A mediados de la década de los noventa realicé un viaje por Jordania, donde en medio del desierto recalamos en las ruinas de la residencia de Qusayr´Amra. Una de sus estancias estaba decorada con un fresco en el que se representaban a seis reyes dibujados de pie y con las manos levantadas hacia arriba, con una túnica larga y un manto blanco sujeto en el hombro derecho con una fíbula, de claro estilo bizantino. Eran figuras pintadas con todo detalle, que sugerían un contexto previo a la expansión y el subsiguiente dominio musulmán, tan opuesto desde entonces a la representación de figuras humanas. Me impresionó observar en aquellas ruinas un pasado árabe tan diferente al que estamos acostumbrados. No encontré explicación en aquel entonces para lo que estaba viendo, pero nunca olvidé aquellas enigmáticas figuras medievales en medio del desierto africano.
En este libro de Javier Arce está la respuesta a este misterioso pasado. En él se hace referencia a un estudio sobre las mencionadas pinturas, publicado en 2004, en el cual se establece que la citada residencia y sus baños fueron construidos y utilizados por el emir omeya Yazid ben Abdal-Malik que gobernó entre 720 y 724 d. C., y que uno de los reyes representados en ese fresco es un personaje familiar en la historia de España, nada menos que Roderikos, Rodrigo, el último de los reyes visigodos en la Península Ibérica. ¿Qué hacia allí, en esa época, a miles de kilómetros de España? ¿Por qué estaba el retrato del rey visigodo junto a otros cinco reyes, entre los que figuraba el emperador de Constantinopla? ¿No había sido el rey Rodrigo tan fácilmente derrotado como para otorgarle tanto reconocimiento?
Cuantas veces los libros nos enseñan a mirar y nos sumergen desde una realidad unidimensional hasta las profundidades diacrónicas de los espacios por donde transitamos. Esperando a los árabes, titulo que recrea el del poema de Kavafis Esperando a los bárbaros, nos aclara el enigma, a la vez que desarrolla y defiende una teoría contraria a la mantenida en demasiadas ocasiones sobre la caída del reino visigodo durante la invasión árabe de Hispania. No en vano el enfoque utilizado por el autor para estudiar la España visigoda parece el más apropiado para hacerlo.
Javier Arce es profesor de investigación del CESIC (Madrid), profesor de Arqueología Romana en la Universidad de Lille 3, coordinador del programa científico de la European Science Foundation, The transformation of de Roman World y autor, entre otros, de libros como Bárbaros y romanos en Hispania 400-507 (Madrid, 2005), El último siglo de la España romana (284-409), o Memoria de los Antepasados (Madrid, 2000). Con esta especialización, su aproximación a la época visigoda no se realiza desde la Edad Media, sino desde el periodo romano hacia adelante. Como él dice, viniendo desde atrás, es más fácil comprender el significado de las fuentes históricas de este largo tiempo porque al fin y al cabo obedecen a prototipos historiográficos romanos.
De ahí que su tesis defienda la continuidad del mundo visigodo con el mundo romano tardío, es decir, desde el periodo que comienza con Constantino (años 313 a 337) en adelante. Un periodo que es una continuación, en la que se adaptan o imitan las instituciones romanas, sus formas de gobernar y su legislación, porque los visigodos se instalaron en las tierras de la Península no como conquistadores, sino como emigrantes, continuadores en casi todo de lo que habían conocido y asimilado durante su estancia dentro de las fronteras del Imperio romano.
Pero subraya que existe un elemento diferenciador y decisivo que distancia el periodo visigodo del mundo romano, y es que el mundo visigodo es católico, y está dominado por los clérigos y los obispos, impregnado por su fe, su escatología, su moral y su teología. Aunque esta diferencia no deja de ser una diferencia aparente, porque este mundo también es deudor de lo que acontece en la última fase del periodo romano tardío, cuando el Imperio romano es ya un imperio romano-cristiano.
El reino visigodo de Hispania llevaba implantado ya dos siglos cuando los ejércitos bereberes de Tariq se enfrentaron al rey visigodo Rodrigo en el río Guadalete. Pero no era un reino en crisis ni en decadencia ni era incapaz como muchas veces se ha señalado, ni la batalla de Guadalete acabó de forma radical con el reinado. El rey Rodrigo murió en aquella batalla y su cuerpo no se encontró. Su derrota en 711, según Arce, ha sido magnificada por la historiografía (tanto la antigua como la moderna). La toma de Toledo al año siguiente y el apresamiento de muchos miembros de la Corte impidieron elegir otro rey, pero fue crucial para su desmantelamiento la huida del obispo de Toledo a Roma y la fuga de otros obispos que le imitaron. La presencia de obispos era esencial en la monarquía y en la sucesión de los reyes, por lo que el caos subsiguiente supuso el fin del reino visigodo, de forma semejante a como dos siglos antes se había extinguido el regnum alanorum en Hispania.
