales es una forma de seguir pronunciando y acentuando la recesión. A la vuelta de la esquina, una recesión significa menos recaudación tributaria y por lo tanto más dificultad para reducir el déficit público.
–En aquel famoso discurso de toma de posesión en el Congreso de los Diputados, ¿no dijo demasiado alegremente Mariano Rajoy que no habría subidas de impuestos? La promesa duró menos de una semana...
–En una coyuntura recesiva no se deberían elevar por lo general los impuestos. Las autoridades españolas han procurado por todos los medios congraciarse y hacer lo posible para que las autoridades alemanas y la troika no sean desairados, pero hemos visto cómo esas elevaciones de impuestos no han conseguido sino reducir las rentas disponibles de las familias, y eso en un ciclo recesivo es contraproducente.
–Hay quien defiende que lo que esta crisis ha demostrado es que el Estado, y por extensión nuestro sistema productivo, no podía mantener el ritmo de prestaciones públicas que garantizaba el Estado del Bienestar.
–No lo creo. De hecho la dimensión del Estado del Bienestar cuando estalla la crisis no era de las mayores de Europa. Lo que sí ocurrió es que en la etapa expansiva el Presupuesto español era demasiado dependiente de la actividad de la construcción residencial. Se pasó por encima de la necesidad de una diversificación en el patrón de crecimiento de la economía. Al inicio de esta crisis, no lo olvidemos, el Presupuesto español arrojaba un superávit y la deuda pública era de las menores de Europa.
–De la forma que sea, el hecho incuestionable es que el Estado del Bienestar, al menos tal y como lo entendíamos hasta hace poco, ha sufrido un hachazo sangrante.
–Sí, claro que sí. Por lo menos se están perdiendo aspectos esenciales de ese Estado del Bienestar en la medida de que lo que estamos viendo son recortes en ámbitos esenciales de sectores como la educación, la sanidad y otras áreas sociales importantes. Esta crisis va a acentuar la desigualdad social que ya existía antes de ella. Y una de las vías por las que se va a manifestar es precisamente la reducción de la capacidad de inversión y de prestación de servicios que tiene el Estado.
–En ese capítulo, el de las prestaciones, hay voces del más puro liberalismo que no ocultan su  preferencia por la privatización de servicios que consideran no esenciales. Esta misma semana ha vuelto a lanzar la propuesta Esperanza Aguirre.
–Eso es una simplificación de la realidad. Una cosa es revisar las duplicidades en áreas como la Administración, la redundancia, lo que de superfluo puede haber en las Administraciones Públicas, y otra cosa muy distinta es afectar a partidas de inversión o de gasto público que contribuyen ya no tanto al bienestar inmediato sino también a la estabilidad social y a la igualdad de oportunidades, que es un principio básico que deberían garantizar los gobiernos.
–¿No es un tanto simplista, e incluso humillante, reducir este terremoto económico a que “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”?
–Es una simplificación notable. Lo que se ha puesto de manifiesto es que han sido determinados agentes los que se han endeudado demasiado, los que han incurrido en excesos. Pero para nada la mayoría de los ciudadanos. La mayoría lo que ha hecho es aprovechar unas condiciones de endeudamiento razonablemente favorables y, quizás, endeudarse excesivamente en la mayoría de los casos.
–¿Se puede remontar el vuelo con una losa en forma de seis millones de desempleados? ¿Hay economía que lo soporte?
–Es muy complicado. Si no se estimula la demanda desde el exterior, si Europa de forma conjunta no arbitra decisiones de inversión paneuropeas conjuntas, será muy difícil que un Gobierno de forma aislada lleve a cabo políticas de estímulo que frenen el deterioro del empleo. Es necesario que en su conjunto Europa cambie el sentido de sus políticas y subordine el saneamiento de las finanzas públicas a un mayor crecimiento de la demanda.
–La reforma laboral, que supuestamente nació para fomentar el empleo, no ha dado de momento ningún fruto.
–Claro. Hacer una reforma del mercado laboral propiciando mayor facilidad del despido y flexibilidad en la negociación colectiva es, en última instancia, un incentivo a reducir el empleo, especialmente en situaciones de baja demanda. Las empresas, mientras no haya aumento en la demanda y en los pedidos, no van a aumentar empleo, y si además tienen facilidades para el despido pues lo van a hacer.
–Menos trabajadores equivale a menos cotizantes. ¿El sistema de pensiones también está amenazado? ¿Hay que prepararse para una reestructuración a fondo?
–Hay que retocarlo, claro que sí. Porque por un lado la recesión económica ha creado una vulnerabilidad en el sistema público de pensiones y por otro España está perdiendo población, y esto aconseja revisarlo. Pero eso no afecta a  aspectos verdaderamente esenciales, sino simplemente a revisar su sostenibilidad y quizás a prolongar la edad de jubilación.
–Uno de sus últimos libros se titula ‘El rescate’ (Aguilar, 2013). ¿Se ha convertido ese vocablo en la pesadilla de la economía española durante los últimos años?
–No debería serlo, porque si a través de la ayuda europea la demanda española puede financiarse, sobre todo el Estado y el sector público, a tipos de interés más bajos que los actuales, el rescate sería un mecanismo disponible. No olvidemos que en cualquier caso la reacción de la política económica ya es la propia de un país intervenido. Por lo tanto, el rescate lo único que podría hacer es favorecer la financiación de las administraciones públicas en condiciones más baratas. No olvidemos tampoco que ya hay un rescate sectorial desde el pasado julio al sistema bancario. “El ‘corralito’ de Chipre no es trasladable a los bancos españoles” –¿Lo sucedido en Chipre hace unos meses ha sido un toque de atención al resto de la UE?
–Sí, fue una llamada de atención acerca de la necesidad de disponer de mecanismos de gestión de las crisis bancarias que garanticen los depósitos de los ciudadanos y que posibiliten una rápida unión bancaria. El elemento fundamental ahora mismo es garantizar que Europa puede tener un sistema único de seguro de depósitos y una supervisión bancaria única.
-El caso, incluido el ‘corralito’, imagino que no es extrapolable a España...
­–No, no es trasladable porque el sistema español bancario no tiene problemas similares al de Chipre y porque, además, es de esperar que las posibilidades del saneamiento bancario sigan contando con apoyo de Europa. No hay que olvidar que el sistema bancario español aún tiene la posibilidad de utilizar una línea de crédito para la capitalización del sistema bancario de la que, de momento, sólo ha usado una parte disponible.

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