Ya he dicho en varias ocasiones que nunca he sido político. Jamás he estado afiliado a ningún partido, aun cuando en su día no me faltaran proposiciones capciosas por parte de dos partidos que en democracia han gobernado, pero que siempre rehusé en aras a mantener mi plena independencia profesional. Pero menos todavía entraría hoy en política, vistos los viejos partidos que tan en descrédito han caído y con los nuevos que han emergido habiendo tantas veces prometido que venían a resolver los problemas, pero sin que hasta ahora hayan acreditado otra cosa que no sea agravarlos. Y, aunque de política sé poco, sólo en base a la precaria información que como ciudadano de a pie dispongo, hoy me voy ocupar del tema tan de moda, que acaba de saltar a la opinión pública a modo de “serpiente de verano”, que unos han venido en llamar “plurinacionalidad”, y otros “España, nación de naciones”.
Cuando Felipe González en 1974 fue elegido en Surennes Secretario General del PSOE, tanto en el programa de aquel XXVI Congreso, como en el XXVII Congreso (Madrid, 1976), se incluía la fórmula de la “libre autodeterminación de los pueblos”. El PSOE estaba entonces en la clandestinidad, alineado con la extrema izquierda, y tenía mucho que vivir de cara a la antigua Unión Soviética dadas las siglas del marxismo que entonces abrazaba, y porque tenía que aparentar ser beligerante contra el franquismo para desgastarlo. La Constitución de la vieja URSS recogía el derecho de autodeterminación. Y, claro, así le fue a partir de la “perestroika” de Mijaíl Corbachov. La URSS en 1991 saltó por los aires disolviéndose en un conglomerado de actuales repúblicas. Lo mismo había ocurrido antes, en 1873, en España durante la I República Federal, con el cantonalismo, rebelándose las provincias unas contra otras, declarándose la guerra Cartagena contra Murcia, levantándose Alcoy y extendiéndose la rebelión a las regiones de Valencia, Andalucía y otros puntos de España. Y durante la II República se proclamó el estado catalán, luego sofocado.
El programa del PSOE de Suresnes recogía: “La definitiva solución del problema de las nacionalidades que integran el Estado español, parte indefectiblemente del pleno reconocimiento del derecho de autodeterminación, que comporta la facultad de que cada nacionalidad (región) pueda determinar libremente las relaciones que va a mantener con el resto de los pueblos que integran el Estado español”. Esta posición no solo fue ratificada en el congreso de 1976, sino que también sería señalada como la propia del partido desde finales del XIX: “Este planteamiento, mantenido permanentemente, se ha ido revitalizando en el transcurso de los años revalidando así el principio de la libre autodeterminación de los pueblos que suscribiera el Partido en la lejana fecha de 1896 (IV Congreso de la Internacional Socialista)”.
Tal posicionamiento programático, que recogía el derecho de los pueblos a la autodeterminación, estimo que fue totalmente erróneo, no tanto por haberlo adoptado, como porque tal derecho está exclusivamente destinado a los antiguos pueblos colonizados e invadidos y no a las regiones o territorios que ya forman parte de un estado. Lo recogen la Carta de las Naciones Unidas, el Pacto Internacional de los Derechos Civiles y Políticos, Resoluciones descolonizadoras de las Naciones Unidas de 14-12-1960; la 1514 de la XV Asamblea, la XXV, la sentencia del Tribunal de Justicia Internacional de La Haya de 7-12-1927, y la doctrina de la Convención Panamericana de 20-02-1928, así como los Tratados de la Unión Europea”, cuando marcan la siguiente limitación: “Ninguna de las disposiciones de los párrafos precedentes (refiriéndose al derecho de autodeterminación) se entenderá en el sentido de que autoriza o fomenta cualquier acción encaminada a quebrantar o menoscabar, total o parcialmente, la integridad territorial de Estados soberanos e independientes…
Tras Surennes, Felipe González, político de raza y hombre de estado (14 años presidente del Gobierno), se dio cuenta de que proclamando los Pactos de la Moncloa y la Constitución de 1978 la indisoluble unidad de España, el PSOE que dirigía debía adaptarse a la nueva realidad pactada. De esa forma, ya le estorbaba en su programa el marxismo-leninismo. En el libro España y su futuro, de 1978, el propio Felipe afirmaba: “Es evidente que existe la nación española. Nadie con una mínima sensatez política lo pone en duda”. Con tal afirmación estaba ya abominando del derecho de autodeterminación, que antes el PSOE utilizó para responder a las demandas de los nacionalismos, pero que había dejado de tener sentido para el Partido.
