Opinión

La ética de mi padre

Me llegaron la semana pasada los apuntes de uno de los innumerables temas que componen el temario de oposiciones a profesora de filosofía. -¿Ética? ¡Cuánto tiempo!-. Recuerdo que cuando era estudiante, un profesor de teoría del conocimiento se quedó perplejo porque le dije que el tema fundamental para mí era la ética y no la teoría del conocimiento. Le sonó como si me cambiase de bando. Menos mal que existe la interdisciplinariedad e incluso la trans...

Lo cierto es que, aunque he intentado actuar como agente moral, no siempre es fácil ¿Pero hay algo fácil en esta vida? A medida que avanzaba en mis estudios, me desmoralizaba: mantener la centralidad de la ética en la filosofía era luchar contra gigantes. Pero claro, entonces mis aspiraciones de protomadurez eran galácticas y me agoté como el combustible de un cohete que cruza la atmósfera.

Poco a poco mis lecturas se desviaron hacia la literatura, pues apostar por la teoría del conocimiento también era… bueno creo que un chaval delante de la París Valencia lo expresó mejor que yo al gritarme mientras leía en un banco, imagino que con cara de preocupación:

-Nena, ¡no te ralles!- Pues eso.

Pero ver ese trabajo de mi buena amiga Rosa, me ha hecho recobrar la importancia de seguir investigando en el campo de la moral y no solo fagocitar nombres y teorías; sentir de nuevo que la ética no solo es necesaria sino irrenunciable. Así la vivía cuando participaba en Granada Acoge; así me interrogaban los libros de Peter Singer hace más 20 años. Ahora daré un salto a cómo la interiorizan algunas personas, en especial: ¡cómo lo hacía mi padre!

II

Si me pongo a pensar cuál era su teoría ética, lo primero que me viene a la cabeza, cuando era una niña pequeña, es que mi padre se identificaba con la ética del cuidado de Carol Gilligan.

Generalmente ésta se le ha atribuido más a las mujeres que a los hombres. Pero la ética no entiende de sexos y, sinceramente, creo que a mi padre se la traía al pairo que para algunos así lo sea. Con cinco años me sorprendía su rol, pues veía que su comportamiento distaba a la de los “cabeza de familia”, ya que en los 80 pocos padres cocinaban y aseaban a sus hijos como hacía mi padre con mi hermana y conmigo.

Julio siempre se mostraba diligente conmigo en mis deseos, aunque le fastidiaba muchas siestas en verano, después de trabajar en el turno de noche, para llevarme a la playa. Él iniciaba la construcción de castillos en la arena o buscaba pechinas, pese a quemarse los hombros mientras arañaba con la mano la arena, cuando podría estar tranquilamente tumbado al sol. Buscar pechinas era una actividad que yo compartía jocosamente, pues sabía que, al llegar a casa, después de la ducha, me las prepararía asadas y con limón ¡Qué ricas! A veces las acompañaba con un ajo blanco y pan para untar o un gazpacho andaluz.

Esas tardes, cálidas y sin escuela -¡bien!-, me relataba su vida de agricultor, la construcción de cuevas para cultivar champiñones, los tipos de pájaros y sus trinos, anécdotas y más anécdotas de su juventud añorando la conducción de su Osa por carreteras sinuosas y carente de responsabilidades hasta que llegara la próxima cosecha.

Añoraba esa vida tranquila, su gente, sus valores, consciente de que cada vez nos movíamos en un sistema más tiránico. Por eso, no dudaba en acudir a las manifestaciones y secundar huelgas. Con el tiempo muchos trabajadores se fueron acomodando y la participación disminuyó.

Pongamos que hablamos de los inicios de lo que más tarde relataría Peter Singer en la ética de la globalización: somos un solo mundo. Luchar por el bien común sin esperar nada a cambio; simplemente porque es lo correcto.

"Si me pongo a pensar cuál era su teoría ética, lo primero que me viene a la cabeza, cuando era una niña pequeña, es que mi padre se identificaba con la ética del cuidado de Carol Gilligan"

Le entusiasmaría que muchas y muchos lo siguen haciendo y no claudican ante un amo/a. Aglutinaba valores de solidaridad, igualdad y libertad con un carácter risueño para los cuales no había que derramar sangre, sino hacer uso de la democracia y la justicia. Quizá alguien podría tacharle de demasiado idealista. Sin embargo, a mí me convenció. Honestamente nunca he estado a su altura.

También recuerdo la obstinación por el cuidado de los árboles. Ahora a eso se le llama ecoética. Su sabiduría era práctica; nacía de la experimentación y el respeto; no se encontraba en los libros, sino en la vida. Esta lección me ha costado aprenderla muchos años, pues yo siempre he preferido atrincherarme más en los libros y, a diferencia de mi padre, no he confiado demasiado en la bondad del ser humano. Sin embargo, él lo hacía a contracorriente, porque le nacía desde lo más profundo de su ser. Creo que es porque notaba que había una música universal que nos unía a los seres humanos y si la palabra no lo hacía, los gestos la propiciaban: componer un ramo de flores silvestres y regalárnoslo. Con una sonrisa decía mucho más que una conversación. Aunque era un gran conversador cargado de humor y picaresca.

III

Creo que a lo anterior ahora lo llaman sensocentrismo. Es decir, no rehuir de experimentar el sufrimiento desde sus variadas virtudes de paciencia, cariño y desafío a lo convencional. De alguna manera, sabía que la eudaimonía (la felicidad) se alcanza desde la areté (la virtud) como algo connatural, lo cual nos lo pone complicado a los que no somos tan virtuosos. Además, sigo sin poder resolver ¿cómo ser moral en un mundo inmoral? Para mí sigue siendo una antinomia.

Me gustaría saber cómo hacéis vosotras/os. Los griegos lo tenían clarinete y él también, puesto que no concebían que existiera una escisión entre ser humano y ciudadano (aunque los griegos no incluían a las mujeres); los problemas de la felicidad del ser humano son los mismos que los de la ciudad, pueblo, en nuestro caso. Platón también lo compartía, pero añadió lo del intelectualismo moral; había que conocer antes lo que era el bien desde la epistemología. En ese aspecto mi padre no podía esperar y simplemente tenía esa facilidad no mediada para saberlo. En su caso, la moral no podía surgir de la razón, sino de las emociones; se sienten o no se sienten en las entrañas; le sucedía como a los flamencos; los sentimientos le irrumpían como un quejío en mitad de un cantante arrebatado y eso le hacía actuar para ser moral.

Creía en Dios pero no como alguien sancionador, imponedor de normas o como garante de la ética. No, más bien como alguien bondadoso, como ejemplo comprensivo de nuestras imperfecciones. Dios y naturaleza como una misma cosa. De la misma manera que asumía el cambio, el ciclo de floración de las plantas y los árboles, aceptaba que la santidad es inalcanzable, pero eso no le importaba, porque no restaba en su sentimiento religioso, cuya parte teatral era la que más le gustaba, no las oraciones, sino las performance de las procesiones, los coros, los atrezzos de las liturgias.

Muchas gracias por todo lo que nos enseñaste desde la humildad y la incertidumbre, como parte del filosofar, del dolor y la alegría de vivir.

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