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“Estaba muy cansado, pero la fe me ha dado suerte”

Suleiman sale del CETI. Anda despacio, cansado. Ha estado prácticamente todo el día durmiendo, controlado en la Enfermería del centro de estancia temporal.

En su rostro una brecha y en sus manos varias heridas tapadas con vendas son la prueba inequívoca de la historia que deja atrás. Él es ese joven. Él es ese chico con gorro y cazadora que durante más de 17 horas mantuvo en alerta a la Guardia Civil tras encaramarse a la valla en el punto medio perimetral de Sidi Brain.
Sonríe al reconocerse en la fotografía de portada de El Faro y se emociona al ver ya de cerca a los periodistas de esta Casa, ésos que desde la distancia le saludaban devolviendo así los gestos que Suleiman hacía desde lo alto del vallado. "¡Eras tú!", sonríe. Otros compañeros que entran y salen del CETI se detienen para saludarle, estrechan con cuidado su mano herida y le felicitan. "¡Boza, boza!", expresan. Suleiman es, sin pretenderlo, un pequeño héroe dentro de un mundo, el de la inmigración, que nunca deja de sorprender.
Estaba muy oscuro cuando este guineano se aproximó al vallado junto a otro compañero que encontró en el camino. "Eran las tres de la madrugada", cuenta, "vi la valla, no había nadie y corrí, corrí mucho. Primero subí una valla, me caí y después subí la otra", rememora en una entrevista con este medio.
Cuando ya había coronado la segunda de las vallas escuchó a la Guardia Civil. Fue entonces cuando decidió quedarse en lo alto, encaramado, sostenido solo por su fuerza de voluntad. "Los guardias civiles decían que bajara, pero yo no quería hacerlo", explica.
Su compañero aguantó varias horas en lo alto, pero decidió bajar cuando llegó una ambulancia del 061. Él no, ¿por qué?. "No era de la Cruz Roja, por eso no bajé. Mi compañero bajó y lo devolvieron. Yo no quise, me quedé porque no vi a la Cruz Roja", explica.
Desde lo alto, Suleiman vio cómo su compañero, tras ser chequeado por los sanitarios, era entregado a los agentes marroquíes. Él decidió aguantar. Y vaya si lo hizo: pasaron las horas, vio amanecer, vio entrar la tarde y hasta anochecer. Pero no bajaba. Así hasta pasar más de 17 horas, todo un récord.
Tenía sed, mucha sed, también se sentía cansado, le dolía todo el cuerpo, pero aguantaba. Convertido en un pequeño punto sobre un alambre de más de 8 kilómetros, Suleiman venía a representar el sentimiento de lucha, de fortaleza y de tesón que marca a muchos hombres y mujeres que protagonizan periplos clandestinos enfrentándose a riesgos, a explotaciones, a miserias nunca conocidas.
"Estaba muy cansado, mucho, pero la fe me ha dado suerte. Sabía que iba a pasar, el Ramadán me dio la suerte, siempre mantuve mi fe", expresa sonriente.
Su sonrisa contagia. A sus 18 años, este joven, de rostro cansado, con demasiados kilómetros a sus espaldas solo encuentra una definición a la palabra éxito: cruzar un vallado.
Le duelen las heridas, sobre todo las que tiene en su mano derecha. Los sanitarios de Cruz Roja que llegaron a la valla pasadas las 23.00 horas del viernes fueron los que se las miraron. Él se fiaba de esos voluntarios que llevan una cruz de color rojo, por eso al verlos bajó por la escalera que le había tendido la Guardia Civil y les enseñó sus heridas. Les mostró su rostro, sus dedos marcados por esos pinchos que el Gobierno engloba en las denominadas 'medidas disuasorias'. Un concepto políticamente correcto de lo que no son más que elementos que hieren, que dejan cicatrices y que incluso se llevan vidas.
A este joven guineano, que dejó atrás a unos padres y a tres hermanos, uno de los cuales ha fallecido, le trasladaron al Hospital. Después ingresó directamente en la Enfermería del CETI, en donde le han curado sus heridas y en donde ha podido descansar. Más de 17 horas en el vallado agotaron sus fuerzas, tanto que el día de ayer lo pasó prácticamente dormido, cargando las pilas que se habían agotado en una noche de emociones, de miedo, de huida y de coraje.
"'¡Boza, hermano!", le dice un subsahariano enfundado en ropa militar. Tímido, Suleiman solo sonríe y confía en que ahora sí tenga suerte en su vida. Aún no ha llamado a su madre para decirle que sí, que lo logró. Lo hará. Sabe que lo hará. Porque esta vez sí que pudo cruzar, dejando atrás otros intentos a la desesperada. Este joven es, de hecho, uno de los que intentó cruzar el espigón de Benzú hace un par de semanas. Se encaramó durante horas a la valla pero no aguantó lo suficiente. La Guardia Civil lo entregó a Marruecos. De los 20 que se encaramaron solo 9 cruzaron a Ceuta. Ese mediático día la suerte no estuvo de su lado.

Más de 20 ingresados este año por las heridas de las concertinas
Cuando la Cruz Roja comprobó el estado en que se encontraba este joven, dictaminó que debía ser trasladado al Hospital. Se activó el protocolo ideado por la clase política y se procedió a su evacuación al HUCE. Tenía heridas además de un terrible cansancio, resultado de haber permanecido horas y horas sobre una valla, sin arriesgarse a hacer movimientos bruscos para no precipitarse. Suleiman es uno más de una lista, cada vez más larga, de heridos. En lo que va de año más de 20 han sido ingresados con distinta gravedad para ser atendidos de las heridas o golpes causados en su intento de entrada, sobre todo por mar y tras engancharse en las concertinas. El riesgo es máximo y no termina en un sistema que no funciona.

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