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Espejos

Pocas cosas le habían perturbado más la mente que aquel reflejo colgado en la pared. Desde algunos días atrás, aquellas sensaciones comenzaron de nuevo a acosarle sin descanso como si infectara su mente y rasgara lo más profundo de su alma. Recordaba entre tribulaciones sus días de infancia, privado de una vida normal, bajo la severa protección de su madre que veló por él desde que le detectaron su enfermedad e iniciaron su tratamiento. Afortunadamente, para un niño de cinco años, los cuidados solo consistían en un par de dosis de la medicación al día, una atención moderada para lograr un ambiente placido a su alrededor y unas esporádicas visitas al psiquiatra. Aun contemplaba inmerso en los recuerdos del pasado aquellos momentos en los que la ansiedad lo arrastraba al más puro estado de crisis las cuales, con el tiempo y tras responder sobresalientemente a la medicación y a la terapia, fueron desapareciendo pudiendo así alejarlo de la enfermedad. Aunque sus tormentos y frustraciones perduraron en él, tanto la enfermedad como el riesgo de volver a padecerla desaparecerían a sus dieciocho años.
Jamás recurrió a tan angustiosos recuerdos hasta aquella precisa madrugada, cuando algo le desveló de su sueño. Aquel sonido era como un suave tocar de nudillos golpeando una superficie de madera. Lo que atinó a escuchar de entre sus sábanas, bien sabía que no era la puerta del dormitorio, aquel sonido procedía desde el interior de su habitación, la cercanía era tan obvia hasta el punto de haberle desvelado. Pronto cayó en la cuenta de que aquellos golpecitos venían del interior de su cuarto de baño en el que, una vez dentro, todo ruido cesó al instante. Plantado frente al espejo, se limitó a observar el conjunto y a no conceder más importancia a lo que le pareció haber escuchado.
En el albor de la mañana y dispuesto a terminar el trabajo pendiente, con tan solo diez minutos ante el escritorio de su habitación, comenzó de repente a estremecerse ante una extraña sensación que le recorrió todo el cuerpo. Una incomodidad constante y en incremento, que sin lugar a dudas era la sensación producida por una mirada clavada sobre él, como si unos ojos no parpadearan ni un instante y mantuvieran esa desorbitada e incesante presión sobre su cuello. Se giró en un impulso de cazar a aquel sigiloso observador que, de existir, se mostró invisible antes sus ojos. Lo único que se movía era su propio reflejo en un gran espejo de pie que estaba tras él. Quedó por un momento inquieto y concentrado en la imagen reflejada, como si esperara que en algún momento algo fuera de su razón fuera a ocurrir ante sus ojos. De vuelta a su trabajo y tras decidir no atender a las presuntas sensaciones, pudo reconocer nuevamente aquel sonido tras de sí. Era el mismo resonar de nudillos, pero esta vez muy cerca, como si prácticamente lo tuviera sobre él mostrándose gradualmente más y más claro como si las pretensiones de aquel etéreo emisor fuera conducirle hasta una delirante vesania.
Se levantó de la silla envuelto en furia y desconcierto para dar caza a tan escurridizo adversario encontrándose solo sumido en su infundada cólera. En ese momento llegaban a su mente los recuerdos de antaño y empezó a enlazar una fantasía con otra llegando a cuestionar la recaída en su ya olvidada enfermedad, o por el contrario ante un personal enfrentamiento con algo que no podía ver ni concebir, ante una presencia maligna que se manifestaba en su calma y se hubiera obstinado en acibararle el alma con cada sensación y sonido.
Se sentó frente al plateado espejo. Bien sabía que en el interior de aquel cristal existía algo que lo acosaba y atemorizaba. En un intento de evidenciar su locura, pudo observar casi al trasluz como si una huella de mano transparente marcara la lisa e impecable superficie de aquel espejo. Aterrorizado ante la constatada presencia, su mente volvía de nuevo a turbarle y en un impulso vehemente tomó la silla de su habitación y despedazó su enfurecida imagen. El resto de espejos de su casa corrieron aquel mismo destino.
Una vez acabado, parecían haberse sosegado aquellas sensaciones delirantes, pudiendo así recuperar la placidez que tanto ansiaba. Permaneció largo rato tumbado, queriendo recomponerse de tan agobiante recuerdo de antaño. Puso fin al pausado trabajo observando cómo la noche se cernía sobre él. Y ya inmerso en las tinieblas de su habitación, acariciado por el suave velo de la luz de la luna, algo le hizo abrir los ojos para contemplar horrorizado su eterna imagen reflejada en la más insondable oscuridad.

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