Fue allá por 2017 cuando la Oficina de Supervisión de Proyectos del Ministerio del Interior anunció que a finales de ese año terminaría la obra de reparación y consolidación del espigón de
Benzú. La empresa
Tragsa llevó a cabo una obra que no cumplió los plazos augurados y que tampoco ha servido para que esta infraestructura fronteriza tenga la firmeza necesaria. El presupuesto contemplado alcanzaba los 800.000 euros y sirvió como un mero parcheo de una línea que ha sido testigo de muchas de las entradas de inmigrantes de los últimos años, focalizadas por la zona de Beliones ante la práctica impermeabilización del Tarajal. De hecho
se ordenó el cierre del paso fronterizo con el vecino país empleado únicamente por los residentes del vecino pueblo marroquí después de los destrozos del último salto.
Una mera visión del estado del espigón de Benzú refleja la inestabilidad de una infraestructura que se enfrenta al próximo invierno partiendo ya con desventaja. Repleta de concertinas, con una base agrietada y con el daño acumulado que van haciendo los temporales en la zona. No hay prevista ninguna obra concreta en este lugar en el marco del refuerzo fronterizo ejecutado por el Ministerio de Interior bajo el sello del ministro Grande Marlaska. La degradación del espigón augura nuevos accidentes y derrumbamientos si la infraestructura no es asegurada de urgencia; dos años después de los arreglos comprometidos por el Gobierno de la Nación no se garantiza su estabilidad. Lo mismo ocurre en el espigón del Tarajal, la obra estrella difundida como promesa política tras el intento de entrada de cientos de subsaharianos en febrero de 2014. Se llegó a mostrar los planos, anunciar las partidas económicas, visualizar la forma en que quedaría esa impermeabilización que incluso contó con la supervisión, in situ, de quien fuera ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, pero nunca se ejecutó.