Opinión

El espacio exterior del Templo de Ceuta (I)

La descripción del templo exterior que ocupa el centro del círculo sagrado del Estrecho de Gibraltar quiero plantearla tomando como referencia los tres principales planos de la realidad: el subterráneo o ctónico, el terrenal y el celeste. Como arqueólogo siempre me ha interesado lo que encierra la tierra. La geología nos permite acercarnos a la composición y estructura de un determinado territorio. Si hay un rasgo que caracteriza a la geología ceutí éste es el de la diversidad. En Ceuta se han podido identificar una amplia gama de tipos de rocas y minerales. En mis investigaciones arqueológicas he tenido la fortuna de descubrir e investigar varias minas de hierro y cobre. Cuando realicé estos hallazgos ya estaba interesado en la dimensión esotérica de la realidad e inmerso en mi investigación sobre el espíritu de Ceuta.

De manera paralela al estudio arqueológico del horno metalúrgico que documenté en la calle Eduardo Pérez, hallamos las minas de la cala de Venus en el Sarchal, lo que me llevó a interpretar las vetas de hierro y cobre que allí observamos con los ojos de un alquimista. El verde del cobre y el amarillo del azufre me hicieron reconocer en ellos distintos componentes de la esencia de Ceuta y comprender mejor el significado del betilo que recuperé en la intervención arqueológica en la calle Galea. Aquí di también con una gruta artificial en la que se realizaron ritos de magia talismánica y, posiblemente, se practicó la incubación. Esta gruta, en la que encontré un talismán con la imagen de la diosa, me abrió la puerta al conocimiento de la dimensión ctónica de las divinidades femeninas. El culto en grutas tiene unas profundas raíces en el área del Estrecho y en el norte de África. El santuario más importante que se conoce en el círculo sagrado del Estrecho de Gibraltar se encuentra, precisamente, en el monte que en la actualidad da nombre a este brazo de mar. Me refiero a la cueva de Gorham. Cerca de su entrada existe una gran estalagmita que pudo ser adorada como la imagen anicónica de una diosa. Este santuario, según lo han interpretado algunos investigadores, pudo ser considerado una puerta al Hades profundo.

El talismán de la calle Galea sigue la simbología de Koré Kosmou, la versión hermética de Isis iniciativa y una de las formas que adopta Sophia Aeterna (Corbin, 2015). La diosa Isis fue objeto de un extendido culto en el Estrecho de Gibraltar durante la época romana. Contamos con evidencias de su adoración en Septem Fratres (Ceuta) y Baelo Claudia. En esta importante ciudad romana del Fretum Gaditanum se conserva los restos de un templo dedicado a los cultos y rituales isiacos. Este espacio cultual incluye una cripta en el que se guardaría la imagen de la divinidad. Por tanto, estaríamos ante una clara alusión a la consideración de Isis como una divinidad ctónica.

No menos interesante es el estudio de los ritos funerarios en Baelo Claudia. Sobre las urnas cinerarias se colocaban unos curiosos betilos esculpidos en lumaquela o caliza conchífera, algunos con formas antropomórficas, y otros más simples, de estilo cónico, con una base cuadrada. Estos betilos podrían simbolizar el Axis Mundi que conectaba el espíritu del fallecido con la esfera supraceleste y le servía para su tránsito a la otra vida. La base cuadrada es un símbolo del cuaternario o mandala y es posible que cada una de las caras aludieran a los cuatro puntos cardinales. Desconocemos si estos betilos eran orientados según las mencionadas referencias geográficas y solares. Puede que tampoco sea casual la elección de un tipo de roca con presencia de conchas marinas. La concha es un símbolo relacionado con el renacimiento. En la intervención arqueológica de urgencia en la calle Jáudenes localizamos lo que podría ser uno de estos betilos en el relleno de una de las piletas para la maceración de salazones de pescado.

