Todos sabemos (o deberíamos saber) que España, geográficamente, está formada por el territorio de la Península Ibérica que llega hasta la frontera con Portugal, así como por los archipiélagos de Baleares y de Canarias y por las ciudades de Ceuta y Melilla. Pero España es mucho más; es un legado, forjado por la Historia y por el decidido afán de quienes nos precedieron, un legado que los españoles estamos obligados a conservar, por cuanto es nuestra Patria común e indivisible, tal y como asevera la Constitución.
España es, ante todo, una única Nación, cuyas raíces se hunden hasta lo más profundo, pues no olvidemos que ya la rigieron como tal los reyes godos quienes se intitularon “Hispaniarum Rex”, como reza en sus monedas, una Nación (y lo vuelvo a escribir con mayúscula) en la que han convivido y tienen que seguir conviviendo cuantos territorios se amalgamaron en la antigüedad para formarla, sintiéndose hermanos, solidarios y compatriotas unos con otros.
La previsión constitucional relativa a fijar que la soberanía reside en todo el pueblo español impide que una parte de ese pueblo pueda decidir la ruptura de la unidad territorial de España. Es más, si por mí particular interpretación fuese, ni siquiera una mayoría de los españoles podría acordar la cesión de una parte de su integridad territorial.
En virtud de cuanto antecede, la alocada pretensión independentista de las formaciones políticas catalanas –“Junts pel Sí” y la radical y antisistema CUP- que conforman la mayoría en el “Parlament” -ahí sí, pero no en el conjunto de la población de Cataluña- resulta absolutamente inadmisible. La unidad de España, esa unidad forjada hace tantos siglos, no la puede romper el desaforado empeño de independencia del “Guvern”, un empeño basado en la insolidaridad, pues ese “Espanya ens roba” que tanto ha penetrado en parte considerable pero no mayoritaria del electorado catalán, si nos atenemos a las encuestas, tiene su origen en el hecho de que, siendo Cataluña una región próspera, contribuye al desarrollo de otras más necesitadas (lo que, por ejemplo, hace Madrid, que comprende y no protesta).
Así es que ni “procês”, ni banderas esteladas, ni “Barça”, ni “mès que un club”, ni Piqué, ni censo, ni urnas, ni “el Parlament es sobirâ” (ni siquiera el Congreso de los Diputados es soberano). No puede admitirse que ese ya lamentablemente famoso día 1-O se celebre referendum alguno. Lo ha de impedir el gobierno de la Nación, el cual es de suponer que tendrá previstas todas las contingencias posibles y preparada la forma menos traumática, pero necesariamente efectiva, de llevar a cabo su misión.
Por otro lado está la “plurinacionalidad” de España que, cual truco de magia, se ha sacado de la manga Pedro Sánchez, con la inocente idea de calmar así a quienes están totalmente decididos a no dar marcha atrás. A Puigdemont y demás hay que vencerlos, pues ya no es posible convencerlos. De ninguna manera puede admitirse que, para solucionar el problema catalán, se corte a pedazos el mapa de España, para después unirlo de modo mucho más frágil, con aguja e hilo. Para crear una federación de naciones se une lo que está separado, no se separa lo que ya está unido para después coserlo a puntadas. Por añadidura, es más que previsible que si se concede algo diferencial a Cataluña, las demás autonomías querrán ser como ésta. Un claro ejemplo de lo que podría suceder si España se convirtiese en un Estado federal nos lo ha dado, por anticipado, el líder del Sindicato Andaluz de Trabajadores, Oscar Reina (alias “El Pancetas”), quien ofrece enviar a Cataluña “observadores extranjeros andaluces” para que pueda celebrarse con el control correspondiente el pretendido referendum del 1-O.
Y, para colmo del disparate, están los cachorros de la izquierda independentista catalana, esa organización juvenil llamada “Arran”, dando ahora el espectáculo con la “turismofobia”, su absurda lucha contra el turismo, uno de los pilares más importantes de la economía nacional. “Arran” extiende su radio de acción a los llamados “paisos catalans” (Cataluña, Baleares y Valencia, de momento). No les importa, al parecer, que el turismo represente el 11% del PIB nacional, ni que dé empleo a más de dos millones de personas.
Tan alocadamente como hacen sus mayores con la matraca del derecho a decidir, y la independencia, “Arran”, a su vez, parece decidida a matar la gallina de los huevos de oro. Estarán disfrutando de lo lindo al ver cómo la prensa extranjera recoge sus lamentables fechorías, las cuales, por cierto, han animado a “Sortu”, el partido de la izquierda independentista vasca y navarra, que ya ha anunciado su propósito de extender la lucha contra el turismo a su ámbito de actuación.
Pues así están las cosas o, al menos, así me lo parece..
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