En 1979 el PSOE celebró dos Congresos. En el XXVIII, propuso abandonar el marxismo-leninismo, pero la propuesta le fue rechazada. Felipe no aceptó el cargo de Secretario General y se nombró una Comisión Gestora. En septiembre se celebró Congreso Extraordinario en el que ya se abandonó el marxismo, se aceptó el socialismo democrático como ideología oficial, de centro izquierda, y Felipe volvió a ser elegido Secretario General. O sea, tuvo la visión anticipada de porvenir de hacer su propia transición dentro de la Transición, si quería ganar las siguientes elecciones generales. Efectivamente, en 1982 las ganó y, aun cuando había rechazado la OTAN, luego hizo campaña en su favor. Felipe González supo entender que modernización y construcción nacional eran dos caras de la misma moneda que trabajaban a favor del anclaje occidental de España con Europa como referente. Y así, abrazó también la socialdemocracia alemana.
Finalizado el ciclo político de Felipe, el año 2000 fue nombrado Secretario General Rodríguez Zapatero. En 2004, contra todo pronóstico, ganó las elecciones, pero sin mayoría absoluta. Su gestión de la cuestión nacional la orientó a buscar alianzas permanentes para mantenerse en el poder. El “patriotismo constitucional” que propugnó fue una propuesta para la integración política de Estados pluriétnicos a través de una identidad posnacional. Esa receta suya estaba ya señalando una compleja fórmula para gestionar la cuestión nacional española. El cuestionamiento de Zapatero a la existencia de la nación española no tardaría en llegar. En 2004, hizo unas polémicas declaraciones en el Senado sobre el concepto de nación recogido en la Constitución de 1978, afirmando: “Como no podía ser de otra manera, el Gobierno considera plenamente vigentes los conceptos constitucionales en todos sus preceptos. Y el Gobierno también tiene la libertad intelectual, e incluso creo que la obligación intelectual, de saber que en algunos casos estamos ante conceptos discutidos y discutibles”.
Vemos ya ahí dos modelos de política territorial, el de Felipe (1982-1996) y el de Zapatero (2004-2011). El nuevo socialismo que éste impulsó vino a poner en jaque el anterior de Felipe. Con ello estaba señalando que la vinculación del PSOE con el concepto de nación recogido en la Constitución de 1978 no era ni tan firme, ni tan evidente. De este modo, Zapatero dio carta de naturaleza al debate sobre la cuestión de las nacionalidades, máxime cuando personalmente impulsó un nuevo Estatuto Catalán llamando al Parlament dándoles la seguridad de que todo lo que se aprobara en él sería también aprobado en Madrid, cuando los propios partidos catalanes no se ponían de acuerdo y, prácticamente, habían casi desistido de revisar el Estatuto.
Al hilo de este nuevo debate, algunos sectores del PSOE aprovecharon para volver a poner en circulación y reivindicar la idea de España como “estado plurinacional”, o como “nación de naciones”, o como “federalismo aximétrico”. Una vieja idea que, paradójicamente, la narrativa que explicaba la modernización del PSOE en la Transición había declarado una reliquia del partido del período franquista. A partir de ahí, aparecen dos modelos opuestos de gestionar la cuestión nacional: el de Felipe y el de Zapatero. Y, luego, vino a sumar diferencias Pedro Sánchez, que radicalizó la segunda postura buscando a toda costa el apoyo de los nacionalistas y de Podemos con tal de ser presidente del gobierno aunque sólo fuera por un día.