“El mar es el elemento predominante en el círculo sagrado del Estrecho. Su color varía, dependiendo de las nubes, entre el azul lapislázuli y el verde esmeralda”

En contraste con la oscuridad asociada a la diosa Isis, los dioses solares eran símbolos de la poderosa luz del astro rey. Sin lugar a dudas, el Estrecho de Gibraltar era un lugar idóneo para los ritos solares debido a su relación simbólica con el ocaso del sol y su descenso al inframundo. En Plinio el Viejo (H.N., V, 7) encontramos una alusión directa a la práctica de rituales en lo alto de la montaña del Atlas consistentes en bailes alrededor de una hoguera en las fechas del solsticio de verano. Este tipo de celebraciones paganas continuaron en época medieval islámica en Ceuta, no sin suscitar el malestar y las quejas de las autoridades religiosas musulmanas. Relacionado también con la adoración al sol tenemos que hacer mención al molde de pastelería de época romana hallado en la calle Jáudenes que hemos vinculado a los ritos solares y al culto con el dios Helios (Pérez Rivera y Nogueras Vega, 2019). En “El Espíritu de Ceuta” expusimos nuestra interpretación del mito de Sísifo enlazado a la figura del Atlante dormido. En fechas más recientes, y basándonos en los trabajos de C.G.Jung, hemos avanzado en esta línea interpretativa que pone en contacto el mito de Sísifo con la leyenda de al-Khidr y la fuente del agua de la vida. Desde un punto de vista más íntimo y personal, he expuesto en mi blog el ejercicio de introspección que me llevó a identificarme con el símbolo del sol.

El sol es un elemento indispensable para la inmensa mayoría de las formas de vida animal y vegetal. Entre estas últimas formas de vida, los árboles, las hojas y las flores constituyen potentes símbolos.  André Breton, en su obra “el arte mágico”, sitúa el bosque y la cueva en los orígenes de la arquitectura, sobre todo la de carácter religioso. En su análisis cita los trabajos de Émile Soldi en los que este autor estableció “una serie de convincentes analogías conforme a los diferentes elementos del templo egipcio o grecorromano destinado a la “exaltación de la flor”, en su caso el sol, simbolizado por el ovario del “lotus” (acrótera-rosácea), mientras que el cielo está representado por la cornisa, los días y las noches por los capullos y las pequeñas palmas, lo relámpagos por las metopas, y el crecimiento mágico de los árboles por las columnas” (Breton, 2019: 140). Los propios bosques gozaron de la consideración sagrada hasta el fin del mundo clásico al acoger en su seno el maná o fuerza mágica.

La Almina ceutí, siempre la he imaginado como un gran teatro cuyo graderío o cavea desciende hacia el mar con su porticus superior presidido por las estatuas de los siete planetas

En el área próxima al Estrecho de Gibraltar, las fuentes clásicas, en concreto Pomponio Mela en su obra titulada De Situ Orbis (III.5), habló de un bosque sagrado denominado Oleastrum que debió localizarse en el actual término municipal de Puerto Real. Se trataría de un “acebuchal” o incluso “olivar” consagrado probablemente a la figura de Hércules y que, como todos los bosques sagrados, estaría poblado por ninfas, dríadas y hamadríadas.

No tenemos constancia de que en la antigua Septem Fratres existiera algún bosque sagrado. No obstante, Estrabón (XVIII, 3, 6) sí alude a sus bosques: “si se navega partiendo de Lynx hacia el mar interior, nos encontramos con Zelis y Tiga, después las tumbas de los Siete Hermanos y encima el monte Abyla poblado de fieras y cubierto por grandes árboles”. C. Posac puntualizó que Estrabón calificó al Monte Abyla como los términos polytheron y megalodendron, es decir, “abundante en un fieras y cubierto de espesa arboleda o árboles muy grandes” (Posac, 1988: 19). Incluso Plinio se refiere a la presencia de elefantes en ese monte (V, 18). Es poco probable, dado el tamaño de la península septense, que pudiera acoger elefantes. Lo que sí confirman las fuentes medievales es la existencia de un denso bosque en el entorno ceutí. Así Jeronimo de Mascarenhas comentaba en su “Historia de la Ciudad de Ceuta” que del Monte Hacho “se puede sacar tanta leña, que escusa salir por esta causa al campo” (Mascarenhas, 1995: 12).

