Manuel Sánchez Ordóñez, más conocido coloquialmente en Ceuta como 'El Almendrita', ya ocupa su puesto en el Paseo de las Palmeras, donde pasó gran parte de su vida vendiendo garrapiñadas. Su estatua ya se ha instalado este miércoles en un lugar muy relacionado con su historia y donde ya permanecerá para que los ceutíes puedan recordarle y conocerle.
"A Don Manuel Sánchez Ordóñez, el garrapiñero. Con su labor y simpatía supo ganarse el afecto y el cariño de todos los ceutíes", se puede leer en la placa instalada de la estatua modelada por el escultor Antonio Romero Vallejo y cuyo encargo por parte de la Ciudad supuso un coste de 48.000 euros.
Realizada en bronce, a la cera perdida, tiene unas dimensiones de 1,20x1,00 metros de base y 1,30 de altura. La Ciudad igualmente ha sido la encargada de instalar la obra. La escultura tiene carácter exclusivo y es un modelo original y único para la Ciudad, por lo que estará prohibido realizar copias sin autorización expresa.
‘El Almendrita’ fue un popular personaje ceutí que trabajó como guardia urbano y que en sus horas libres se dedicaba a la venta de garrapiñadas. Colocaba una mesa plegable y una silla de tijera que guardaba en el bar ‘Sin nombre’, donde iba cada tarde a recoger, junto a un cuenco hondo de cobre, un recipiente para calentar la materia prima (agua, azúcar, almendras y vainilla).
Manuel Sánchez Ordóñez se casó con Mercedes Mesa, con la que tuvo tres hijos: Manuel, Mercedes y José Luis. Eran un matrimonio de familia humilde y trabajadora que siempre tenía las puertas de su hogar abierta a los vecinos.
Manolo y Mercedes eran un matrimonio de familia humilde y trabajadores, de los que tenían las puertas de su vivienda abierta, como ocurría antiguamente. “Los olores a guisos de una casa se confundían con los aromas de la comida del vecino. Mi madre se acercaba a su casa y…¡¡Toma Mercedes un platito, para que lo probéis!! Al rato se asomaba Mercedes… ¡¡Carmen toma que he hecho mermelada de sidra!! ¡¡Qué a tu Joaquinito le gusta mucho!!”. Así recuerda el autor del blog la época en que tuvo de vecinos a esta familia, en la calle Juan Sebastian Elcano. “Era permanente un olor a vainilla, vivíamos con ese olor impregnado en nuestras vidas, todo era como consecuencia del trabajo de mis vecinos”.
‘Manolo El Almendrita’ se colocaba en una mesa plegable y una silla de tijeras que guardaba en el bar ‘Sin nombre’ y que iba cada tarde a recoger, junto a un cuenco hondo de cobre, un recipiente para calentar la materia prima (agua, azúcar, almendras y vainilla).
Había veces que tenía servicio como guardia urbano y en el interior del mismo bar se cambiaba de ropa para ofrecer el delicioso producto junto a una palmera justo delante de la estatua de González Tablas. A partir de ese momento, el aire se llenaba del delicioso aroma de las garrapiñadas que más de un ceutí aún guardará en su recuerdo.
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