Aunque la conocí en 1996, siendo yo Senador y ella también en la VI Legislatura, su nombramiento como Ministra de Educación y Cultura en el primer gobierno de Aznar obligó a que sus presencias en la Cámara alta fuesen espaciadas y solamente en las ocasiones en que existía alguna cuestión referida a asuntos de su competencia. Así fue hasta principios del año 1999, cuando, tras cesar como Ministra, volvió a su escaño en el Senado, siendo elegida entonces Presidenta de dicha Cámara. La primera mujer en ocupar tan alto cargo, la cuarta autoridad del Estado.
Reconozco que me equivoqué tras ver su apariencia delicada y dulce, casi frágil, su pausado modo de hablar y su evidente corrección, pues pronto me demostró que debajo de todo eso había una mujer fuerte, preparada, inteligente y decidida, todo un carácter, hasta, a veces, con genio, como demostró tras su televisado incidente por estacionar en lugar prohibido. Recién elegida Presidenta, la Comisión de Incompatibilidades del Senado, de la que yo formaba parte como Portavoz del Grupo Popular, le solicitó ciertas aclaraciones sobre su declaración de actividades. Ni corta ni perezosa, invitó a comer a todos los portavoces, y allí nos dio un rapapolvo, aunque, eso sí, con tanta educación que durante toda la comida la conversación fue distendida y amigable, quedando aclarado que no existía la menor incompatibilidad. Poco después se recibieron en la Comisión los documentos que así lo probaban.
La VI Legislatura acabó en enero del año 2000. Por la edad y, sobre todo, por el cansancio de tantos viajes, decidí terminar entonces con mi historial como parlamentario en Madrid, mientras Esperanza Aguirre continuó desempeñando la presidencia del Senado durante la VII Legislatura.
El día 6 de mayo de 2001, un pistolero etarra asesinó en plena calle de Zaragoza al Senador y Presidente del PP aragonés, Manuel Giménez Aragón, cuando, junto con un hijo de 17 años, se dirigía al Estadio de la Romareda para presenciar un partido de su equipo favorito. Tres tiros por detrás, dos de ellos en la cabeza, acabaron con la vida de un hombre bueno. Así eran las cosas por aquel duro entonces. Aquel atentado coincidió con mi estancia en Zaragoza, ciudad natal de mi esposa. Al siguiente día me telefoneó Juan Vivas, para solicitarme que acudiese a la capilla ardiente e hiciera constar, en el libro de duelo, el sentimiento de pesar de la Ciudad Autónoma.
Instalada en el Salón del Trono del Palacio de la Aljafería, sede del Parlamento de Aragón, por dicha capilla desfilaba una verdadera multitud. Tras guardar cola y firmar en el mencionado libro, entré para pasar ante el féretro, y allí encontré a Javier Arenas, mi sobrino político. Más tarde llegó Esperanza Aguirre, que, al verme, se dirigió hacia mí para saludarme, y con un cariñoso gesto de reconocimiento y afecto, darme un abrazo y dos besos. Hacía año y medio que no nos veíamos, y agradecí de corazón aquel sincero y cordial saludo. Tantas personas como conocerá Esperanza Aguirre, y me recordó perfectamente como un exSenador por Ceuta. En el ABC del día siguiente se publicó una fotografía de grupo, con ella de personaje central, en la que también aparezco. Aquel detalle no lo olvidaré jamás, pues da fe de la forma de ser de una gran señora, que además es serena y valiente, como demostró ante las cámaras de televisión tras aquel accidente de helicóptero en el cual, por fortuna, no hubo víctimas.
Ahora –y bien que lo siento- Esperanza Aguirre, acosada por lo que se va conociendo sobre sus dos hombres de máxima confianza, Ignacio González y Francisco Granados sintiéndose traicionada y engañada por unos y perseguida por otros, se ha considerado obligada a dimitir como Concejala y Portavoz del PP en el Ayuntamiento de Madrid, su última tarea en política. Los ávidos cazadores de la oposición al gobierno de Rajoy se han cobrado una pieza, pero quieren más, mucho más, porque la de Esperanza ya no ha sido para ellos más que caza menor, y sus perros andan acosando y mordisqueando a la pieza de caza mayor, que no es solamente Rajoy ni su gobierno,, es el PP, todo el PP, al que desean destruir y borrar de la faz de la tierra.
El “partido de la corrupción”, dicen, como si no hubiese decenas y decenas de miles de sus militantes, quizás centenares de miles, cuya gestión en cargos políticos ha sido, y lo es ahora, absolutamente limpia y transparente; un partido que, además y por desgracia, tiene ya mártires en su historia, como lo fue Manuel Giménez Aragón, y también Gregorio Ordóñez, y Miguel Ángel Blanco, y Jiménez Becerril, y Martín Carpena, y tantos otros más, hasta pasar de la quincena, todos ellos víctimas inocentes de ETA por militar en un partido que defiende la Constitución y cree en la indisoluble unidad de España
Aún siendo lamentable la actual existencia de casos de gran repercusión que afectan a personas que han pertenecido al PP, no es menos cierto que su número, comparado con la cifra de militantes de dicho partido que han ejercido o ejercen ahora cargos políticos representa solamente un mínimo porcentaje. Pero mientras los casos de corrupción que afectan a ese reducido grupo alcanzan tanta repercusión, nadie habla de esos miles y miles de personas afiliadas al PP que, teniendo responsabilidades políticas, las han ejercido –o las ejercen- con absoluta claridad, honradez y limpieza.
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