Como auténticos atletas. En poco más de tres minutos decenas de subsaharianos consiguieron alcanzar el otro lado y, por tanto, lo que eso significa: entrar en el CETI y tener, al menos, una posibilidad de llegar a Europa.
Así están las normas y los inmigrantes lo saben, de ahí que bordear el espigón del Tarajal se convierte en su meta. Así que pasadas las ocho de la mañana es lo que pensaron los subsaharianos que, recién abandonados sus campamentos, decidieron probar suerte.
Aprovechando el relevo de la mejanía y sabiendo que existía cierta connivencia para lograr su entrada, unos cien inmigrantes intentaron adentrarse en la ciudad. De ellos 59 lo consiguieron y hoy ya disponen de plaza en un abarrotado CETI que a duras penas va soportando la presión. El resto, unos 40, fueron frenados en territorio marroquí por los agentes que se afanaron en interceptarlos teniendo que echar alguna que otra carrera. Los detenidos serán trasladados en las próximas horas a la frontera con Argelia para su expulsión.
Esta nueva película migratoria pudo ser vista por los guardias civiles de vigilancia en la frontera. Se detectó la presencia del elevado número de subsaharianos a la altura de la parada de taxis ubicada en terreno fronterizo. De ahí, a la carrera, los varones, todos ellos bastante atléticos, en unos tres minutos conseguían entrar en Ceuta. Del grupo 57 fueron interceptados ya en la playa del Tarajal, hasta donde habían acudido las patrullas de la Benemérita y también de la Policía Nacional. Otros dos fueron rescatados en el agua por la embarcación del Servicio Marítimo.
Bordear el espigón del Tarajal es tan factible que los subsaharianos consiguieron el pase sin problemas, entrando por una zona en la que el agua no cubre y que puede ser cruzada prácticamente andando o corriendo, como así hicieron. Todos los que consiguieron su pase a Ceuta son varones y sobre algunos se sospecha que puedan ser menores por lo que se les realizarás la pruebas oseométricas.
La entrada del grupo de ayer unida a la que se produjo hace justo hoy una semana, que se tradujo en el acceso de 40 subsaharianos camuflados entre la niebla, ha roto todas las estadísticas. Que entren cien subsaharianos en sólo una semana anula cualquier planificación en el CETI además que desestabiliza los trabajos para normalizar la asistencia migratoria que se están llevando a cabo en el campamento. Nada más conocer la noticia, los trabajadores del CETI trabajaban a destajo por intentar hacer un hueco a los recién llegados. De manera gradual los inmigrantes fueron entrando durante la tarde y a todos ellos se les iba facilitando los productos básicos de higiene y se les intentaba buscar una cama, reocupando las zonas comunes que en su día habían sido dormitorios, que después volvieron a servir para su función real y que ahora, otra vez, vuelven a ser convertidas en habitaciones.
Cruz Roja mandó refuerzos sanitarios al CETI para poder atender a los recién llegados a los que había que realizar las pruebas obligadas, desde la historia clínica hasta el test del Mantoux y de VIH para descartar los casos de tuberculosis y sida. Se decidió aumentar también el número de trabajadoras sociales y se estableció un turno nocturno para poder dar las cenas a los que iban llegando fuera la hora que fuera.
Todos los inmigrantes que fueron interceptados ayer en el Tarajal son varones y de nacionalidades muy diversas. No obstante destacan por su mayor número los que proceden de Camerún o Chad. Además a pie de playa se filió a subsaharianos de Sierra Leona, alguno de Ruanda, de Gabón o de la República de Centroáfrica. Los guardias civiles les tomaban sus datos personales, el origen así como los nombres de sus padres, haciéndoles una ficha preliminar de la que luego se hace cargo la Policía Nacional a través de las brigadas de Extranjería. Los datos de los subsaharianos forman parte de un fichero que sirve a las fuerzas policiales para conocer los orígenes de los inmigrantes y proceder a su identificación, posterior comprobación de la veracidad e intento de repatriación con los países con los que España mantenga algún tipo de acuerdo. Esto es lo que se está consiguiendo en las últimas semanas con los subsaharianos que proceden del Congo y que están formando parte de los traslados que se están llevando a cabo en las últimas semanas.
A fecha de hoy el CETI tiene una ocupación de 725 residentes. Y ya ni sus propios responsables se atreven a hacer planes. La entrada de ayer supuso un jarro de agua fría para un centro que intenta organizar unas normas para garantizar una vida digna a los inmigrantes acogidos hasta que se resuelva sus expedientes. Ante la masificación, poco se puede hacer. El propio Defensor del Pueblo tiene puestas sus miradas en los CETIs de las dos ciudades hermanas, porque sabe que el uso desvirtuado que les está dando la administración central como centros de retención no es el adecuado. Con la presión migratoria a la que se enfrentan resulta complicado normalizar la vida.
¿Cómo controlar un centro que debería tener como tope no más de 500 internos cuando las cifras de ocupación se han disparado?, ¿cómo conciliar la vida normalizada que se intenta aplicar desde la dirección con un colectivo residual de internos (se estima que son unos 80) que chocan con todo tipo de convivencia y que pueden convertir el campamento en un auténtico polvorín en momentos? Las respuestas no se han puesto encima de la mesa ya que la administración central opta por ir arrastrando una problemática convirtiendo Ceuta y Melilla, y por ende sus campamentos, en meros centros guardianes en los que los colectivos terminan bloqueados y buscando a la desesperada una vía de expulsión de su inconformismo. La presión, más que evidente, no se puede paliar con salidas aleatorias a la península que en demasiados periodos terminan ralentizándose en exceso.