Si bien, como hemos indicado, no hay referencia escritas a un bosque sagrado como tal en Septem Fratres, sí que podemos encontrar diversas alusiones y comentarios en los textos clásicos sobre el famoso jardín de las Hespérides, cuyo centro ocupaba el árbol de las manzanas de oro. Respecto a la ubicación de este jardín, Estrabón da a entender que se situaría junto a Ceuta, mientras que Plinio lo localizaría junto a Lixus (Closa Farrés, 1988: 40). Basándose en la descripción del entorno de Ceuta que nos ha legado el geógrafo ceutí al-Idrisi, el investigador C.Farrés considera más acertada la localización del Jardín de las Hespérides en el entorno ceutí (Closa Farrés, 1988: 40-41). Yendo incluso más lejos que ninguno de los investigadores que han estudiado el mito del Jardín de las Hespérides, C. Farrés propuso que las siete colinas reconocibles antaño en la Almina corresponderían a las Siete Hespérides. Estas siete colinas tendrían “la finalidad astrológica y astronómica de la observación de los Siete Planetas” (Closa Farrés, 1988: 42). Las Siete Doncellas, según la sugerente interpretación de C. Farrés habría inspirado la construcción del Septizonium por parte de Septimio Severo, quien consultó sobre la idoneidad de la erección de este monumento a “un astrólogo, en una cierta ciudad de África, que posiblemente puede hacer sido la antigua Septim, la ciudad de las siete colinas” (Closa Farrés, 1988: 42). En el mismo sentido, el jardín de las Hespérides fue reinterpretado en la mitología medieval islámica y convertido en el jardín del Irem. Este jardín sería el inspirador de los siete monumentos de la Alhambra, los cuales, desde un punto de vista esotérico, corresponderían a la Torre de los Siete Suelos o de las siete etapas. Según la leyenda, recogida por Washington Irving, nadie pudo superar la cuarta etapa (Closa Farrés, 1988: 41).

Siempre he imaginado la Almina ceutí como un gran teatro cuyo graderío o cavea desciende hacia el mar con su porticus superior presidido por las estatuas de los siete planetas. Desde sus gradas es posible contemplar un espectáculo sin igual, como son los paisajes del Estrecho de Gibraltar, los atardeceres y amaneceres, y el paso de aves, atunes y cetáceos. El mar es el elemento predominante en el círculo sagrado del Estrecho. Su color varía, dependiendo de las nubes, entre el azul lapislázuli y el verde esmeralda. Este verde está presente en el betilo urobórico que encontré en la calle Galea. Una piedra sagrada que simboliza la confluencia de los dos mares y la conjunción de los opuestos: el principio masculino, de las frías aguas del Océano Atlántico; y las cálidas aguas del mar Mediterráneo. Estos dos principios, en forma de energía vital de distinta temperatura y polaridad, asciende por nuestra columna vertebral, como la serpiente de Ladón que defendía el árbol de la vida en el Jardín de las Hespérides. Cuando meditamos sobre estos símbolos inspirados por la contemplación del Estrecho de Gibraltar nos transformamos en “el centro del mundo” y nuestro cuerpo se transmuta para convertirse en un Axis Mundi que conecta el inframundo, la tierra y el cielo. En este estado damos vueltas en espiral en torno a nuestro centro, a nuestro templo interior, y movilizamos la energía vital.

El mar es capaz de suscitar el pleno despliegue de la imaginación. Desde las colinas de la Almina, o aún mejor, desde el mágico promontorio del Monte Hacho, imagino la elevada columna de agua que mueve las corrientes marinas visibles en el fondo y en la superficie, sobre todo en las inmediaciones de Punta Almina. No conozco de primera mano los paisajes sumergidos de la región de Ceuta, pero tengo la enorme fortuna de compartir amistad con la persona que mejor los conoce y los observa con ojos de trascendentalista: el biólogo marino Óscar Ocaña. En su libro “Los paisajes sumergidos de la región de Ceuta y su biodiversidad”, escrito junto a sus colegas Alfonso Ramos y José Templado, nos ofrece una detallada descripción, a la vez científica y poética, de los fondos marinos que rodean a Ceuta (Ocaña et alii, 2009). Nos habla de aquellas especies que vemos en superficie (cetáceos y tortugas marinas), de las que sobrevuelan el mar y de las algas que los temporales dejan en la orilla.

