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Estela de Carlotto

Hace unos años, en Sevilla, conocí a Estela de Carlotto. Una gran señora. Si se le preguntase, es lógico que ella no recuerde a ninguna de los que compartimos su mesa, tras el Encuentro que la Cátedra UNESCO le organizó en la Universidad Internacional de Andalucía.

En el transcurso de la cena, Estela no dejó de hablar, contando como una excepcional cronista, el inquietante vivir cotidiano en la Argentina del sanguinario Videla. Después ha vuelto a hacerlo en la película del Gil Saavedra, “Verdades verdaderas: la vida de Estela” (2011).
Estela de Carlotto ha sido maestra en un colegio de Buenos Aires. Ya debe estar jubilada. A dirigir el centro le dedicó muchos años; y a presidir la Asociación de  Abuelas de Mayo, un ejército de mujeres (muchas fallecieron), que toman su nombre de la plaza en la que un día de la semana dan vueltas y vueltas, reclamando con pancartas, fotografías y voces entrecortadas, justicia para su muertos y la devolución de los nietos y nietas que les arrebataron. En el tono que empleó Estela, nunca apareció el odio ni la venganza.
De aquella visita de Estela, surgió en la UNIA la idea de proponerla para el premio de la Asamblea ceutí, “Convivencia”. Ni siquiera pasó la primera preselección. Era una desconocida. Nadie nos remitió escrito de haberse recepcionado los documentos enviados, ni supimos sobre el fallo final. Una vez más, el maleducado silencio institucional se impuso. Pero, creo que fue un escrito de José María Campos, miembro del jurado en algunas fases del concurso (acababan de concederle el premio a Vargas Llosa) me clarificó lo mal que se lleva el proceso y que lo importante es que el triunfador sea lo suficientemente mediático para que se transforme en divulgador de este pueblo. Lo de menos es conciliar la filosofía de “Convivencia” y hacerla coincidir con los valores exigidos a la personalidad o institución merecedora. También aquí impera el maldito marketing. Con el escritor peruano debió prevalecer como mérito, su reciente Nobel; y con Barenboin, otro en la nómina, el oportunismo de dirigir una orquesta formada por judíos y palestinos. Del primero, algunos pensarían que el novelista correspondiese el buen trato que le dimos (más el talón bancario) escribiendo una segunda parte de su “Pantaleón”,  dado el carácter de ciudad-cuartel que posee Ceuta, y de las docenas de exóticas “visitadoras” que, subidas en su coturnos, se pasean por plazas y jardines. Por mera curiosidad, indicaré que recogiendo Vargas LLosa un premio en Málaga, citaron los que había obtenido recientemente y, miren por dónde,  no nombraron el ceutí.
Y del músico (por cierto, también argentino), nada más se supo. El prometido concierto quedó para mejor ocasión, que jamás llegó. Estaremos, pues, atentos a la próxima edición de “Convivencia” por si algún asesor futbolero propone al  seleccionador nacional y activo combatiente del colesterol, en la esperanza de poder ver “La Roja” en el “Alfonso Murube”.
Reconozcámoslo: cada vez somos más catetos y más ignorantes. Ya está bien de querer que la ciudad se conozca mediante bagatelas que, además, subvencionamos, como cuando se contratan a peliculeros que juegan a policías y narcos, en un “Príncipe” transformado en epicentro del yihadismo (entre otras cosas), con moritos y moritas de prê-a-porter; más barato nos saldrá si queremos que el nombre de Ceuta recorra las televisiones del planeta si mandamos fotogramas del campamento sirio en los dominios del Cadí; o bien de esa tropa de subsaharianos haciendo un dramático funambulismo; o poner delante de la pantalla al político o política de turno, haciendo declaraciones mostrencas, de esas que a sus propios compañeros les rebela, aunque se sientan misericordiosos cuando el sujeto o la sujeta se retracta de lo dicho. “Estaba haciendo metáforas”, matizarán. ¿A meter las patitas en la salsa le llaman “metaforizar”?
Más dejemos estas culebrillas veraniegas. Mi intención era escribir de Estela y contar que, a comienzos de este agosto en el que estamos, un joven músico de treinta y seis años, se presentó en la sede que la Asociación de las Abuelas de la Plaza de Mayo tiene en Buenos Aires y ,voluntariamente, pidió que le hicieran las pruebas de ADN. El resultado ha dado que es el hijo de Laura Carlotto y su compañero Óscar (ambos fusilados), miembros de la organización clandestina de los Montoneros. Por tanto, el nieto que Estela de Carlotto llevaba buscando, desde que una reclusa, liberada, le informase de haber conocido a Laura en la Cárcel, a quien los esbirros militares esperaron que pariera para darle muerte y quitarle el hijo.
Para Estela de Carlotto, acabó la angustia. Sin embargo, queda casi medio millar de bebés robados a otras presas políticas durante la dictadura militar que, después de nacer, les colocaron la etiquetita de “muerto en el alumbramiento”. De ahí tuvo que aprender esas triquiñuelas, la nefasta Sor María, la monja madrileña, hoy huésped del infierno.
El nieto de Estela (su abuela lo llama Guido, como era el deseo de su hija) ha vivido treinta y tantos años con unos humildes labriegos, que lo han educado con el mayor cariño y sin esconder su procedencia. Quizás por ello, la actitud del joven en saber la verdad, tantas veces oculta por los que adoptaban, o rechazándola los mismos adoptados, en el temor de descender en el status social que gozaban.
Escribiré a Estela, y la felicitaré por ese nieto que, tarde, le llegó. Ha sido el número 114 de los recuperados. Las otras abuelas seguirán esperando y haciendo uso de las mismas estrategias. Allí donde les indiquen, irán fingiendo ser vendedoras de esas de ir por casa, ofreciendo biblias, productos de belleza u ollas-robots. Aprovecharán la oportunidad y en las viviendas, agudizarán la vista y observarán cualquier fotografía, colocada en una mesita o sobre la cómoda del vestíbulo. Con disimulo, mirarán si el retratado o retratada  recuerda al hijo o hija que perdieron, cuando unos cabrones decidieron talarles sus vidas. Si no hubo suerte, de nuevo, como cada miércoles o jueves, volverán a caminar alrededor de la plaza de Mayo, con sus pañuelos blancos sobre la cabeza, gritando pero sin hacer ruido, y con una doble esperanza: la de que un día, como Estela, puedan abrazar al que se espera; y en la confianza divina de que todos los hijos de putas responsables arderán, por siempre, en el fuego  eterno.

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