Ya sabemos que, viéndolo venir, los barones le marcaron en Granada líneas rojas que no debía rebasar; él hacía como que las respetaba, pero luego seguía por libre buscando la tan ansiada coalición, incluso con los partidos separatistas. Perdió la nominación real a presidente en primera y segunda convocatoria. Los barones le exigieron responsabilidades y lograron tumbarlo en el Comité Federal. Se nombró una Comisión Gestora que convocó un Congreso, y Sánchez se volvió a presentar y por abrumadora mayoría volvió a ganar. Es su mérito.
Ahondando en la brecha abierta por Zapatero, ahora postula como medida salvadora del encaje de Cataluña, una España plurinacional; agudizando aun más el grave berenjenal en que está metido el separatismo catalán. ¿Y qué es para Sánchez la España plurinacional o nación de naciones que postula?. ¿Qué es para él una nación, como le preguntó el vasco Patxi López en uno de los debates?. ¿Cuántas naciones caben en su nación de naciones, como preguntaba un día Rodríguez Ibarra?. ¿Cómo se regularían los principios de igualdad y solidaridad entre todas?. ¿Ha tenido en cuenta Sánchez que su proyecto exige modificar la Constitución y que para ello necesita al PP, al que tanto odia?. ¿Puede una España dentro de la Unión Europea ser una nación de naciones al estilo de la Bolivia de Evo Morales, como se nos ha puesto de ejemplo, aun amparando la coca?.
Cuando se está en política, no puede uno oponer de forma tan drástica ese “no es no” a todo; hay que negociar, tener mano izquierda y mano derecha, ceder y hacer los equilibrios que el bien general de España y los españoles demanden. No se puede gobernar con tan radical animadversión hacia los demás. Pero, ¿cómo se cuece su “nación de naciones”?. A mí me parece una frase rimbombante, bonita, atrayente y sugestiva, que hasta suena bien. Pero luego en realidad es, eso, una mera frase hueca y vacía de contenido, llena de ambigüedad, que nadie sabe en qué consiste.
Es decir, una mera efusión retórica poco seria y carente de ideas programáticas a desarrollar, impropia de un líder que quiere gobernar España.
Una nación de naciones no nace sembrando una maceta en un tiesto que se riega para verla crecer y que luego los nuevos vástagos se multipliquen comiéndose a la madre España; porque ni Cataluña ni el País Vasco quieren ser simples macetas ornamentales, ni Españas culturales, que sirvan sólo para embellecer, sino Españas políticas, antagónicas, independientes y soberanas, formando estados soberanos. O sea, volveríamos a la España cantonal de la I República para declararnos la guerra y bombardearnos unos pueblos y ciudades contra otros entre sí. El federalismo siempre ha fallado en casi toda Europa, como sucedió con el antiguo Imperio austro-húngaro, con Yugoslavia o con la URSS. Pero, además, no se olvide que, así como las regiones pertenecientes a un estado tienen prohibido el derecho de autodeterminación, los estados federados no lo tienen.
Ahí se ve claramente la falta de una reflexión seria en el PSOE que ha abocado históricamente al partido a una dinámica contradictoria donde la política territorial se ha convertido en una cuestión dependiente de la estrategia política del momento. El PSOE ha pasado de la defensa inicial del derecho de autodeterminación a defender, posteriormente, una variada gama de posturas, desde el “estado-nación” al “estado plurinacional” de corte confederal, pasando por el “federalismo asimétrico”, más lo de ahora. Y un partido que ha gobernado, y que está llamado a gobernar, con tan dilatado historial como el PSOE , puienso que tiene que ser más serio y más consecuente en sus planteamientos y actitudes.
Pedro Sánchez es un político joven, impetuoso, vehemente, con brío, pero que cambia cada dos por tres en función de su propia conveniencia. Lo hizo recién elegido Secretario General la primera vez, cuando en 2014 ordenó a sus eurodiputados votar en contra del acuerdo entre socialistas y populares europeos.
Y lo vuelve a hacer ahora en la firma del tratado de libre comercio entre la Unión Europea y Canadá, cuando 24 horas antes lo había apoyado, y que tan favorable es para España. Y esa falta de seriedad y consistencia Europa difícilmente la perdona. Sobre el tema de las nacionalidades el PSOE debe aclararse y ser coherente.