A través de sus “ojos de fuego”, Óscar nos adentra a la peculiar geografía de los fondos marinos, con sus grutas semioscuras, sus fondos arenosos y sus impresionantes bosques de algas y gorgonias, por no hablar de sus queridos bancos de corales superficiales y profundos. Es poco habitual, por no decir único en su género, que un libro sobre biología marina, acabe con un capítulo sobre el arte en los fondos marinos. Cierto es que la fotografía submarina es un arte practicado por cada vez más número de personas, pero son pocos los que se ha inspirado en la vida marina para la expresión artística, ya sea plástica o poética. De ahí mi insistencia a Óscar para que recopile y publique sus anotaciones trascendentalistas sobre las inmersiones en los mares que mejor conoce: los de Ceuta y el norte de África.

Las criaturas del mar constituyen imágenes arquetípicas de enorme significado simbólico. Quizá el más conocido y extendido sea el símbolo del pez. Como indica Óscar, la primera representación del símbolo del pez se encuentran en la pared de la gruta francesa de Ardeché, datada en el Magdaleniense Superior (15.000-8.000 a.C) (Oscar et alii, 2009: 236). Tal y como explicó C.G. Jung, “el pez tiene en los sueños el significado del niño nonato, puesto que éste vive también en el agua” (Jung, 1998: 212). En el mito de al-Khidr, Moisés y Josué emprenden su camino hacia Occidente en su búsqueda del sabio al-Khidr portando tan sólo una cesta y un pez salado. Al ser cortado para preparar la comida, el pez cae al mar y ante la sorpresa de Josué, éste vuelve a la vida. En la interpretación que hizo Jung de este mito, el pez sería un símbolo del sol, el cual, “al hundirse en el mar, se torna a la vez niño y pez. De ahí que el pez tenga que ver con la renovación y el renacimiento”. Ante de convertirse en pez, el sol comienza su descenso hacia el mar como cabra-pez (capricornio) y completa su transformación como pez en primavera (Jung, 1998: 211-212). Esta transformación la podemos observar en Ceuta, cuando el sol en el solsticio de invierno (la cabra) empieza a rodar por la silueta del Atlante dormido, hasta que a principios de mayo toca el mar como pez en el punto donde al-Warraq (s.X) ubicó la fuente del agua de la vida custodiaba por al-Khidr. Al tocar el agua, el sol se convierte a la vez en niño y pez.

El pez que portaba Moisés, según la mitología islámica, sigue vivo en las aguas del Estrecho y se referían a él como el pez de Moisés. Al Garnati, en su descripción de las maravillas de mundo, no duda en identificar a las aguas del Estrecho con la “confluencia de los dos mares” y al hablar de Ceuta describe el pez de Moisés con detalle. La investigadora F. Ferhat (1993: 276 y nota 35), partiendo de la descripción de al-Garnati, relaciona al pez de Moisés con el orden de los Pleuronectiformes (platija, rodaballo y lenguaje) y propone que se trataría del lenguaje o San Pedro, a los que en Marruecos se les llama “pez de Moisés”. Para otros investigadores (Oscar et alii, 2009: 36-37), no está clara esta identificación. Al margen de la controversia sobre su adscripción biológica, es interesante comentar que, según al-Garnati, el pez de Moisés era secado y troceado en tiras. Se considera que el pez de Moisés tenía propiedades curativas.

Otro animal marino que posee un alto poder simbólico es el delfín. Recuerdo haberlos visto en la decoración de las paredes del palacio de Cnosos. Según la mitología griega, el niño  Dioniso fue secuestrado por unos piratas mientras jugaba en la playa. Una vez en el barco, y en mitad de la travesía, el niño solicitó que le llevarán hasta la isla de Naxos, pero los marineros desatendieron su petición. Fue entonces cuando el barco se paró en seco y los remos y velas se convirtieron en sarmientos. Dionisio agitó una lanza rodeada de hojas de vides y a su alrededor surgieron tigres, linces y panteras. Tal fue el miedo que le causó estos portentos que los marineros se arrojaron por la borda transformándose en delfines. Desde entonces, cuenta el mito, protegen y ayudan a los marineros en peligro. En términos generales, los delfines son considerados guías en los viajes por el mar, incluido en el camino al otro mundo. En el sarcófago romano de Ceuta, el dios Océano, símbolo del invierno, la última estación del año y de la vida, lleva en su mano un delfín como guía en su itinerario hacia el Hades.

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