Lo esencial en el reino visigodo eran la Iglesia y los obispos, dice Arce, aunque también existía la centralización, la capital del reino, el sistema de tasas, el control de la burocracia y la unidad de lengua. Era un Estado eclesiástico-cristiano en el que el rey mismo debía someter sus decisiones a la aprobación del clero reunido en concilio. Cuando la Iglesia lo abandonó, el regnum desapareció. De ahí que el autor mantenga que probablemente la pintura de Qusayr´Amra sea un reflejo de ello. La impresión y el impacto que produjo la derrota del rey visigodo y el botín obtenido, sirvieron de propaganda y de celebración triunfal en la residencia de Quasyr´Amra para los emires sucesivos que la utilizaron.
En este contexto, aparece un apartado en el Capítulo XII bajo el título Septem (Ceuta) sobre el papel que desempeñó la localidad en el episodio de la ocupación del reino visigodo. Septem, dice Javier Arce, es un phrourion, un kastrum (castrum, oppidum, Isidoro) de vigilancia y defensa que contenía una guarnición militar (no es un presidio o una cárcel como algunos historiadores han pretendido). Según Procopio, estaba en ruinas cuando Justiniano ordenó la refortificación de sus murallas y situó allí una guarnición defensiva. La Theotokos, la Virgen, era la defensora sobrenatural de la torre y de la guarnición, tal como lo era también en Constantinopla. ¿Pero una guarnición para defenderse de qué y de quiénes? se pregunta. Y se responde que, en la era bizantina, para evitar el paso de mauri también, hostigadores de los ejércitos imperiales desde el momento de su reconquista africana, y en mucha menor medida para defenderse de los visigodos y de los francos. De acuerdo con el texto del Codex Iustinianus, la Tingitana dejó de pertenecer a Hispania y fue anexionada a las provincias hermanas africanas y la reorganización afectó sobre todo a Septem y a sus tractus. Justiniano se mostró especialmente meticuloso con sus aspectos estratégicos y defensivos. La zona debía ser vigilada en todo momento, utilizando el máximo de tropas y una flota de dromones que tenía que estar en disposición para el transporte.
¿Por qué tanta precaución?, vuelve a preguntarse Arce. En la mentalidad de los gobernadores de Constantinopla, se contesta, los visigodos seguían siendo considerados hostes barbaros aunque formasen parte del regnum gothorum católico, probablemente una idea marcada por la teórica recuperación imperii ya poco relevante y pasada de época en esos momentos.
Lo que se sabe realmente, según el autor, es que los ejércitos imperiales tuvieron el control de Septem hasta 711 y que a fines del siglo VII Ceuta era todavía parte de la provincia Mauritana II, y señala como prueba que demuestra que la ciudad era o estaba bajo pleno control de Constantinopla, que en 641, la emperatriz Martina mandó al exilio a este lugar a Philagrio, que había sido sacellarius (tesorero) y consejero del emperador Constantino III.
La historia de Julián, cuyo título de comes le parece improbable si es que estaba al mando de la fortaleza, la considera una invención posterior, indicando que algunos historiadores piensan que Julián es un personaje que nunca existió, salvo en el imaginario de los cronistas árabes muy tardíos que relatan la conquista de Hispania y el fin del reino visigodo y que gustan de introducir anécdotas de este tipo como un elemento tópico de sus categorías historiográficas. Sobre esta anécdota, que se encuentra en la historia de Ibn Abd al-Hakan, señala que “es imposible saber si hay algo de verdad en este relato” y coincide con otros historiadores en que “no puede tomarse en consideración”.
Por su parte reconoce que, si probablemente la guarnición de Septem no tuvo que ver en el paso de las tropas de Tariq, si que es posible que sus medios de transporte debieron ser los medios utilizados por los bereberes. En cualquier caso, concreta, las tropas acantonadas en Septem, si es que quedaba alguna, ni acudieron en ayuda de los católicos visigodos ni impidieron la expedición de Tariq.
En este contexto, la presencia en Quasayr´Amra, a miles de kilómetros de la Península Ibérica, del retrato del rey visigodo Rodrigo, tiene un esencial significado: Musa ben Nusayr fue llamado a Damasco en 714 y allí acudió llevando nobles visigodos prisioneros y un gran botín, que sirvieron de propaganda y de celebración triunfal. La conclusión en el libro de Javier Arce es que aunque la primera fase de la llegada a Hispania en 711 la llevó a cabo un contingente bereber, inmediatamente los árabes intentaron manipular la victoria “y a partir de entonces se tenderá a oscurecer, marginar y borrar la fase bereber”. La presencia de Rodrigo en las imágenes de Qusayr´Amra es la mejor prueba de ello.
* Javier Arce. Esperando a los árabes. Los visigodos en Hispania (507-711). Marcial Pons. Historia, Madrid, 2011.
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