En este mes de octubre han conseguido entrar alrededor de 130 subsaharianos. Unas cifras que vuelven a recordar las estadísticas del pasado verano que nos dejó un agosto crítico con más de 300 entradas. Volver a estos periodos sería contraproducente para la política migratoria actual, pero desde variadas instancias se teme este riesgo.
“Mientras no cambien las directrices y los inmigrantes que llegan no puedan ser devueltos en el mismo momento a Marruecos, el panorama va a seguir así”, clama un agente de la Benemérita. “Nosotros somos meros taxistas”, añade otro compañero. Las normas que llegan de la dirección ordenan a los agentes a cumplir este perfil. Está prohibida cualquier devolución, como se hacía hace unos años. Y esto es algo que no escapa a los inmigrantes, que buscan, de esta manera, intentar a la desesperada llegar a suelo español porque saben que será imposible una devolución. De producirse, existiría la posibilidad de una denuncia porque la Benemérita estaría cometiendo una ilegalidad.
¿En manos de quién está la seguridad de las fronteras? Ahí está el quid de la cuestión: ahora mismo en Marruecos. Si la mejanía intercepta, habrá quien mire arriba dando gracias a Alá. Si no lo hace porque no puede o porque le resulta más rentable al agente de turno el no poder, habrá quien maldiga a todo lo se le ponga por delante por la presión soportada. Y ayer, como el pasado viernes, le tocó el turno a las maldiciones. Si bien es cierto que la mejanía intervino, que se le vio correr detrás de los subsaharianos y frenar a unos cuarenta compatriotas, hubo una ausencia clara de reflejos y la vigilancia no fue todo lo férrea que se esperaba. ¿Y en Ceuta? La semana pasada los mandos del Instituto Armado se escudaban en la niebla, pero ayer la bruma no llegaba a servir de tan buen camuflaje y aunque desde las cámaras del COS se divisaba la llegada del gran grupo, a pie de playa no estaba formado un cordón de seguridad como en otras ocasiones se ha formado.
Por lo bajini los agentes mentan los controles ordenados en el entorno del Príncipe y la falta de personal que algunos, como la AUGC, cifran en un centenar.El hecho es que por una razón u otra la problemática es más que evidente y las soluciones no parecen existir.
Las fuerzas de seguridad tienen constancia de la existencia de subsaharianos que sirven de enlaces para comprar la voluntad de la mejanía. El grupo que entró el pasado viernes camuflado por la niebla no tuvo problemas en confesarlo nada más pisar suelo ceutí. Ayer se sospecha que sucedió lo mismo. “Una entrada así no sucede porque sí, se trató de algo organizado”, espeta un agente de la Policía Nacional.
Los subsaharianos saben a quién deben pagar para poder obtener un pase que se llevará a cabo cuando el control sea más relajado o aprovechando los relevos. Y así se ha estado consiguiendo en las dos últimas entradas destacadas.
La presión existente en los montes cercanos, tanto en Castillejos como en Beliones, es evidente y de la misma se va alimentando la llegada de subsaharianos. España lo sabe y Marruecos también. Cuando la semana pasada la secretaria de Estado de Inmigración, Anna Terrón, participaba en la comisión hispano marroquí, llevaba en su agenda esta particularidad. Si se espera de Marruecos una colaboración, nadie entiende cómo se ha podido producir una relajación en los controles que está afectando a las dos ciudades hermanas.
Detrás de estas meras entradas numéricas hay un trasfondo mayor. El CETI lo sufre, la Guardia Civil con carencias graves de agentes también, y la Policía Nacional sigue la onda. Las dependencias policiales no dan a basto para asistir a los inmigrantes y ayer los calabozos de la frontera daban forma a un auténtico show. Hay carencia absoluta de calabozos y de medios para hacer frente a una situación como la de ayer. De ser aislada no se tendría en cuenta, pero sucede que son ya varias las ocasiones en las que se está produciendo este tipo de presiones.
Según la Benemérita se han registrado, desde el pasado mayo, al menos catorce entradas siguiendo este método. La primera, erigida en novedad, sucedía el pasado 23 de mayo, y ya por aquel entonces se temía que los subsaharianos estuvieran a prueba. Días atrás ‘El Faro’ había publicado fotografías de inmigrantes del CETI señalando hacia el espigón del Tarajal. Con el tiempo y las evidencias se comprobó que eran meros informadores, que estaban marcando el terreno para informar a los compatriotas que permanecían en los campamentos de Marruecos la forma en la que poder entrar en la ciudad con relativo éxito.
Los protagonistas de la entrada de ayer expresaban ya en la playa su buena nueva. Se saludaban, se abrazaban entre ellos tras comprobar que habían logrado el pase, y alguno incluso rezaba agradeciendo las bendiciones. Y los había también que cantaban, que entonaban sones tribales que recordaban a la época de los asaltos a la valla en la que los subsaharianos entraban unidos en bloque contra la valla entonando las melodías que les han acompañado en su periplo africano.
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